La OEA, una historia como cómplice de
alianzas provechosas para Estados Unidos

* En los últimos años sus esfuerzos se han centrado en Venezuela, Bolivia y Cuba * Cuartelazos y multilateralismo intrusivo

Blanche Petrich / La Jornada
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Con nuevos lenguajes y conceptos sobre el fortalecimiento de la democracia, los derechos humanos y la seguridad hemisférica, que se han puesto al día de acuerdo con las reglas de la globalización, la Organización de los Estados Americanos (OEA), que nació en plena Guerra fría (1948) para reorganizar la hegemonía de Estados Unidos en el continente, sigue a la fecha utilizando recursos como el aislamiento diplomático, sanciones comerciales y económicas, suspensión y amenazas de intervención en contra de los gobiernos que desafían la línea que se traza en Washington.

En los últimos seis años, la Secretaría General de la OEA se involucró a fondo en tres procesos de intervención para imponer cambios de gobierno: Venezuela, Bolivia y Cuba. En los tres fracasó. Al menos hasta ahora.

Este multilateralismo intrusivo, como le llaman algunos diplomáticos, se ha alejado de los principios fundacionales de la Carta de la OEA para descalificar y desplazar a los gobiernos de Nicolás Maduro, Evo Morales, en su momento, y más recientemente Miguel Díaz-Canel; a los tres se les acusa de haber roto la institucionalidad democrática.

A la vuelta de los años, ninguna de estas campañas diplomáticas operadas por el secretario general Luis Almagro funcionó. El uruguayo seguirá conduciendo este órgano, que hoy sufre un descrédito difícil de remontar, hasta 2025.

Un repaso de la trayectoria de la OEA, en sus más de siete décadas de vida, recuerda momentos como estos:

Cosecha de dictadores

Es significativo que antes de la fundación de la OEA se creara en Río de Janeiro el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), en agosto de 1947. Establece que todo ataque militar contra un Estado americano constituirá un ataque contra todos los estados americanos y en consecuencia sus miembros se comprometen a hacerle frente, militarmente, de manera conjunta.

El imprescindible periodista argentino Gregorio Selser, en su enciclopedia Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, pregunta: ¿Miedo a una agresión extracontinental? ¿A qué realmente temían? Sólo hay una respuesta: detener el avance de los movimientos de liberación nacional y de las fuerzas progresistas en su conjunto.

         Era la época de los cuartelazos en América Latina. En República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, y en Nicaragua, Anastasio Somoza, primera figura de un linaje de dictadores que mantuvo las riendas hasta 1979, campeaban a sus anchas. En Guatemala la CIA intrigaba ya contra el reformista Juan José Arévalo por sus “ideas bolcheviques”. En Colombia es asesinado el liberal Jorge Eliécer Gaitán (lo que da inicio a un interminable ciclo de violencias) y en Honduras gobierna un dictador, Tiburcio Carías, empleado de la United Fruit Company. En Paraguay el dictador Alfredo Stroessner reprime a los opositores.

En ese contexto nace en abril de 1948, en Bogotá, la OEA. Y continúa la cosecha de golpes castrenses contra gobiernos reformistas. En Perú, Manuel Odría derroca y prohíbe la Apra (Alianza Popular Revolucionaria), de corte nacionalista. En Venezuela, una junta militar depone a Rómulo Gallegos y deja libre el camino para la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En Costa Rica fracasa un golpe de la CIA contra José Figueres.

Ningún golpe de Estado es sancionado por la incipiente OEA. Los gobiernos dictatoriales que alegremente cotizan sus votos bajo la mesa del Departamento de Estado combaten ferozmente cualquier asomo de izquierda en sus países.

La OEA estrena su músculo con la invasión a Guatemala para derrocar a otro reformista, Jacobo Árbenz, en 1954. Durante la Conferencia Interamericana que se celebra en Caracas se acusa a Guatemala de servir de cabeza de playa para la Unión Soviética. México objeta la resolución, alegando el principio de no intervención.

