En vez de evolucionar como presidente,
Donald Trump ha torcido el cargo a voluntad

* En una entrevista telefónica la semana pasada, el mandatario tuvo dificultad para describir de qué modo ha cambiado en la presidencia. “Creo que sólo me he vuelto más cauteloso”, dijo.

Peter Baker / The New York Times
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Washington. Para un hombre a punto de vivir un momento histórico, el presidente Donald Trump sonaba calmado y relajado. Si cree que corre peligro de perder, no dio ni la menor señal de que sea así. Por el contrario, sacó a relucir una de sus encuestas favoritas, se jactó de la popularidad que goza entre los electores republicanos y habló acerca del porcentaje de audiencia de su convención.

Su presidencia, según declaró en una entrevista la semana pasada, ha producido “un resultado increíble”. Los mercados bursátiles “son muy impresionantes”, la Convención Nacional Republicana ha sido “muy exitosa” y en lo personal, ha “hecho un muy buen trabajo” en el manejo de la pandemia del coronavirus, con todo y que más de 180,000 estadunidenses han muerto. También enfatizó que, encima de todo, ha soportado “acciones terribles” de sus opositores “maniáticos”.

Después de casi cuatro años en el cargo, Trump entra de lleno a la campaña de otoño con una alucinante combinación de mensajes jactanciosos y reclamo ante las injurias sufridas; es todo un hombre de extremos que en un instante pasa de afirmar que ha logrado más que casi cualquier otro presidente a quejarse de que ha padecido más que cualquiera de sus predecesores. Vive en un mundo creado por él mismo que en general está desconectado de la realidad reconocida por otros. Ha impuesto su voluntad en Washington y en el mundo como nadie más.

A diferencia de presidentes previos que evolucionaron en el cargo conforme fueron descubriendo los mecanismos del poder y ajustaron sus metas para el momento en que aceptaron la nominación por segunda ocasión, Trump sigue siendo la misma fuerza de la naturaleza polarizante y dominante que se alzó hace cuatro años y declaró: “Solo yo puedo arreglarlo”. No ha ganado templanza con la edad, no ha cedido ante las convenciones ni escarmentó con el juicio político. Dice que todavía se considera un “forastero” aunque ocupa el cargo más importante del país.

En el curso de una llamada telefónica de 40 minutos el 26 de agosto, Trump tuvo dificultades para describir en qué ha cambiado. “Creo que sólo me he vuelto más cauteloso que hace cuatro años”, señaló, una afirmación extraña para el hombre menos cauteloso que ha ocupado el Despacho Oval. “Creo que en realidad soy un poco más circunspecto”.

Al parecer, lo que quiso decir es que se insensibilizó después de tantas investigaciones y ataques políticos que han caracterizado su presidencia. Sin embargo, no es alguien a quien se le dé la introspección. ¿Cómo podría ser diferente en un segundo mandato? En realidad no podría ser muy diferente. “Creo que sería similar”, comentó. Eso es exactamente lo que quieren sus simpatizantes y lo que temen sus opositores.

Además de más de lo mismo, en fechas recientes ha intentado definir qué metas se plantearía en un segundo periodo. Ha divagado en sus respuestas cuando le han hecho esta pregunta en distintos momentos, incluso cuando se lo han preguntado los entrevistadores de Fox News, que simpatizan con él. Ninguno de los republicanos parece tener más certeza. Así que lo más sencillo fue prescindir de una plataforma de partido y, en su lugar, adoptar una sencilla resolución de lealtad al presidente.

En la entrevista, Trump recitó una lista de lo que ha hecho y seguirá haciendo, como aumentar el gasto del Ejército, recortar impuestos, eliminar normas, reforzar la frontera y designar jueces conservadores.

“Pero entonces creo, creo que sería… creo que sería muy muy… creo que tendríamos un muy muy sólido… continuaríamos con lo que estamos haciendo, le daríamos más solidez a lo que hemos hecho y hay otras cosas que queremos hacer”, dijo.

