Las elites del planeta, las mayores víctimas

Jorge Faljo / Faljoritmo
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Las primeras señales de la entrada de la pandemia en fase fifí venían de un lugar alejado, del tercer mundo, y tal vez por eso no le prestamos suficiente atención. Se trataba de Irán.

El 25 febrero el viceministro de Salud iraní dio una conferencia de prensa para calmar las inquietudes sobre el coronavirus. Mientras hablaba era evidente que se limpiaba el sudor y tenía tos. Horas después transmitió un video, en bata de hospital, diciendo que estaba infectado.

Dos días más tarde se supo que la vicepresidenta iraní para Asuntos de la Mujer y la Familia, había presentado síntomas en una reunión del Consejo de Ministros y se puso en cuarentena. Poco después supimos que por lo menos 24 miembros del Parlamento resultaron positivos. Otros enfermos son el vicepresidente del país y los ministros de Cultura y el de Industria. Han muerto varios altos funcionarios del gobierno y de la Guardia Nacional.

Irán oculta la información, pero es evidente que el golpe a la elite política es mayúsculo. Sabemos que no reaccionaron a tiempo y de manera contundente; pero esa no es toda la película.

En Estados Unidos por lo menos tres senadores republicanos y un demócrata, así como el jefe de personal de la Casa Blanca, recién nombrado por el presidente Donald Trump entraron en cuarentena voluntaria por 14 días tras haber saludado de mano a alguien que posteriormente resultó positivo.

Un importante representante estadunidense, Nadler, propuso que cada quien se fuera a su casa dado el riesgo de permanecer juntos. Pero Nancy Pelosi, la líder indiscutible, dijo “somos los capitanes del barco, los últimos en abandonarlo”.

Resulta que el secretario de Prensa de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, dio positivo a la prueba del coronavirus. Este secretario de Prensa y el propio Bolsonaro acababan de regresar de un encuentro con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y existe la posibilidad de que haya sido en esa visita que se contagió el primero. Bolsonaro dijo que se hizo la prueba y salió negativo; es decir que no está enfermo. El presidente Trump se niega a hacerse la prueba.

El caso es que el virus, al igual que con funcionarios en Irán se ensaña en los líderes políticos estadunidenses. Pero no únicamente.

La señora Trudeau, esposa del primer ministro de Canadá tiene la enfermedad; tanto ella como Justin Trudeau se encuentran ahora en cuarentena.

La ministra española para la Igualdad, dio positivo y se colocó en cuarentena con su pareja, el vicepresidente segundo del gobierno español. La reina Letizia había saludado de beso a la ministra; así que, por si acaso, los reyes se hicieron la prueba y resultaron negativos. Pero de cualquier modo la reina suspendió todas sus actividades y se encuentra en observación. También decidieron recluirse los presidentes de Portugal y el de la Eurocámara.

El mundo del deporte se está cimbrando por el contagio. Notables deportistas de equipos de futbol de España, Italia y Alemania han dado positivo y en algunos casos todo el conjunto se ve obligado al aislamiento.

Ah, y no olvidemos a uno de mis actores preferidos, Tom Hanks, que con su esposa son enfermos confirmados.

Es evidente que todos estos personajes de alto nivel, lo más granado de las elites del planeta, se están contagiando mucho más que los demás. Y no se contagian por sus contactos con los ciudadanos de a pie. Se contagian entre ellos mismos; en este momento son las mayores víctimas, y también los principales difusores de la pandemia.

Es el caso del presidente de la Bolsa Mexicana de Valores, Jaime Ruiz Sacristán que no fue a la Convención Nacional Bancaria que acaba de tener lugar en Acapulco porque tiene el coronavirus; tampoco fue, por alguna poderosa razón el director general de la Bolsa, Oriol Bosch.

Por mi parte si hubiera tenido que elegir entre ir a la Convención Bancaria o subirme al metro de la Ciudad de México, lo segundo sería lo más saludable. No me cabe duda de que, entre la elite financiera, muy viajadora, algunos hayan regresado en los últimos días de Estados Unidos, o de Europa donde tuvieron encuentros de alto nivel. Entre ellos se encuentra el riesgo mayor.

En este contexto se explica la muy dura, pero racional prohibición de la entrada de vuelos procedentes de Europa a Estados Unidos. Lo mismo hace Turquía y son ya muchos los países que están restringiendo vuelos y tomando medidas asociadas.

En América Latina, Perú detuvo la entrada de vuelos procedentes de Asia y Europa. Bolivia prohibió las conexiones a Europa. 

Argentina suspenderá a partir del martes 17 de marzo los vuelos desde China, Corea del Sur, Japón, Irán, Europa y hasta desde Estados Unidos. Solo podrán operar vuelos de la compañía nacional, Aerolíneas Argentinas, con el propósito de repatriar a sus ciudadanos. Además, todos los que lleguen de países con epidemia tendrán que pasar por un periodo de 14 días de cuarentena.

Las suspensiones de vuelos internacionales muestran que estos países ya entendieron que el coronavirus viaja en jet. Es así que se esparció por todo el planeta y ahora parece preferir primera clase.

Frente al coronavirus hay mucho que hacer y hay múltiples ejemplos. En otros países se habilitan hoteles para facilitar la cuarentena de sospechosos; en Estados Unidos la Guardia Nacional reparte alimentos a los hogares en cuarentena; hay diversas maneras de facilitar el aislamiento.

