¿Por dónde vamos?

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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 Espera que la sombra le devuelva
su herencia de esperanza
su antiguo mapa transparente
M. Vieira: “Paz”.

Debe considerarse que luego de cerca de tres años de ejercicio no debiera haber dudas, ya, de cuál es el rumbo del gobierno actual del país. El régimen de transición que se vive, cada vez más se inclina por el camino elegido y no quiere que nada ni nadie (particularmente dentro del gobierno) cuestione ni modifique la ruta trazada. Lo cual, históricamente hablando, es parte de una tradición de gobierno que hoy ejemplifican con claridad los regímenes de Nicolás Maduro en Venezuela o el de Daniel Ortega en Nicaragua. El primero para bien; el segundo, quién sabe.

Pero, ¿entre nosotros qué está pasando, hacia dónde va la transición? Los regaños y enojos últimos del presidente contra la clase media (así, en general) y que se ubican en el contexto de las derrotas sufridas por Morena en la Ciudad de México, ratifican precisamente el rumbo de la transición: ella va, sólo, en contra de corrupción e impunidad y no quiere, de ninguna manera, modificar para nada la organización del país para alcanzar esos fines, que se consideran básicos y suficientes como programa de gobierno. De allí entonces, pues, el por qué seguir adelante, dentro del marco genérico mencionado, tratando de negociar con tirios y con troyanos (aunque entre ellos se den en la madre) para sacar adelante a la nación, aunque sectores de ambos bandos (en particular de los conservadores) hagan todo lo posible para que el régimen de la 4T ya no siga adelante, metiéndole cada que pueden zancadillas y haciendo todo lo posible para que dicho régimen termine y de nuevo, dicen ellos, renazcan las migajas de privilegios que en años recientes anteriores disfrutaron precisamente las clases medias (y más que nadie ellos) y que, al verlos hoy limitados tanto por enfermedad como por economía, se sienten profundamente decepcionadas (cono decepcionados están más que nada los conservadores).

Estrategia destinada a preservar, en lo esencial, la paz de la nación, ha venido funcionando con limitantes e inconformidades, pero demostrando en la vía de los hechos que tal forma de gobierno hasta hoy ha sido eficaz, con las limitantes que ella conlleva, haciendo que la transición se prolongue hasta el tiempo de las calendas y sin saber, nunca, si dicha transición podrá resolver algún día las profundas contradicciones de clase que desde muchos años atrás son características de esta nación y que se expresan en todos los terrenos de la producción: las fábricas, el campo, las oficinas, los barrios y las ciudades. Quién sabe si estrategia correcta o errónea, pero ella, hasta hoy, le ha permitido al gobierno salir adelante sin conmover en lo esencial las estructuras de la nación, más allá de las mencionadas inconformidades de las clases medias, en particular las de la Ciudad de México, que ya provocaron conmociones en las elecciones realizadas y que pueden crecer en el futuro inmediato.

Es decir, o la política actúa para consolidar la transición o la falsa democracia electoral puede, en el futuro inmediato, pasar la cuenta. Es tiempo, debe considerarse, de que el régimen de la 4T haga algo.

 

 

¿Hacia dónde va la 4T?

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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En memoria del gran Toño Helguera, caricaturista genial.

Salgo a la calle con el ángel.
Como una cadena enrollada en la mano.
Blanqueada por la cal de los muros
L. M. Baros: “Salgo a la calle con el ángel”.

Es tiempo de meditar en el transcurrir del tiempo y de los cambios que se han generado desde que él, políticamente hablando, se desarrolló en marcos diferentes a los que, los últimos 39 años antes, se había desarrollado, tratando de establecer –los tiempos nuevos– las bases de nuevas etapas y esquemas de conducir al país. En ese ajuste de cuentas con el pasado inmediato anterior, no todos han quedado satisfechos (en particular las clases medias urbanas, sobre todo en la Ciudad de México), porque sienten que sus expectativas no se han visto satisfechas y por eso se mantienen sin cumplir con el gobierno actual y no saben para cuándo podrán ser satisfechas. Por eso hoy, tercas, exigen se les dé cumplimiento a sus deseos.

Es obvio, hoy, que esas clases medias, ni sus expectativas, fueron nunca prioridad para el gobierno actual ni creo lo van a ser, tampoco, los años que restan por gobernar. Para la 4T su preocupación, para bien, está centrada en recuperar para la nación, representada por el Estado, el uso y manejo de los recursos energéticos y naturales que le permitan a toda la población del país tener mejores condiciones de vida, porque, dada la polarización de la riqueza existente hasta la actualidad, sólo un número minoritario de esa población (el uno, máximo el dos por ciento de esa población) se ha visto favorecido con el uso y explotación de la riqueza (en particular del trabajo). De allí pues la pertinencia y viabilidad del proyecto actual de la 4T, que busca una mejor distribución de la riqueza, entre otras cosas.

Que ese proyecto, en efecto, en ocasiones no puede recorrer los viejos caminos de la democracia burguesa, es cierto. El, el proyecto mencionado, si bien no ha roto radicalmente con la burocracia burguesa, porque así se lo exige la transición por la que se encuentra transitando, si ha, en la medida de lo posible, logrado que los muy amplios sectores de población que están de acuerdo con el nuevo proyecto modifiquen, en la práctica, las formas de participar políticamente –con las consultas populares o referendos–, que pueden ser en sus etapas iniciales no tan efectivas como uno quisiera, pero que ya marcan un nuevo derrotero diferente a los trillados de la democracia burguesa: las elecciones siempre amañadas y fraudulentas. López Obrador lo sabe bien, pues de tres veces que ganó electoralmente, en dos de esas elecciones le hicieron fraude y le negaron el triunfo.

Puede ser, en efecto, que en sus etapas iniciales, tal nueva forma de participación política –saboteada, carente de recursos para promocionarse– no dé los resultados deseados; pero será, sin duda, en el futuro inmediato, una de las formas de participación política más común, pues ella conlleva una democracia mucho más directa y por ello mismo más popular y verdadera. El que los políticos tradicionales como José Woldenberg se opongan a tal forma de participación es un buen signo, pues significa que se está transitando por el camino correcto.

 

 

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