Si gana, hasta cierto punto sus objetivos estarán dictados por fuerzas externas. Enfrenta tres crisis simultáneas que afectan a Estados Unidos: la pandemia que todavía mata aproximadamente a mil personas por día, la desaceleración económica resultante que dejó a otro millón de personas desempleadas la semana pasada y la agitación desatada por una serie de tiroteos de la policía contra estadunidenses negros, el ejemplo más reciente en Kenosha, Wisconsin.

Trump prácticamente ya le dio carpetazo a la pandemia y afirma que lo mejor es que se dedique a reconstruir la economía. En respuesta al debate sobre la justicia racial, por lo regular ha preferido la confrontación a la calma y ha denigrado el movimiento Black Lives Matter. Culpa de la violencia en las calles a un grupo de supuestos demócratas radicales y se presenta como defensor leal de la policía.

Ahora, cuatro años después de ganar contra todos los pronósticos, ha aceptado la nominación como el líder indiscutible de un partido cuya élite no lo apoyaba. Desde entonces, ha purgado del partido a quienes se oponían a él, o bien estos se han ido o han desertado para apoyar al exvicepresidente Joe Biden, el nominado del Partido Demócrata a la presidencia. Esto le ha dado a Trump una convención unificada y un partido transformado a su imagen para el deleite de los partidarios que lo consideran su defensor en contra de una élite políticamente correcta y convencida de que se merece todo.

“Aceptará la nominación como alguien que antes era un forastero y ahora controla el partido a pesar de la resistencia”, aseveró Jared Kushner, su yerno y asesor principal la semana pasada en una entrevista. “Todavía es forastero, pero ha formado un grupo de forasteros a su alrededor. El proceso de toma hostil del poder que arrancó hace cuatro años ya concluyó”.

Quizá la toma hostil del poder ya haya concluido, pero la hostilidad no ha desaparecido. Es raro el día que Trump no empieza un pleito en Twitter o frente a las cámaras con alguien que percibe como su enemigo. Aunque muchos lo consideran el instigador, él se pone en el lugar de víctima.

El congresista Jim Jordan, republicano por Ohio, dice que una vez le preguntó a Trump cómo soporta los ataques y acusaciones. “Los recibe cada segundo de cada día”, recuerda que le dijo al presidente. “Y él dijo, ‘Bueno, Jim ¿qué vas a hacer? ¿Vas a renunciar? Solo tienes que seguir luchando’”.

Quien haya observado el arco de la carrera de Trump en los negocios, el entretenimiento y la política no debería estar demasiado sorprendido. No había nada que le gustara más al vástago de una familia de bienes raíces que tiene tres matrimonios en su haber que un llamativo corte de listón y algún artículo candente en los tabloides. Como estrella de telerrealidad, dejó atrás sus bancarrotas para redefinirse como símbolo del éxito. En cada paso coqueteó con la controversia, sacó partido de las divisiones raciales y desestimó varias acusaciones de mal comportamiento sexual, entre ellas las descripciones soeces sobre las mujeres que quedaron registradas en video.

Llegó a la Casa Blanca en enero de 2017 como el primer presidente sin experiencia previa en un cargo político ni en el Ejército y tenía poco tiempo para las operaciones ordinarias e incluso para las tradiciones y leyes que debe cumplir un comandante en jefe. Después de vivir toda su vida como una celebridad burda, se convirtió en un presidente burdo. A sus 74 años, repite la misma letanía de tácticas políticas que siempre ha usado y ocupa el mismo vocabulario una y otra vez (“tremendo”, “increíble”, “despreciable”, “es cierto”, “ganador”, “perdedor”, “repugnante”, “desgracia”).

