Lozoya en la tormenta

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Para los compas L. Concheiro y D. Álamo

No me preguntéis su nombre.
Lo tenéis ahí en el frente (…)
toda la ciudad lo tiene
V. Aleixandre: “El miliciano desconocido”.

El país está agitado. No ha terminado de deglutir los tragos amargos de la reciente visita del presidente López Obrador a Estados Unidos, más allá de que esa visita se inscribe en la creencia de AMLO de que, en lo que se refiere a las relaciones con el país vecino (y eso lo creía desde que Obama era el presidente de EU), más vale llevarla en paz, que comprarse broncas gratuitas (una creencia que en lo profundo pareciera sustentarse en lo religioso, dado que, diría Weber, las raíces del capitalismo mucho tienen que ver con creencias religiosas que devienen indistintamente de Erasmo que de Lutero). En ese contexto habría, pues, que ubicar esa multicitada e inquietante visita que, como sea, Donald Trump la utilizó para allanarse el camino hacia su reelección, haciéndole al gobierno actual del país un regalo adicional: la captura de César Duarte, listo y en sus marcas para ser extraditado a México.

En este país agitado, pues, se concreta la extradición de Emilio Lozoya que todos esperamos ayude a explicar, en mucho, no sólo el gran proceso de corrupción que envolvió al uso y manejo de bienes y favores de Odebrecht, que se dispensaron al amparo de esa malévola firma brasileña y que hasta hoy, aquí en México, no sabemos con precisión aún todo lo que en ese proceso está involucrado.

¿Hasta dónde allí la justicia podrá estirar la liga? ¿Habrá algún proceso de recuperación de lo mucho que allí, impunemente, se robó a la nación?

Porque allí hay de por medio un dilema muy peliagudo: ¿Hasta dónde puede llegar la justicia cuando se trata de penar un delito? ¿Sólo con cárcel y encierro? ¿Y todo lo que robaron Alí Babá y sus cuarenta secuaces, desaparece, se evapora, particularmente ahora cuando tanta falta hacen recursos para impulsar la recuperación económica del país? ¿Algo se podrá hacer al respecto, aunque los apellidos Peña, Coldwell, Videgaray, Meade, Osorio y varios más se tengan que arrastrar por el piso de la ignominia nacional (junto, claro, también, con el de todos aquellos que, desde los medios, se quejan de por qué se arrastra así la fama de quienes fueron sus patrones).

En ese ir y venir de noticias que definitivamente favorecen al régimen de la 4T, ¿cuál será la actitud de éste: plegarse más a su inclinación neoliberal de impulsar el desarrollo del país abriendo aún más las puertas a la inversión capitalista (externa e interna), o impulsar, así sea poco a poco, vías de desarrollo que realmente permitan a los 50 millones de pobres que habitan la nación incorporarse a actividades productivas rentables que les permitan, en realidad y poco a poco, superar el estado de pobreza en que se encuentran, aunque ello implique modificar, de raíz, el sistema social en que vivimos, a través, sí, de una etapa de transición aterciopelada y sin bruscos cambios de la estructura social que hoy sostiene al país?

            Los huesos de cabra del chamán trabajan a toda velocidad. Mientras el cometa atraviesa el cielo, los oráculos descubren los secretos.

 

 

Los retos del futuro inmediato

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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La luz no te conoce, por eso estamos
Doblemente ofendidos de lo que escombras
D. Escobar Galindo: “Duelo ceremonial por la violencia III”.

Una vez apagados los gritos desaforados de los enemigos furibundos, la Cuarta Transformación sigue adelante esquivando los hoyos y las rocas del camino destruido que entre el neoliberalismo y la pandemia es hoy el país y que en la actualidad, en términos de gobierno, tiene que recorrer el nuevo régimen. Ver desde afuera las tareas de gobierno puede ser relativamente sencillo. Verlas como responsable de ellas, sí debe resultar muy diferente y agobiante a la vez. De allí, entonces, que lo aquí escrito es sólo un acercamiento y esbozo de lo que se vislumbra y que, como amanecer, se puede dar o no.

Así, en primer lugar está una cuestión política primordial: ¿La democracia que tiene hoy el país es la más adecuada para él; esa democracia representativa es lo que él necesita? Sin duda esas interrogantes debieran planteárselas los integrantes del Poder Legislativo olvidándose de su investidura partidocrática que hoy tienen. Es decir, el país necesita regresar a un régimen político sustentado en la democracia directa y no en una de carácter representativo, dado que esa intermediación que allí se encarna sólo desvía el carácter verdadero del espíritu democrático que en sí encierra la voluntad del pueblo para darle un orden a la polis (ciudad o municipio) en la que habita. Desde luego, es complicado lo que se pide pues ello conlleva el fin de los partidos como ellos existen y operan hoy (sistema de grupos o tribus), para darle paso a nuevas formas de organización grupal basadas en intereses ideológicos y no sólo de oportunismo representativo. Eso, creo, modificaría de fondo, realmente, la falsa democracia que hoy predomina.

