México fracturado y facturado

Gerardo Fernández Casanova
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Como si de extraer petróleo se tratara, a México se le aplicó la más acabada y destructiva tecnología de fracturación (fracking) cuyos nocivos efectos han llevado a la prohibición de su empleo en varios países del mundo. En efecto, las técnicas empleadas lograron romper las firmes bases de roca en las que se cimentaba y sostenía el gran edificio que habíamos venido construyendo con sudor y sangre del pueblo de México. Se destruyó gran parte del Estado nacional y de los pedazos resultantes se apropiaron los entonces poderosos, fuese de manera directa o mediante empresas ad hoc a sus intereses: les fue facturada su propiedad, primero como vulgar atraco y luego legalizadas por la vía de las llamadas “reformas estructurales”. Acepto que esto fue diseñado desde los conocidos organismos financieros internacionales, pero afirmo que fueron implementados con singular alegría por sus gerentes, encumbrados en el poder tecnocrático por la vía del engaño o del fraude electoral; que no de otra manera pudiera entenderse una historia de masoquismo del pueblo mexicano.

Entre los cascajos o cascotes resultantes, y como baluartes de su inmunidad, el Estado quedó maniatado mediante organismos autónomos del Estado que tendrían como encomienda realizar funciones de Estado pero bajo el control de particulares, conspicuos expertos nombrados por la “sociedad civil” en un ejercicio democrático practicado por legislativos a modo que, sea por convicción dogmática o por simple compra de votos, avalaron el designio privatizador neoliberal. Un ejemplo: el panista Felipe Calderón intentó consumar la reforma energética, pero fracasó por la protesta popular y porque el PRI no quiso acompañarla, mas no por sus convicciones, sino porque quisieron guardar su utilidad para cuando fuesen gobierno; por eso tuvieron que repartir carretonadas de dinero a los legisladores panistas que, independientemente de coincidir con sus afanes dogmáticos, hicieron chantaje con la misma moneda que les aplicaron los priistas en la anterior legislatura. ¡Faltaba más!

El pueblo jugaba el papel de simple comparsa; aún con airadas protestas, la maquinaria de la fragmentación siguió su curso con la mira puesta en los dos pilares restantes de soporte del Estado: Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, cuya destrucción tendría que ser paulatina pero certera, no se atrevieron a venderlas a alguna empresa particular como hubieran preferido porque se armaría una revolución. Optaron por desarticularlas y colocarles grilletes para que por sí solas quebraran y dejaran las manos libres a los afanes privatizadores.

Pero al pueblo lo puedes engañas una o varias veces pero no siempre. En 2018 sonaron las campanas y el pueblo despertó de su letargo e irrumpió vigoroso votando contra el engaño y a favor del tañedor de las campanas. Arrasó en las urnas a quienes ya se habían extendido las facturas del país fracturado. En ese momento se extendió el acta de nacimiento de un nuevo régimen diametralmente diferente al anterior, su contrario nacionalista y popular.

Quienes fueron usufructuarios de los beneficios del viejo régimen, no esperaron mucho para darse cuenta que la cosa iba en serio y no se trataba de una lucha por el poder en el gobierno; la cancelación del aeropuerto en lago de Texcoco les anunció de la veracidad del discurso nuevo. Entonces comenzó la pelea por doblegar al pueblerino que osaba retar a tan distinguidos “expertos”, cosa que no han logrado ni lograrán. Toda la carne puesta en el asador para acabar con el presidente que no habla inglés, pero que sabe negociar con los más poderosos líderes mundiales. Toda la prensa controlada por ellos se encargaría de la fácil tarea; ejércitos de abogados litigiarían para desmantelar sus proyectos; los organismos internacionales y sus calificadoras de inversión se harían cargo de asfixiarlo; la oposición política se desharía del mínimo de dignidad para unirse contra el irruptor, y un mundo de triquiñuelas de malandrines más se volcarían para disociar al nuevo régimen con el pueblo. Y no han podido: cada mentira es deshecha, cada nuevo ataque es respondido y el pueblo está contento.

La reforma a la Ley de la Industria Eléctrica devolvió para el pueblo la vigencia y fortaleza de la CFE, su empresa, y todavía vendrán más reivindicaciones. Las elecciones del presente año refrendarán la indeclinable voluntad popular por ser libres, democráticos y capaces de  trazar el destino en su beneficio. Nadie se puede olvidar.