En su primera Convención Nacional Republicana, Trump se describió como el “candidato de la ley y el orden”, algo que básicamente planeó hacer de nuevo el jueves por la noche. Cuando parecía que iba a perder en 2016, afirmó que las elecciones estaban “amañadas”, una palabra que ha reciclado este año que va rezagado en las encuestas con respecto a Biden. Apenas esta semana, retó a Biden a hacerse una prueba de narcóticos, lo mismo que le exigió a su opositora demócrata, Hillary Clinton, la última vez.

Los asesores de Trump dijeron que su negativa a someterse al establishment de Washington lo distingue del resto de la clase política. “Si lo piensas, Washington suele absorber a las personas”, dijo Kushner. “Llegan a la ciudad y van a cócteles y a los círculos de donantes. Trump es uno de los pocos que no ha cambiado”.

“En lugar de tratar de llevarse bien con la gente”, agregó Kushner, “ha reforzado las promesas que ha hecho y creo que ahora tiene más convicción. No hay una sola política en la que quede duda de su posición”.

Trump no sólo se ha negado a adaptarse a la presidencia, sino que más bien ha forzado al cargo a adaptarse a él. Al principio de su mandato, empezaba el día de trabajo en el Despacho Oval alrededor de las nueve de la mañana, pero más adelante se quejó con sus asesores de que estaba trabajando doce horas al día y era “demasiado”. Quienes se encargan de sus horarios cambiaron la rutina, de tal forma que su primera reunión en el Despacho Oval rara vez es antes de las 11:00 am, lo que le permite ver la televisión y hacer llamadas (telefónicas) desde la residencia en la mañana.

Su personal siente cierta frustración cuando algunas veces no aparece sino hasta las 11:30 am o incluso más tarde. Además, casi no respeta los horarios, así que una reunión programada para 15 minutos en realidad puede ser una sesión de 45 minutos. Cuando se harta, golpea dos veces el escritorio con las manos extendidas para indicar que la reunión se terminó.

El estilo improvisado del presidente presenta dificultades para los colaboradores. Mientras que las llamadas telefónicas con los presidentes anteriores solían ser eventos con mucha planeación, no hay nada que le guste más a Trump que llamar espontáneamente a amigos, congresistas o personas a quienes simplemente vio en Fox News.

Ciertos aliados disponen de acceso instantáneo. Una vez, cuando el magnate de Fox Rupert Murdoch lo llamó mientras el presidente estaba al teléfono con su hija Ivanka Trump, su asistente ejecutiva Madeleine Westerhout, le preguntó si debía decirle a Murdoch que el presidente le devolvería la llamada, Trump “estalló como el Monte Santa Elena”, recordó Westrhout en una memoria reciente. “¡Jamás pongas a Rupert Murdoch en espera!”, gritó. “¡Jamás!”.

Despotrica contra quien se encuentre a la mano, incluso si no tienen nada que ver con el motivo de su enojo. Westerhout escribió en un libro que, por lo demás expresa admiración por el presidente, a quien considera un jefe generoso. Sus colaboradores se estremecen cuando tienen que darle malas noticias. “Realmente no quiero ir ahí”, recordó Westerhout que Sarah Hucakbee Sanders, entonces secretaria de prensa, le dijo. “Por favor no me obligues”. Cuando el presidente necesitaba que lo alegraran, Westerhout organizaba una llamada con su amigo Robert K. Kraft, el dueño de los Patriotas de Nueva Inglaterra que ha sido acusado de requerir servicios de prostitución.

Trump se deshace de sus empleados más rápido que cualquier presidente de la era moderna. Ha tenido cuatro jefes de Gabinete, cuatro asesores de seguridad nacional y cuatro secretarios de prensa en menos de cuatro años. Algunos de sus críticos más agudos son antiguos empleados que relatan historias sobre un presidente errático e imprudente que miente en abundancia, tiene dificultades para procesar información y somete el interés nacional a sus propios intereses, como escribió en su libro John Bolton, exasesor de seguridad nacional.