La OEA no se reúne para defender a Guatemala. Lo contrario: Perú, Cuba, Honduras, Panamá, Haití, República Dominicana (todas dictaduras) y Estados Unidos convocan a un consejo de la OEA para considerar la “intervención comunista” en ese país. Pero antes cae Árbenz, asume el poder el dictador Carlos Castillo Armas y se abre en Guatemala un periodo de guerras que no cesarían sino hasta 1996. México da asilo al médico argentino Ernesto Guevara, el Che.

Tráiganme un pelo de las barbas de Castro: Somoza

El triunfo de la Revolución cubana rompe la hegemonía que Estados Unidos pretende para un continente bajo su dominio. Tan pronto comienzan a gobernar los revolucionarios en La Habana, Estados Unidos empieza con incursiones armadas, actos terroristas, sanciones comerciales, propaganda y presiones políticas. La OEA es uno de sus campos de batalla.

No tarda en resolver que Cuba representa una amenaza a la seguridad colectiva. Somoza, Trujillo, Stroessner y François Duvalier, el Papa Doc de Haití, esgrimen así su credo democrático y en la conferencia de San José, Costa Rica, en agosto de 1960, sientan la estrategia contra la isla. De ahí viene el nombre con el que el Che Guevara bautizó a la OEA: el ministerio de colonias de Estados Unidos. Selser la llamó la Celestina del imperio.

Llega John F. Kennedy a la presidencia estadunidense. El viejo objetivo se sostiene: blindar a la región contra cualquier intento reformista o revolucionario.

Así es como en abril de 1961, con la bendición de la OEA, salen de Puerto Cabezas, Nicaragua, miles de mercenarios hacia Bahía de Cochinos. Luis Somoza, el dictador en turno, acude a despedir a las tropas invasoras: Tráiganme unos pelos de la barba de Castro, pide.

La incursión es un fracaso. Las tropas castristas ganan en toda línea.

Mientras siguen los cuartelazos en Ecuador, El Salvador, Brasil, República Dominicana, Guatemala, Venezuela, Perú y Argentina, Duvalier se declara presidente vitalicio. En ese periodo no se levanta ni una sola moción en la OEA para sancionar esas dictaduras. Trujillo es asesinado en 1961.

Surge una importante definición hecha por el secretario de Defensa Robert McNamara en la Conferencia Económica de la OEA, en agosto de 1960, en Punta del Este: Sin seguridad no hay progreso económico. Esto es: los fierros antes, los dólares después. En esa misma reunión Ernesto Guevara, entonces ministro de Industrias de Cuba, preconiza el fracaso de la Alianza para el Progreso. De Montevideo, Guevara viaja a Brasilia y se reúne con el presidente Janio Quadros, herejía que le vale al mandatario brasileño un golpe de Estado.

Cuando se presenta la llamada Crisis de los Misiles (octubre 1962, por el despliegue de cohetes soviéticos en territorio cubano) y la humanidad se pregunta si no está a la puerta de una tercera Guerra Mundial, la OEA se alinea con Estados Unidos. La crisis se desarticula cuando Nikita Jrushchov retira sus misiles.

Es en ese contexto en el que en una reunión de cancilleres de la OEA en Washington (julio de 1964) se decide el bloqueo total en contra de Cuba. México da el único voto en contra.

Ese mismo año es derrocado otro reformista en Brasil, Joao Goulart. La Junta Militar pone en marcha la aplicación de la famosa Doctrina de Seguridad Nacional, que en los 20 años siguientes habrá de tener resultados nefastos en el Cono Sur.

Los golpistas brasileños resultan ser muy funcionales para Estados Unidos. En 1965, con el objeto de reprimir el intento que pretende regresar a la presidencia al mandatario elegido Juan Bosch, Estados Unidos invade República Dominicana. Para disfrazar la ocupación, en 1995 la OEA forma una Fuerza Interamericana para sustituir a los marines invasores con tropa de Brasil.

