Afganistán: Tumba de imperios

Luis Britto García / Últimas Noticias
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1. Talibán, estudiante de una escuela musulmana religiosa. Estudiemos lo que en Afganistán sucede y aprendamos de sus lecciones.

2. En la guerra, decía Voltaire, de lo que se trata ante todo es del robo. Las tres grandes industrias mundiales son el petróleo, el narcotráfico y el armamentismo. Afganistán es presa favorita de las tres. El United States Geological Survey de 2006 estimó que alberga reservas de 2.9 billones de barriles de crudo y 440 billones de metros cúbicos de gas natural. Aparte de ello, posee yacimientos de oro, carbón, hierro, cobre y litio. Recursos propios siempre atraen dueños ajenos.

3. Estima el Fondo Monetario Internacional que el lavado de dinero ocupa del 2 al 5% del producto interno bruto mundial, y que de esa proporción entre 590 billones y 1.5 trillones de dólares están vinculados al narcotráfico y son manejados por bancos estadunidenses o británicos. Históricamente, Afganistán producía 71% de la heroína del mundo, de la cual se surtía 60% del consumo de dicha droga en Estados Unidos. Si el gobierno no domina a la droga, la droga domina al gobierno.

4. Para perpetuar esta cadena de complicidades era indispensable que Afganistán siguiera cultivando amapola y refinándola en centenares de laboratorios en la frontera con Pakistán. Pero en 1978 toma el poder el socialista Partido Democrático Popular de Afganistán, libera 8 000 presos políticos, anula las deudas usurarias con sus terratenientes de 11 millones de campesinos, impone una reforma agraria que distribuye tierras a 250 000 de ellos, legaliza sindicatos, establece un salario mínimo, separa el Estado de la religión, abre para las mujeres la educación y la participación política, expulsa del partido a los polígamos y prohíbe el cultivo de la amapola. Hacer el bien es más peligroso que dejar hacer el mal.

5. En julio de 1979 el presidente Carter emite una directiva secreta de ayuda de la CIA a los opositores del gobierno socialista. Es una operación que, como el caso Irán-Contras, financia contrarrevolución con narcotráfico. Según confesó posteriormente su asesor en política internacional Zbigniew Brzezinski, con ello “teníamos la oportunidad de darle a la URSS su guerra de Vietnam”, ya que “conscientemente incrementamos la posibilidad de que intervinieran”. Los soviéticos, en efecto, envían asesores y efectivos alegando, fundadamente, que contrarrestan una intervención estadunidense. Lo cual, según Brzezinski, conduce a que “por diez años, Moscú deba mantener una guerra insoportable, que llevó finalmente a la desmoralización y la ruptura del imperio soviético”. No se imagina que está creando un monstruo que tendrá los mismos efectos contra el imperio de Estados Unidos. Durante esa década, éste y su aliada Arabia Saudita dilapidan más de 40 billones de dólares en reclutar y entrenar 100 000 mercenarios extranjeros, pertrechados con 2 000 Fim-Stinger, cohetes que buscan automáticamente el blanco de helicópteros, aviones y tanques. Durante nueve años, el conflicto causa la muerte de entre medio millón y 2 millones de afganos, y desplaza otros 6 millones. A tal crimen, tal castigo.

6. Gorbachov retira el apoyo soviético en 1989; los paramilitares muyahidines toman el poder en 1992, torturan y ejecutan al presidente Muhammad Najibullah, dejan sin efecto las reformas progresistas, imponen la sharia, conjunto de prácticas fundadas en textos religiosos, queman libros, dinamitan milenarias esculturas budistas. La destrucción del socialismo no es la paz: es inicio de una nueva guerra civil entre facciones fundamentalistas, Señores de la Guerra, jefes tribales y diversos grupos étnicos y religiosos. Esta pesadilla es celebrada por la industria cultural estadunidense en la película Rambo III, dedicada explícitamente a los talibanes, a quienes ensalza como “luchadores por la libertad”. Las beatas autoridades restablecen el lucrativo cultivo de la amapola. La religión es opio de los pueblos, el opio religión de los fundamentalistas.

