El pagador de Luis Buñuel

* Cuando muy joven, Carlos Ferreyra fue quien, como secretario del productor de cine Gustavo Alatriste, acudía a la vallesina casa de Luis Buñuel para entregarle su cheque mensual * El destacado periodista escribió la historia para nuestros lectores

Carlos Ferreyra / Libre en el Sur
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Luis Buñuel, El divino sordo, apareció un día en la oficina de Gustavo Alatriste, de quien yo era secretario particular.

Como sucede en esos niveles, pienso que el cineasta, de gesto adusto pero de educada corrección en el trato, ni siquiera se percató de mi existencia.

Alatriste y Buñuel tenían una cercanía amistosa, favorecida por la filmación de las primeras películas patrocinadas con la actuación de Silvia Pinal como personaje estelar.

Tras Viridiana, vino El ángel exterminador y finalmente San Simón el estilita, comercialmente Simón del desierto, ésta por cierto, un bodrio malhecho y en el qué hay fallas de edición que a Buñuel no le importaron.

La comercialización de las dos primeras en los países socialistas, se realizó en términos de intercambio. Cada exhibición de las buscadas cintas, significaba una nutrida cantidad de películas para comercializar en México.

El escaso mercado no desanimó a Alatriste que, ingenioso, le permitió crear los célebres cine clubes.

Con Buñuel fuera de los circuitos europeos donde gozaba de enorme prestigio, el empresario decidió asalariarlo con el compromiso de no contratar durante cierto período de años, para ninguna nueva obra.

Un cheque por 50 mil pesos le era entregado religiosamente. Entre mis deberes estaba el hacerle llegar el documento, lo que aprovechaba para acudir a la Cerrada de Félix Cuevas, donde vivía.

A la entrada de la vivienda había una especie de barra de madera muy brillante. Atrás el aparador con botellas y copas. Y hasta allí llegaba yo, dejaba el cheque sobre el mueble y me despedía.

Tuve ocasión de charlar, cuando dos periodistas, Froylán C. Manjarrez, joven escritor culto, y Ramón Pimentel, fiel militante marxista, se empeñaron en una discusión.

La cuestión era la presencia de borregos en el vestíbulo donde se filmaba El Ángel y la irrupción de un osezno provocando el pánico entre los animales.

Hábil, gentil y muy conciliador, Buñuel le dio la razón a ambos y los felicitó: el primero razonaba la necesidad de romper una secuencia que sólo ocupaba una estrecha sala; el segundo, hablaba de la primacía del oso (soviético, claro) sobre la borregada del mundo.

El estudio original de la casa

En la misma cinta hay otras escenas que le permitieron acrecentar su fama, pero en San Simón, los errores son fatales y pese a que se le hicieron saber no quiso rectificarlos.

Cuando el Diablo se acerca en un ataúd a la columna de Simón, se aprecia claramente la reata con que es arrastrado. Por el cielo pasa un avión y esta escena debió repetirse porque al cineasta se le ocurrió que esa aeronave de curso accidental, fuera parte de la obra y pasara exactamente sobre el estilita.

Con frecuencia se celebraban reuniones en la casa de Buñuel; acudía lo más granado de la intelligentsia nacional e internacional residente en nuestro país, para degustar platillos ibéricos y caldillos de La Rioja o de Rivera del Duero.

Eran convivios tranquilos de mucha discusión en temas del pensamiento y claro, en el centro siempre la obra buñueliana.

Concurrentes habituales, Paco Ignacio Taibo además de algunos directores de cine de origen peninsular. Se recuerda a Gabriel García Márquez que poco antes o en esa época dirigía la revista Sucesos, propiedad de Alatriste.

A la editorial acudía con frecuencia, pero sólo establecía contacto con el dueño. Los demás, repito, éramos casi invisibles aunque nos trataba con corrección de caballero antiguo.

Por la sencillez con que llegaba, saludaba y se encerraba con Alatriste mientras éste seguía trabajando, nadie que buscaba su amistad. Incluso los periodistas cuando lo topaban en elevador o escaleras, lo saludaban y nada más.

Siento que lo mirábamos como otro más del equipo empresarial, pero sin calibrar su valía. Ni conocer los reconocimientos que en el mundo le habían adjudicado.

Conocerlo, tratarlo así fuese superficialmente, fue una experiencia invaluable. No siempre la genialidad camina de las manos de estos símbolos casi sagrados.

La casualidad y el don para aprovecharla son definitivamente parte de su genialidad…

La casa

Luis Buñuel vivió en su casa de Cerrada de Félix Cuevas 27, en la actual colonia Tlacoquemécatl Del Valle, desde el 3 de marzo de 1954 hasta su muerte en julio de 1983. Un total de 29 años. Luego siguió habitándola su esposa hasta su muerte en 1994. Fue construida por el arquitecto español Arturo Sáenz de la Calzada. Buñuel le pidió que la fachada fuera a ladrillo y la chimenea de piedra volcánica.

En Memorias de una mujer sin piano, su esposa Jean Rucar escribió: “La casa de Félix Cuevas se encontraba casi en las afueras de la ciudad: a lo lejos se veía un pueblecito, Coyoacán. Alrededor, grandes extensiones de tierra en donde pastaban las vacas, paseaban manadas de borregos entre los campos sembrados de maíz. Un solo tranvía nos dejaba en el centro. En 1952 compramos el terreno y construimos la casa. Costó 300 000 pesos. Al fin dejamos de ser nómadas y comenzamos a echar raíces”.

En 2010 el Ministerio de Cultura de España compró la casa a los hijos del cineasta por 400 000 euros, e invirtió en su remodelación. Se convirtió en 2013 en un centro cultural, conocido como Casa Buñuel o Casa Museo Luis Buñuel. Tras un conflicto de intereses entre los ministerios españoles de Cultura y Relaciones Exteriores, finalmente fue cedida al gobierno de México, que a la vez la entregó como su sede a la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas.

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