México una vez más se opone con un importante pronunciamiento de protesta del canciller mexicano Antonio Carrillo Flores. (Un dato curioso registrado por Selser: Duvalier vendió su voto en 25 millones de dólares, pero Estados Unidos nunca le pagó).

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Ante vacíos de la OEA, en América Latina
han operado otras iniciativas regionales

* Contadora, Grupo de Río y Cumbre Iberoamericana impulsaron el principio de solución pacífica

Blanche Petrich / La Jornada
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Estas dos conversaciones del entonces secretario de Estado estadunidense Henry Kissinger con el dictador chileno Augusto Pinochet y con el canciller de la dictadura argentina César Guzzetti –en 1976– fueron grabadas, transcritas y clasificadas top secret en Washington. En la primera, Kissinger, el gran arquitecto de los golpes militares del Cono Sur en la década de los 70, le dice a Pinochet: en Estados Unidos simpatizamos con lo que ustedes están haciendo aquí.

En la segunda simplemente aconseja que los militares en Buenos Aires apliquen el método chileno, pero en menor tiempo. Entendemos que ustedes deben restablecer su autoridad. Si tienen que hacer ciertas cosas, háganlas pronto, de modo que al menor plazo posible puedan volver a la normalidad.

En medio del régimen de terror, la OEA había decidido que su VI Asamblea General se celebrara en el Chile de Pinochet, en 1976. Acuden 23 cancilleres, entre ellos Kissinger. México no asiste. Ahí queda nítida la vocación de la Organización de los Estados Americanos (OEA) con los supuestos principios democráticos de la época. Los generales Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla no tienen nada de qué preocuparse.

La primera conversación ocurre antes de que Kissinger pronuncie su discurso. Le agradece a Pinochet la acogedora bienvenida. El dictador le responde que los chilenos son gente cálida y cordial, por eso no aceptan el comunismo. Kissinger le asegura que ante la posibilidad de que el Congreso en Washington ordene un recorte a la asistencia militar para Chile, en su discurso de esa tarde ante la Asamblea General voy a tener que tocar el tema de los derechos humanos; pero lo haré en un contexto global, sin aludir a Chile, sin hablar de sanciones. Quiero que usted entienda por qué lo hago.

Pocas horas después tranquiliza de la misma manera al canciller de la Junta Militar argentina. Obviamente, los cancilleres de la asamblea no condenan las masacres, el genocidio y las torturas que, se sabe, ocurren sistemáticamente en el Cono Sur.

En 1980, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) logra enmendar, en parte, la grave omisión de la OEA. Las Madres de la Plaza de Mayo consiguen que la organización visite Argentina, entre a varias prisiones, entreviste a cientos de víctimas y emita un informe demoledor.

Algo del contexto: en los albores de la década de los 70 se multiplican en la región algunos focos guerrilleros. Richard Nixon llega a la Casa Blanca junto con Kissinger.

Cuba sigue sin tener relaciones diplomáticas con las naciones latinoamericanas hasta que Omar Torrijos llega al gobierno en Panamá y le tiende la mano. En Chile ya se perfila el triunfo del socialista Salvador Allende, pero también los indicios del gran operativo de desestabilización.

La CIA nombra subdirector a Vernon Walters, quien ya tiene experiencia en operar golpes de Estado, como el de Brasil y el del coronel Hugo Bánzer contra un presidente progresista, Juan José Torres. En Haití, a la muerte de Papa Doc, Estados Unidos cobija a su heredero Baby Doc, Jean Claude Duvalier. La OEA, muy bien, gracias. Ya en La Moneda, Salvador Allende es el primer mandatario latinoamericano que se atreve a invitar a Fidel Castro. Su visita hace historia. Y genera histeria en Estados Unidos.

El 11 de septiembre Allende es derrocado y asesinado. Tres meses antes, en Uruguay una junta cívico-militar también se apodera del poder.

En marzo de 1976, un triunvirato militar derroca a la presidenta María Estela Martínez de Perón. Entra en acción el Plan Cóndor, diseñado y coordinado por los servicios de seguridad de Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay, en colaboración con la CIA, de Estados Unidos, para aniquilar a la izquierda opositora.

