¿Ya murió el tigre?

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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A veces me canso, sí, porque a veces la palabra parece no tener sentido, o definitivamente no tener fuerza para significar y ayudar a modificar (cambiar) la realidad. Pero el sentido de la palabra puede, con el tiempo, adquirir significado, como hoy, en que a la acción que se ejerció con el voto, tramposamente, el Instituto Nacional Electoral quiere oponerse con una acción legal que no tiene sentido y la cual, tanto desde el punto legal como de la acción masiva que se puede ejercer contra ella, está definitivamente nulificada.

Es decir, ¿por qué insistir en soltar al tigre?

Tenemos pues que acudir aquí a la memoria, quienes tenemos más de 65 años y tomar conciencia que desde que teníamos 15 años en 1968 caminamos junto al pueblo, en sus luchas, y supimos de él, del pueblo, como no se doblega cuando se trata de defender sus derechos y que su lucha, cuando se trata de ello, tampoco se detiene, y que eso fue lo que pasó este primero de julio pasado, en que no sólo se trató de salir a votar (entiéndelo bien, Arturo Romo) sino también de defender lo que durante más de 90 años nos han venido negando y que por eso es que rugimos y que si quieren lucha la vamos a dar, pues el tigre no sólo ruge sino sabe luchar de maneras múltiples cuando se convierte en pueblo insatisfecho y más aún enfurecido.

Digo, ¿no nos vamos a enojar cuando los ministros de la Corte se niegan a bajar sus salarios, o los consejeros del INE, quienes peor aún quieren transar con la ley? Puede que los partidos acepten, pero aproximadamente 25 millones de mexicanos que no militamos en esos partidos desde luego que no vamos a aceptar esas actitudes que se oponen a lo que nosotros votamos y que no vamos a permitir que nos tuerzan las cuentas. O sea: cuentas claras y chocolate espeso. Pensar que la lucha terminó con la votación es infantil. Pensar que la votación no trae consigo consecuencias de diversa naturaleza (más aún, cuando ya supimos de lo que pasó en Brasil y Argentina), y que para evitarlas es necesario no bajar la guardia y permanecer en lucha continuamente, sería un error enorme de nuestra parte.

De allí que, seguir con el tigre suelto no es metáfora. O el pueblo sigue en la calle o no habrá cuarta transformación, porque uno de los puntos centrales de esa cuarta transformación es precisamente mantener al pueblo en la calle, pues sólo así se podrán alcanzar los otros puntos que plantea esa cuarta transformación, que en palabras como las siguientes de los Flores Magón aleccionan sobre el quehacer al respecto: “La Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano ve con simpatía vuestros esfuerzos para poner... fin a esa ya bastante larga contienda del hombre contra el hombre, que tiene su origen en la desigualdad de fortunas que nace del principio de la propiedad privada”.

Así o más claro.

Pd: Estuve enfermo unos días y otros días estaré de vacaciones y mis colaboraciones serán irregulares. Mis disculpas.

 

El país a destruir

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Sé, por la historia, que construir un país no es cosa de una día para otro. Sé, por ejemplo, que si no se lee, nada se puede hacer, pues cómo se podrá entender sin leer, hoy, el ayer tan complejo que nos han heredado. Ese es un verdadero dilema muy difícil de dilucidar, pues cómo entender que desde 500 años atrás en este país a unos pocos les ha tocado acumular, mientras que a las mayorías de los pueblos originarios (y a los pobres en general desde entonces) hemos tenido que aportar nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir y que es así como este país se ha construido. Menuda tarea, pues, construir otro a partir de éste.

En el viejo Distrito Federal, un día sí y el otro también, se seguirán cayendo edificios si tomamos en cuenta que, en el sexenio que termina, en cada esquina de la colonia situada entre Calzada de Tlalpan y División del Norte veíamos aparecer, un día sí y el otro también, edificios nuevos que intensificaban el tráfico urbano, reducían a cero las áreas verdes, ahuyentaban los pájaros, agotaban casi la disponibilidad de agua y fracturaban brutalmente las reglas de convivencia humana (en cada esquina te asaltan, mientras te amenazan con cuchillo o pistola y en las calles desmantelan tu carro). ¿Construir qué a partir de ahí? ¿A partir de ahí en Tuxtla Gutiérrez o Ciudad Juárez, Guadalajara o Mérida, Puebla o Monterrey; a partir de ahí sí, todo el país es una mierda dado su crecimiento desordenado, su pobreza generalizada, su inseguridad pública creciente, la extensión imparable del crimen organizado (que como miscelánea ofrece de todo: droga, alcohol, prostitución, tráfico de infantes, venta de órganos, etcétera)? De ahí que hoy surja una y otra vez la urgencia de la pregunta: ¿Y a partir de cuándo el nuevo gobierno comenzará a construir otro país (el país por el que votaron las mayorías), si, hasta hoy, quienes se perfilan como constructores de ese otro país son quienes construyeron al país (Plaza Artz) que no queremos? Extraña, incomprensible paradoja la verdad.

¿Cómo entonces construir otro país, uno se debe preguntar, si son tan inmensas las dificultades que enfrentarán quienes quieren hoy construirlo? ¿Podrán contra la historia que los antecede (llena de violencia en contra de los pobres: más de la mitad de la población) si su consigna principal es quietud y paz? ¿Hubo acaso quietud y paz los 500 años que nos antecedieron; cómo fue que el país llegó a una pobreza tan extrema? Establezco así, desde la izquierda social de este país, con Thiago de Mello –valga o no valga lo que digo–, mientras el nuevo gobierno construye el nuevo país, lo siguiente: “Queda prohibido el uso de la palabra libertad, la cual será/suprimida de/los diccionarios y del pantano engañoso de las bocas. A partir de/ este instante, la libertad será algo vivo y transparente, como un fuego o un/río, o como la semilla del trigo y su morada será siempre el corazón del hombre”.

            Sí, difícil pues escribir la historia para cambiarla. Más difícil hacerla para que ya no sea.

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