7. Los talibanes, la facción de los muyahidines dominante desde 1995, recibe una oferta de George Bush y Cheney para instalar en el territorio un estratégico oleoducto que debía ser trazado “sobre una alfombra de oro, o de bombas”. Los talibanes la rechazan. Al poco tiempo, son acusados sin pruebas del sospechoso atentado de 2001 contra las Torres Gemelas, a pesar de que los supuestos secuestradores suicidas de los aviones no son afganos, sino sauditas, y de que la familia Bin Laden es socia de negocios de Bush. A falta de oro, durante veinte años diluvian bombas. En ese lapso, Estados Unidos dilapida en Afganistán unos 4 billones de dólares al año, 74 billones en total. ¿Qué sentido tiene este disparate? Señala Pepe Escobar que la derrota en Afganistán fue un holocausto para el devastado pueblo afgano y el contribuyente estadunidense, pero un triunfal negocio para el complejo MICIMATT (Military-Industrial-Counter-Intelligence-Media-Academia-Think-Tank). Según afirmó Julian Assange: “El objetivo es usar Afganistán para lavar dinero fuera de las bases tributarias de Estados Unidos y Europa y a través de Afganistán de nuevo a las manos de una élite trasnacional de seguridad. El objetivo es una guerra interminable, no una guerra exitosa”. La guerra es buen negocio: invierta su hegemonía.

8. La derrota estadunidense se explica por el enorme rechazo popular. Los invasores nada aportan al país: tienen lengua, costumbres y creencias distintas y no respetan las locales; tratan de imponerse por la fuerza bruta, bombardean, destruyen, torturan, asesinan y encierran en campos de concentración a supuestos resistentes, imponen un gobierno títere y se rodean de una élite colaboracionista corrupta. Prácticamente todos los que no forman parte de ella están contra la injerencia, y los talibanes se muestran como la más organizada de las fuerzas que se le oponen. Así van ocupando sigilosamente campos, aldeas y ciudades de la periferia, y cuando Biden anuncia la retirada, toman sin resistencia Kabul. Una sola cosa pueden enseñarnos los objetables talibanes: La tumba de los imperios se cava con sentimiento nacional y resistencia cultural.

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La Revolución que viene

Luis Britto García / Últimas Noticias
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Revolución: cambio fundamental en la base económica de un modo de producción que modifica la superestructura ideológica que lo expresa y consagra.

¿Ocurren cambios trascendentes en la infraestructura o base económica del mundo? 70% del producto interno bruto mundial corresponde actualmente al sector terciario, de administración, educación, investigación científica, finanza, servicios, entretenimiento, turismo. Actividades de procesamiento y difusión de información “superestructurales” generan hoy la mayor parte de la producción.

El agente fundamental del cambio es una nueva herramienta: el computador o “máquina universal” de Alan Turing. Ésta es progresivamente encargada de ejecutar de manera automática tareas antes cumplidas por humanos, multiplicando exponencialmente la productividad. Ello a su vez altera las relaciones de producción: máquinas inteligentes sustituyen y dejan sin empleo una proporción cada vez mayor de trabajadores manuales e intelectuales. Se estima que en una década habrán reemplazado cerca de la mitad de los puestos de trabajo hoy existentes.

La automatización desplaza así grandes masas hacia el desempleo, la exclusión y la marginalidad. El trabajo a distancia favorece que la relación laboral sea sustituida por el trabajo a destajo, incluso en los oficios del sector terciario. Dentro del capitalismo, esto hará inviable la subsistencia para la gran mayoría de la población.

La herramienta informática asimismo promueve un cambio en la propiedad de los medios de producción. En el capitalismo industrial, el obrero no es dueño de la materia prima, de la fábrica ni del producto final. La masificación de las computadoras posibilita que, al igual que sucedía con el artesanado, el trabajador sea dueño tanto de la materia prima como de la herramienta para procesarla y del producto final, lo cual puede abrir paso a un nuevo modo de producción.