Lo verdaderamente urgente en México es suspender los vuelos, o poner en cuarentena a los viajeros internacionales provenientes de países con el virus. Tal vez si les digo a mis amigos de la Cuarta Transformación que se trata de un contagio fifí tomen alguna de esas precauciones.

 

 

Un clavo en el zapato globalizador

Jorge Faljo / Faljoritmo
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El nuevo virus ya alteró la vida de miles de millones de personas. En todo el mundo decenas de millones siguen encerrados en sus casas, se han suspendido clases para unos 300 millones de niños y jóvenes, también por millones se cuentan los que se ven inmovilizados en sus pueblos, ciudades o regiones. Los fans deportivos enfrentan el cierre de cada vez más estadios y los juegos se transmiten por televisión sin espectadores.

¿Volverá la vida a la normalidad dentro de unos meses? Esperemos que en buena medida así sea. Pero también es deseable que algunas cosas cambien a fondo porque la epidemia ha puesto en evidencia la fragilidad en que nos ha colocado la excesiva interdependencia de las economías, de las cadenas de producción. Empezando por el tema de la salud.

         Hay un resurgimiento mundial del sarampión y en la Ciudad de México acaban de ocurrir varios casos. La situación está siendo bien atendida y no pasará a mayores. Sin embargo, según la OMS para evitar una epidemia debe haber un 95 por ciento de gente vacunada y México se encuentra por debajo de ese porcentaje. De acuerdo a la secretaria de Salud de la Ciudad de México, la doctora y experta epidemióloga, Oliva López Arellano, desde el año 2010 ha habido un desabasto permanente. La doctora explica que el país era autosuficiente hasta que dejó de producir vacunas en los años 80. Este es el punto importante. El país abandonó la producción de muchos productos para comprarlos en el exterior guiado por un criterio estrictamente financiero.

La India, una potencia mundial en la producción de medicinas genéricas, enfrenta la baja de la producción de muchos de los precursores que importa de China. Así que decidió restringir la exportación de 28 medicamentos, en buena parte antibióticos, para asegurar en primer lugar el abasto de su propia población. Esto puede crear insuficiencias globales en un momento en que pueden incrementarse las infecciones oportunistas en pacientes de Covid-19.

En Estados Unidos se monitorean las existencias de medicamentos; en particular 20 productos provenientes de China y la India y que pueden escasear más adelante.

La Organización Mundial de la Salud señala que hay un desabasto mundial de equipos de protección médica tales como guantes, máscaras médicas, respiradores, googles, protectores faciales, batas y mandiles. Esto afecta sobre todo a los médicos, enfermeras y al personal que combate la epidemia de Covid-19 y que son los que deben estar más protegidos. Lo más incisivo de su declaración es que hay una creciente manipulación del mercado, que el precio de estos equipos es ahora entre tres y seis veces más que hace unos meses y que estos productos se venden al mejor postor.

Sí, así funciona el libre mercado. China y otros países están buscando y comprando en todo el mundo equipos de protección. Sorprende la nota de que Irán le está vendiendo este tipo de materiales cuando es evidente que los necesita internamente. Pero no es realmente Irán como país, ni su gobierno; son sus empresas privadas que, como las de todo el mundo, venden al mejor postor.

El tema salud arroja luz sobre la fragilidad en que nos ha colocado la globalización. Pero no es lo único afectado; impacta la producción de manufacturas, sobre todo automóviles y electrónicos. En parte se debe a una baja en la demanda; también porque el desabasto de algún insumo puede paralizar toda una fábrica. No se puede producir un auto si falta un simple componente; sea electrónico, o el cinturón de seguridad.

De acuerdo al economista en jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –OCDE–, Laurence Boone, ante la epidemia de Covid-19 los mayores corporativos privados del mundo deben revaluar la manera en que operan en una economía globalizada. Sí, y también los gobiernos.

La seguridad nacional debe estar por encima de la contabilidad monetaria.

En Estados Unidos un grupo de congresistas quiere impedir que varias ciudades estadunidenses contraten una gran empresa china para hacerse cargo de la reconstrucción de sus sistemas de transporte. Aducen que eso le proporcionaría a China demasiada información sobre el funcionamiento urbano; peor aún, al tener el control electrónico podría permitirle en un momento dado paralizar estos sistemas de transporte. No es lo mejor comprarle al mejor postor, debe considerarse la seguridad interna.

No solo seguridad, el bienestar social debe pesar en la toma de decisiones.

México era un fuerte exportador de maíz y otros granos hasta los años setenta. La producción campesina dispersa, en pequeñas unidades familiares, de ganado vacuno, porcino, aves y huevo era sumamente importante y su incremento sustentó durante décadas la elevación de la nutrición y el bienestar de la población. Hasta que nuestra elite, nuestros graduados en universidades extranjeras, nos vinieron a contar que era mejor comprar nuestros alimentos a los eficientes productores externos que a los ineficientes nacionales.

De ese modo condenaron a la emigración y a la destrucción familiar a millones de mexicanos. A hijos que no heredaron los valores de sus padres. A la dependencia de las familias y del país de las remesas que vienen del norte. En vez de producir aquí.

Esperemos que este virus nefasto sea un clavo más en el féretro de la globalización excesiva; de la mera contabilidad sin visión de país y sin compromiso social. Esto fue por lo que los mexicanos votamos; urge acelerar el paso.

 

 

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