¿Alguien, entre los políticos contemporáneos (más allá de lo propuesto por Manlio Fabio Beltrones) apoyaría esta idea?

Un segundo reto, igualmente peliagudo, es ir más allá de lo propuesto por Stiglitz (modificar de fondo los indicadores económicos actuales) para lograr que, de manera paulatina, la economía del país, aprovechando las brechas que abrió la pandemia actual, se comience a mover por nuevos caminos de acumulación de capital y sobre todo de nuevas formas de distribuir la riqueza, de tal forma que, de manera paulatina, vaya despareciendo la hoy insultante polarización de la riqueza, que marca, en números gruesos, que el 80% de la riqueza mundial la acumula menos del 20% de la población, en tanto que el 20% restante se lo tienen que pelear el 80% de la población mundial (si le interesa ver una metáfora de esa injusticia vea, en Netflix, la serie Snowpiercer, realmente espeluznante).

         Pero, en fin, insisto, mucho hay por hacer en términos de gobierno para que el futuro inmediato del país nos permita a todos, navegantes de tal océano, con relativa calma y tranquilidad, una vez que las tormentas del neoliberalismo en apariencia quedaron atrás, llegar, sanos y salvos, a puerto seguro. ¿O no?

 

 

Tareas inconclusas

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Me muerdes
con el fervor
de alguien que tiene a Dios
T. Shirley: “El poder de la oración”.

¿Cómo es posible que el Marro o el Mochomo puedan evadir con tanta facilidad a la ley? ¿Tan débil es la ley que fácilmente conduce a procesos endebles o propician sin dificultad la libertad de los procesados, a pesar de la evidencia de la culpa? ¿Cómo es posible entonces que entre culpa y castigo, para el juez, no haya relación? ¿Por qué esas aberraciones del Poder Judicial; cuánto cuesta éste?

Es entendible, pues, que hoy en cuestiones judiciales, por no respetar el debido proceso (una excusa excelente) los jueces puedan dejar en libertad a los delincuentes, lo que siempre presupone una siembra, previa, prolija de dinero que de una u otra manera llega al juez y vuelve así sencillo entender por qué el castigo a los culpables en México es una tarea virtualmente imposible. De allí que uno espere que ojalá y no suceda lo mismo con aquellos procesos de culpa-castigo que hoy impulsa el Ejecutivo federal a través de la FGR (Emilio Lozoya) y que, cueste lo que cueste, llegue a su final el proceso y todos los culpables paguen sus culpas.

Supongamos así, por ejemplo, ¿en dónde debe concluir el caso Lozoya? Dígase así, entre otras cosas, ¿para qué sirvieron los recursos de Odebrecht cuando Lozoya manejaba los recursos financieros del PRI durante los tiempos de la campaña de Peña Nieto? Y luego, ¿dónde quedaron los recursos de Pemex que misteriosamente se agotaron cuando Lozoya estuvo al frente de la paraestatal? Las culpas, allí, parecieran ser obvias no sólo para el indiciado, sino para una cauda de culpables cuya lista pareciera ser interminable, de la misma manera que es interminable la lista de culpables de Ayotzinapa que por eso mismo no debieran escapar al castigo.

Si no es así, la tarea parecería quedar inconclusa, lo que hasta hoy pareciera caracterizar a la 4T, que descubre con efectividad a los culpables, pero a la hora de dar el paso para aplicar el castigo, el paso final y total no quisiera darse. ¿Se castigará a los militares que intervinieron en Ayotzinapa? ¿Hasta dónde los involucrados con el uso delincuencial de los recursos de Odebrecht serán obligados a retornar a la nación los millones de pesos que le fueron hurtados a ésta y los culpables obligados a pagar con reclusión sus delitos?

Es decir que si bien, para el caso de México, fenomenológicamente es fácil reconocer las relaciones entre culpa y castigo (comenzando, por decir algo, en las relaciones de connivencia entre Santa Anna y Lucas Alamán), al llegar a los terrenos pragmáticos allí resulta que, ambos, culpa y castigo se diluyen y relativizan y ni una ni el otro se concretan como debieran y ambos se pierden en el limbo de las hojas de los libros de texto, haciendo de nuestra historia un verdadero cuento de hadas.

Ojalá y pronto las cosas sobre tal materia (culpa y castigo) comiencen a cambiar. Creo que sería para bien de todos.

 

 

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