A pesar de esta posibilidad, la informatización ha acelerado la concentración del capital en un número cada vez menos de manos. Señala el Credit Suisse Research Institute que la mitad inferior de la población mundial es propietaria de menos de 1% de la riqueza total. Al mismo tiempo, el 10% más rico posee 88% de la riqueza mundial, y el 1% superior por sí solo es dueño de 50% de los activos globales (https://www.globalpolicywatch.org/esp/?p=595). Cada crisis económica incrementa y acelera esta desigual distribución; la pandemia la ha profundizado aún más.

Proporcional a la concentración de la propiedad es la privación de ella para las mayorías trabajadoras. Durante el siglo pasado, algunos sistemas capitalistas desarrollados aplicaron políticas de inversión pública para paliar las crisis económicas, algunos empresariados concedieron a regañadientes derechos a sus trabajadores, ascendiéndolos de proletarios a estratos consumistas de ingresos medios. Según predicó John Maynard Keynes, estas medidas eran indispensables para evitar el surgimiento de nuevos gobiernos socialistas. A partir de la disolución de la Unión Soviética, gobiernos y empresarios estimaron innecesarios paliativos para evitar la radicalización de las masas. Siguió la despiadada aplicación de medidas liberales, neoliberales y fondomonetaristas para rebajar drásticamente salarios, derechos laborales y gasto social.

Trabajadores y estratos medios de los países desarrollados están en la pauperización o al borde de ella. El capital desplazó sus empleos hacia maquilas en países del tercer mundo, con las condiciones de explotación laboral más voraces que se pueda imaginar, pero incluso estos empleos subpagados están a punto de ser sustituidos por maquinarias. Las protestas recurrentes de Ocupy Wall Street, los Indignados, los Chalecos Amarillos, de los granjeros de la India, entre otras, son la respuesta mundial contra la victimización económica.

Gobiernos y medios han logrado disiparla mediante la represión y la postergación de soluciones. Pero siendo universal la pauperización, cabe esperar protestas cada vez mayores, más generalizadas y duraderas. No por nada algunos billonarios y las organizaciones que expresan sus intereses se han manifestado dispuestos a soportar discretos aumentos en la tributación que permitan aliviar la situación mundial de los desposeídos. No actúan por humanismo, sino para instalar válvulas de seguridad que desahoguen el peligroso exceso de presiones sociales.

El cambio social se da en tres modalidades. En la primera, los aparatos cognitivos de la superestructura perciben adecuadamente los cambios infraestructurales y adoptan oportunamente las adaptaciones requeridas. Es lo que llamamos Evolución. En la segunda, los aparatos cognitivos se niegan a percibir los cambios infraestructurales, y persisten en sus estrategias tradicionales hasta que una confrontación, a menudo violenta y parcialmente destructiva, fuerza el cambio. Es lo que llamamos Revolución. En la tercera modalidad, los aparatos cognitivos de la superestructura se han perfeccionado tanto en la falsificación de la realidad que el sistema permanece inalterado fueren cuales fueren los cambios que se operen, hasta que su incompatibilidad con ellos produce un colapso generalizado. Es lo que llamamos Decadencia.

El problema del poder sobredeterminante que han adquirido las superestructuras del sector terciario consiste en que pueden pretender ignorar o disimular los cambios hasta que la totalidad del sistema colapse de manera catastrófica con costo inconmensurable y limitada capacidad de regeneración civilizatoria. Pensemos en la caída del Imperio Romano esclavista, que dio paso a un milenio de retraso feudal.

La información es el bien más valioso en esta época, y puede ser multiplicado sin costo de manera casi infinita para todos por máquinas que liberarán a los humanos del trabajo no creativo.

La resistencia del capitalismo trasnacional determinará cuál de los tres estilos de cambio abrirá paso al nuevo modo de producción. Hasta el presente, se ha resistido a adoptar cambios evolutivos. Sólo la Revolución, a pesar de su posible violencia, podrá ahorrar el costo de una catástrofe civilizatoria sin precedentes.

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