Elecciones ¿singulares?

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Con el hígado roído,
con un comprimido pulmón,
con dedos manchados por alquitrán y nicotina

A.      Konushevsci: “Pesada carga la de tu cuerpo…”

Sin conocer todavía, a detalle, varios de los datos relevantes de las elecciones pasadas (voto femenino y por rangos de edad; voto por actividad laboral; distribución regional del voto, etcétera), sí, varios de los datos hasta hoy conocidos sorprenden, como aquel que marca que Margarita Zavala, como candidata del PAN del distrito 10 federal de la Ciudad de México obtiene una votación superior al 90% de los votos emitidos, lo que la convierte en un caso singular y en muchos aspectos inexplicable desde el punto de vista de la legalidad.

Qué, si no lo mismo habría que señalar respecto de la candidatura de Samuel García como gobernador de Nuevo León, en cuyo caso el dinero inexplicable fluyó libremente y nadie dijo nada, como nadie dijo nada de la participación abierta y descarada del crimen organizado en diferentes regiones del país, para así garantizar su preponderancia y control en esas regiones (Michoacán, Jalisco, Guanajuato).

¿De qué se tratan, pues, hoy las elecciones en México, más allá de los vicios que las caracterizan? Si hasta épocas recién pasadas esas elecciones –cuando el PRI dominaba todo– de una repartición regional del poder, con Jesús Reyes Heroles se inventan reglas que invitan, muy acotadamente, a ciertos sectores de la oposición (primero a la derecha, el Partido Acción Nacional; luego de la izquierda, el Partido Comunista Mexicano), para así ir “modernizando” a la democracia burguesa, sin que en esa democracia burguesa tuviera cabida hasta hoy, para nada, el esquema de clases sociales vigente en el país (los obreros, en ese esquema, se movieron en el falso cartabón del sindicalismo oficial –“lombardiano” en gran medida–, que siempre los mantuvo sometidos al régimen burgués en turno), lo que torna a las elecciones en una especie de juego de mesa en el cual, quien reparte las cartas –el Estado–, siempre resulta el ganancioso, sin que, a través de las elecciones, se sepa nunca cuál es el verdadero clima político preponderante en el país, dado que no hay discursos de clase en pugna, sino sólo una lucha absurda por posiciones –gubernaturas, diputaciones, senadurías, presidencias municipales–, desde las cuales el manejo del presupuesto público permite un rápido y expedito enriquecimiento (más aún cuando esas posiciones, como hoy, se ejercen en complicidad con el narcotráfico).

Triste es la historia, pues, de las elecciones en el país, ya que su carácter “democrático” lo único que encubre es el cómo se reproduce el status quo, sin que esas elecciones conmuevan ni con el pétalo de una rosa el juego de repartición de poder entre los poderes fácticos del país, representados hoy por la añeja clase política, los sectores del conservadurismo de la postrevolución y hoy, un invitado de honor: el narcotráfico, cuyos chicharrones truenan en todo el país.

Esa es la triste historia de las elecciones en México, con un árbitro, el Instituto Nacional Electoral, que es sólo un invitado de piedra a tal ritual de simulaciones.

 

 

La sociedad polarizada

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Por quienes rehicieron con cenizas cuanto les fue desarraigado o prohibido
Por los que no renegaron de sí mismos en la desolación de sus tormentas
G. Pereira: “Por los nuestros”.

Desde meses atrás, cual plañideras, los comentócratas oficiosos y oficiales de los conservadores elevan sus plegarias quejándose de manera amarga por la polarización social que, según ellos, realiza AMLO en sus mañaneras, sin darse cuenta, claman, del daño que causa a la sociedad toda a nivel nacional. Pero es claro que a esos comentócratas se les olvida que la nuestra, desde la Conquista al menos, es una sociedad no sólo polarizada sino dividida en dos grandes sectores: por un lado, los menos (cada vez más escasos), los que siempre han controlado el poder económico, político e ideológico, y por el otro, los muchos (muchísimos), que sólo contamos con nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir en condiciones cada vez más precarias. ¿Por qué entonces tal clamor sin sentido?

Quizá logremos entender tal clamor, si leemos lo que hace días escribió Álvaro García Lineras (vicepresidente de Bolivia con Evo Morales) en un diario de Argentina: “No es posible que una fuerza social, o élite política, conquiste democráticamente el monopolio de la gestión de los bienes comunes de una sociedad sin que antes una parte mayor de la población concurra al imaginario de expectativas que aquella fuerza social expresa y propone. Esto vale tanto para las periódicas disputas electorales nacionales como para la formación de los grandes ciclos políticos, revolucionarios o conservadores” (negritas del autor en Con nuestra América, del 22 de mayo actual). Es decir, la polarización social es un esquema ideológico que cada quien maneja de acuerdo a sus intereses y sus tiempos, pues bien se puede decir que hoy, entre nosotros, en el territorio nacional, en efecto, la sociedad sigue polarizada entre un sector mayoritario de la población (concentrado en el sur y centro del país) que se inclina por darle el apoyo al proyecto de la 4T, en tanto que otro, poblacionalmente minoritario, que habita las regiones norteñas de la nación, resistente  aunque cada vez menosa aceptar los cambios sociales (económicos, políticos e ideológicos) que hoy se llevan a cabo en el país. Existen, pues, grandes diferencias en los proyectos de polarización de los conservadores y el de la 4T, pues mientras el de esta segunda busca alcanzar lo más rápido que se pueda la igualdad social, el de los primeros se inclina no sólo por mantener el esquema de desigualdades, sino, además de eso, en un descuido, volver a desmembrar al país, buscando que el norte sea absorbido lo más rápido que se pueda por nuestros vecinos de aquellas latitudes, para que así su hegemonía sobre América Latina se pueda ejercer con mayor facilidad.

            Pero no, tal estrategia se está frustrando tanto porque en México existe el proyecto de la 4T, como porque, como Chile (y quizá pronto Colombia) lo acaba de demostrar, las mayorías nacionales están imponiendo sus reglas en el sur del continente.

            Ahí la llevamos.

 

 

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