Gunboat diplomacy: Granada y Panamá

En 1979 en Nicaragua avanza el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Estados Unidos hace un último esfuerzo para salvar a la dinastía somocista, intentando movilizar a la Fuerza Interamericana para apoyar un gobierno de reconciliación, pero esta vez la OEA no lo apoya. México y cinco naciones más rompen relaciones con Managua. Apenas cae Somoza, Estados Unidos empieza a organizar la contrarrevolución.

En la década de los 80 se vive intensamente el conflicto armado en Centroamérica, con el FMLN en El Salvador y la URNG en Guatemala. También en Colombia crece la presencia de las fuerzas rebeldes. En contraste, en Argentina se implanta el modelo del paramilitarismo, con la Triple A. Muchos otros países replican esta nueva herramienta represiva con sus respectivos escuadrones de la muerte.

En 1981 llega Ronald Reagan a la presidencia en Washington y Estados Unidos escala su participación en las contrainsurgencias. Alimenta el fuego en Nicaragua, armando a la contrarrevolución y estableciendo bases militares en las naciones vecinas.

En la OEA no hay ni voluntad política para impulsar el principio de la solución pacífica de las controversias. Ante el vacío en la diplomacia continental surgen otras iniciativas regionales: la iniciativa Franco-Mexicana para El Salvador, el Grupo Contadora que propone una salida pacífica sin intervención estadunidense, el diálogo de Esquipulas que logra que todos los gobiernos centroamericanos avalen el acuerdo de Contadora. Y más adelante el Grupo de Río, Grupo de los Ocho y ya en la década de los 90, la Cumbre Iberoamericana (iniciativa de México) en la que están incluidas Cuba y España, pero no Estados Unidos y la Cumbre de Las Américas, la respuesta de Bill Clinton.

Mientras Contadora, integrado por México, Venezuela, Colombia y Panamá, concita el respaldo de 17 países latinoamericanos y del Consejo de Seguridad de la ONU, Ronald Reagan sugiere que Estados Unidos podría revivir en Nicaragua la diplomacia de los cañones (gunboat diplomacy).

Pretexto a la medida del gobierno de Reagan

En 1983, el primer ministro de Granada, isla del Caribe, Maurice Bishop, decide entablar relaciones con sus vecinos cubanos y pide ayuda para la construcción de un aeropuerto. Es el pretexto que espera Reagan. En octubre hay un intento de golpe de Estado para derrocar a Bishop y en pocos días el portaviones Independence de la Marina estadunidense acosa a la isla. Cerca de 2 mil marines (y menos de 300 soldados caribeños, para aparentar una operación militar conjunta) invaden la isla. Bishop, varios de sus ministros y una docena de trabajadores cubanos son asesinados. La OEA reacciona declarando que la ocupación no se justifica.

Al año siguiente, para evitar el desembarco de buques petroleros en Nicaragua, Estados Unidos siembra minas para bloquear todos los puertos nicaragüenses. Como la OEA no atiende la demanda del gobierno de Managua, recurre a la Corte Penal Internacional de La Haya, que falla a su favor dos años después.

Lo que sigue es la crisis panameña y una invasión militar (diciembre de 1989) en la que, por su brutalidad, incluso viola los mismos principios legales del TIAR. El presidente George Bush había decidido que el general Manuel Antonio Noriega, antiguo agente de la CIA, traficaba drogas y decide capturarlo. Noriega se hace relegir en un proceso cuestionado y eso desata la crisis. Los marines desembarcan, bombardean e incendian el antiguo barrio El Chorrillo, una matanza por la cual nadie ha sido juzgado, y hacen jurar como nuevo presidente en un portaviones estadunidense a su incondicional Guillermo Endara.