Trump explica esas situaciones como defectos de sus antiguos colaboradores, no suyos. Cuando se le pidió mencionar algunas cosas que habría hecho de manera diferente, señaló a su personal. “Creo que la mayor parte son las personas. No habría usado a ciertas personas”, dijo. “Tienes personas que algunas veces piensas que van a ser excelentes, pero en realidad son terribles, y algunas veces crees que van a ser terribles, pero resultan muy buenas”.

Últimamente, algunas de las críticas más duras han venido de parientes. Su sobrina Mary Trump escribió un libro cáustico sobre él y dio a conocer grabaciones que realizó en secreto de la hermana del presidente, Maryanne Trump Barry, en las que dice que es un hombre “sin principios” y denuncia sus “mentiras”.

En la entrevista, Donald Trump se quejó de que las grabaciones se dieron a conocer justo cuando presidía el funeral de su hermano, Robert Trump, pero no hizo ningún otro comentario acerca de las críticas de su hermana. “Fue muy triste… es un momento triste”, dijo. “Pero así son las cosas”.

No obstante, Trump desmintió que fuera un presidente perezoso y obsesionado con la televisión, como se le retrata. “Justo lo contrario”, dijo. “No veo mucha televisión. Nadie sabe lo que hago”. Explicó: “Trabajo muchas horas, en realidad, muchas horas, probablemente más que cualquiera. Sobre todo, creo que lo más importante es que trabajo de manera eficiente”.

Su propio intrincado tren de pensamiento, no obstante, a veces termina por conducir a quienes lo escuchan hacia destinos impredecibles. Cuando se le preguntó primero sobre las crítica de sus colaboradores, se lanzó a discutir la audiencia que consiguió en la convención (“Vi los ratings de Fox”) y viró al resentimiento por los ataques por su respuesta al virus (“no hemos sido tratados adecuadamente en este tema”).

No tiene dudas sobre las decisiones más cruciales de su presidencia. La pandemia es culpa de China. Si tuviera que hacerlo otra vez, dijo, se aseguraría de que el país tuviera más equipamiento médico almacenado, aseguró, pero no mostró arrepentimiento por minimizar el virus e insistió que su impulso para reabrir el país en primavera fue correcto, a pesar de la avalancha de muertes que sucedieron después. “Creo que fue una buena decisión porque mira cómo está creciendo la economía”, dijo Trump.

Rara vez se ha acercado a quienes han perdido seres queridos en la pandemia. La mañana después de que su esposa, Melania Trump, ofreció un mensaje de empatía en la convención, reconoció que muchos le han preguntado por qué no lo hace. “Lo sé, lo entiendo”, dijo. “Sí leo eso mucho y veo eso mucho. Pero siento una tremenda pena y aflicción por… esto nunca debió haber pasado”. Incluso al decir que sentía empatía, fue incapaz de sostenerlo durante una frase completa antes de pasar a de quien era la culpa.

Sus peores momentos desde que se convirtió en presidente, afirmó, fueron el día que arrancó el juicio político, que según él fue una injusticia, y la noche en que el senador John McCain, republicano de Arizona, emitió el voto clave que hizo fracasar el intento de los republicanos de revocar el programa de servicios de salud del presidente Barack Obama. Reconoció en ese momento que el trabajo era más difícil de lo que esperaba.

Ahora afirma que es más difícil debido a los ataques que sufre. “Es más difícil porque he tenido dos trabajos”, dijo, ser presidente y “también tengo que defenderme constantemente de un grupo de maniáticos que están totalmente, que han, ya ves, que se han salido totalmente del carril”.

En vista de esta situación, ¿en alguna ocasión consideró la posibilidad de no postularse para un segundo periodo? “Nunca lo consideré siquiera”, dijo. Aseguró estar listo para otros cuatro años. “Me siento bien. Creo que me siento mejor que hace cuatro años”.

 

Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca y ha cubierto a los últimos cuatro presidentes para el Times y The Washington Post. También es autor de cinco libros, el más reciente de ellos se titula Impeachment: An American History.

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