Hay una sola ocasión en la que una nación latinoamericana fue efectivamente atacada por una potencia extracontinental. Fue en 1982, durante la guerra de las Malvinas. La dictadura decidió lanzar un operativo para recuperar las Islas Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña desde el siglo XIX. En pocos días la desprovista armada argentina fue derrotada con un alto costo humano (650 jóvenes soldados argentinos muertos). La OEA se dividió. Los países hispanoparlantes apoyaron a Argentina y los angloparlantes, entre ellos Estados Unidos y Canadá, avalaron a Londres. Estaba plenamente justificada la entrada en acción del TIAR, pero nadie lo invocó.

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Sin brío y desprestigiada, la OEA encara
la apuesta de AMLO de privilegiar la Celac

* Las Misiones de Observación Electoral aceleraron el descrédito del ente hemisférico * Este año y 2022, cruciales para que el organismo refrende su protagonismo

Blanche Petrich / La Jornada
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La idea de volver a castigar a Cuba desde la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha resurgido bajo la batuta del secretario general del organismo, Luis Almagro, a raíz de las protestas populares en varias ciudades de la isla. Esta ofensiva diplomática para generar lo que el presidente Joe Biden llamó cambios drásticos –léase cambio de gobierno– en un país que ni siquiera es miembro activo del organismo, no ha conseguido aún consenso entre los países miembros. El 28 de julio pasado ni siquiera alcanzó consenso para reunir al Consejo Permanente. La iniciativa entró en impasse.

Pero volverá a estar sobre la mesa, ya que el gobierno de Biden ha prometido que contra La Habana van con todo. La vieja descripción del organismo interamericano hecha por el líder cubano Fidel Castro como ministerio de las colonias en 1962 parece tener vigencia en la actualidad.

Sólo que el siglo XXI no es igual que los años 60 del siglo XX. Y la OEA es un organismo que, indudablemente, ha ido perdiendo influencia.

En una entrevista a Natalia Saltalamacchia, experta en multilateralismo y profesora del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), publicada en 2013 en la revista Foreign Affairs, reconoce que la proliferación de organismos regionales que se registran desde los 80 (Contadora, Grupo de Río, Cumbre Iberoamericana y las posteriores Unasur, Alba y otros) debilitan a la OEA. Pero, agrega, Estados Unidos también ha perdido interés. Es complicado pensar que la OEA responde de manera inmediata a los designios de Washington. Le es mucho menos útil que antes.

Durante la última década del siglo XX se disolvió la amenaza comunista y los conflictos armados que aún estaban vivos en Centroamérica difícilmente se podían explicar únicamente como producto de la injerencia soviética en la esfera de influencia occidental.

En El Salvador, por ejemplo, el estallido de la guerra civil que empezó con el asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero por parte del régimen (1980) y precipitó su fin por la masacre de los jesuitas directivos de la Universidad Centroamericana (1989) concluyó con un acuerdo de paz que no se logró por intermediación de la OEA, sino por el aliento de otros países, México entre ellos.

El proceso guatemalteco, con sus particularidades, fue parecido y culminó en 1994. El único rol de la OEA fue como testigo de los procesos electorales, ya que desde 1991 entraron en acción las Misiones de Observación Electoral.

El vuelco y el ALCA… al carajo

Con el cambio de siglo, el mapa latinoamericano dio un vuelco. Primero fue Hugo Chávez, quien ganó la presidencia en Venezuela en 1999. Le siguieron Néstor Kirchner, en Argentina; y Lula da Silva en Brasil en 2003; Evo Morales, en Bolivia (2006); Rafael Correa, en Ecuador (2007); Fernando Lugo, en Paraguay (2008); Pepe Mujica, en Uruguay (2010). Esta ola progresista, con algunos mandatarios más radicales que otros, cambió el equilibrio de fuerzas en la región y, por supuesto, en la OEA.

En 2009 la OEA deja sin efecto la anacrónica suspensión con que castigaron a la isla 45 años antes. Sólo que La Habana tiene poco interés en reintegrarse.

Escasos momentos ilustran mejor la influencia que alcanzaron como bloque regional que el fracaso del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), que George Bush hijo intentó hacer aprobar en la Cumbre de las Américas en Río de la Plata, en 2005. Con el comercio como idea de gran motor del desarrollo, el ALCA representaba la subordinación de las economías a las grandes empresas y, con mayor énfasis, el reforzamiento del aislamiento de Cuba.

La falta de consenso forzó la suspensión de las negociaciones para el ALCA. Hugo Chávez celebró el momento con su famoso “ALCA… ¡al carajo!”

Políticamente, el momento se fue desgastando por diversas causas y sufriendo los llamados golpes blandos (como el que derrocó a Dilma Rousseff en Brasil en 2016) o golpes de Estado al viejo estilo, en Honduras, en 2009. Esta ha sido la única vez que se aplicó la Carta Diplomática de la OEA y Honduras fue suspendida del organismo hasta que restituyó los mecanismos de democracia institucional.

Diálogo suspendido

Varios gobiernos y analistas admiten que el diálogo entre los países en América está suspendido. En una región polarizada, donde el consenso es casi imposible. La OEA es conducida por un secretario general, Almagro, que crispa aún más las relaciones y que abandera activamente su propia agenda.

En 2015 la larga crisis venezolana se agudiza cuando el presidente Nicolás Maduro suspende el referendo revocatorio, aplaza elecciones regionales y desconoce el resultado de una elección parlamentaria. Almagro pone sobre la mesa, no un mecanismo de solución negociada, sino la opción de una intervención militar. En 2017 propone la invocación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Además de la Argentina de Mauricio Macri, el Brasil de Jair Bolsonaro, el Chile de Sebastián Piñeira y la Colombia de Iván Duque, vota un señor, Gustavo Tarre, que no representa a un país, sino a un político venezolano, Juan Guaidó. La moción no prospera.

Pese a que Almagro nunca habló de una negociación para Venezuela, hoy, por iniciativa de México y Noruega, gobierno y oposición venezolanos volvieron a sentarse para dialogar. Llevan ya tres rondas. Y el cambio de gobierno forzado está fuera de la agenda.

En Bolivia, en las elecciones de 2019, Evo Morales iba por su cuarto término. Gana por escaso margen. Pero se filtra un informe preliminar y erróneo de la Misión de Observación Electoral de la OEA, que asegura que hubo fraude. Se exige que Morales reponga el proceso electoral y accede. Pero el golpe militar ya está en marcha. Once días después, la OEA reconoce la presidencia de la golpista Jeanine Áñez, en medio de matanzas que han sido documentadas.

Menos de un año después, la historia se revierte. Luis Arce, del mismo movimiento que Evo, gana las elecciones. La maniobra de Almagro tiene un alto costo: el desprestigio de las Misiones de Observación Electoral.

¿Hay futuro para la OEA?

¿La OEA está agotada o tiene posibilidades de seguir siendo la piedra angular de las relaciones en el continente?

México entró de lleno a este debate con la postura esbozada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, en julio, de privilegiar un mecanismo de representación regional como la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac) por encima de la OEA. Esto generó interrogantes y expectativas en las cancillerías. ¿Qué se propone concretamente para reforzar la Celac? ¿Hay dinero para financiar un proyecto así? ¿Con cuántos aliados cuenta México en esta iniciativa?

Nada indica que se vaya a dar una retirada masiva de estados miembros de la OEA. Sin embargo, el mero hecho de que el gobierno de México, el segundo mayor país de nuestra América haga esto, nos indica la profunda crisis, no sólo de la OEA, sino del sistema interamericano, escribe Jorge Heine, de la Universidad de Boston, en un artículo publicado en el diario chileno La Tercera.

Este año y el siguiente serán cruciales para determinar la evolución geopolítica y la recomposición de los equilibrios de fuerzas entre los países latinoamericanos. Hay en el horizonte tres elecciones presidenciales en las que los candidatos de centroizquierda están bien posicionados. Este mes en Chile; el año próximo en Brasil y Colombia. La moneda está en el aire.

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