 

 

El desastre texano que desnudó a los farsantes

Gerardo Fernández Casanova
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

La tormenta invernal que azotó al norte del Golfo de México provocó el congelamiento de las plantas y ductos de gas natural de Texas y, con ello, el estrangulamiento de la materia esencial para la generación eléctrica de las plantas de ciclo combinado en ambos lados de la frontera con el consiguiente apagón en un amplio sector del norte del país.

Por coincidencia, en el Congreso federal se discutía una Iniciativa Preferente del presidente de México tendente a corregir la Ley de Energía Eléctrica, hija de la malhadada reforma energética de Enrique Peña explícitamente diseñada para destruir a la Comisión Federal de Electricidad y entregar a los particulares, principalmente extranjeros, el mercado eléctrico del país; no sin la consabida y estridente batalla de tales empresas en contra del proyecto presidencial.

La coyuntura resultó providencial para poner al desnudo las falacias de los defensores de la privatización que, en parlamento abierto, pontificaron las excelencias de su sistema y satanizaron a la CFE y a la intervención del Estado en materia de producción y distribución de electricidad.

El asunto es que, no obstante la magnitud y severidad del desastre, el Estado y sus empresas energéticas lograron en menos de 72 horas restablecer la provisión de energía a las regiones afectadas, poniendo en operación todas las plantas ya destinadas a la chatarrización artificialmente forzada, operar las hidroeléctricas a su capacidad de diseño y surtir gas natural de producción nacional a las plantas paradas del norte del país. Una verdadera hazaña técnica y operativa que deja a los privatizadores con la boca abierta pero taponada de realidades indiscutibles. La siguiente semana pasó y se aprobó la reforma legal propuesta por el presidente y quedaron debidamente exhibidos quienes se opusieron a ella.

Quienes deseen mayor información de detalle de las acciones ejecutadas podrán encontrarlas en la reproducción de la conferencia de prensa del presidente López Obrador del 18 de febrero de 2021 o en la página de la CFE. Aquí sólo quiero destacar el sentido político de la coyuntura, que constituye una lección magistral en materia de la función del Estado en actividades estratégicas.

Un poco de historia. Desde la crisis provocada por el embargo petrolero de los países productores del Medio Oriente (inicios de los setenta), el gran capital se inundó de liquidez (petrodólares) y los volcó al otorgamiento de créditos al mundo entero, mostrando la zanahoria de los bajos intereses, principalmente a quienes podían aumentar la oferta petrolera; cumplida la meta trazada salió a relucir el garrote con la caída súbita de los precios del petróleo y el aumento paralelo de las tasas de interés de los créditos otorgados; esto provocó la tremenda crisis de la deuda y la incapacidad de pago de los países que cayeron en el garlito (México entre ellos, no obstante advertencias claras del gran Heberto Castillo) obligando a la reestructuración de las carteras mediante la intervención del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; tales organismos, dominados por el gran capital, condicionaron la reestructuración a la adopción del modelo neoliberal, con la obligación de reducir la participación del factor trabajo en la composición de la renta nacional, así como de la retirada del Estado de la actividad económica mediante la privatización de sus bienes productivos y la instauración del mercado como el único regulador de los precios y de la asignación de recursos. No importó un pepino lo que pasara con los pueblos de los países así sometidos, incluso se acudió a golpes militares y a fraudes electorales para su imposición a rajatabla.

Con diferentes procesos e historias, los pueblos han venido mostrando su rechazo al modelo impuesto. No hay que olvidar la alborada emancipadora del siglo XXI en Nuestra América que lamentablemente terminó con el restablecimiento neoliberal en su segunda década. Hoy la rebelión es universal y no habrá fuerza capaz de pararla. En México la rebelión se materializó en 2018 en un proceso electoral contundente; la gente decidió enterrar para siempre al modelo y a sus gerentes.

En este año el pueblo mexicano deberá refrendar su decisión en las elecciones, tanto las de gobernadores como las de diputados, para seguir deshaciéndonos de las lacras del neoliberalismo, la energética entre ellas. Que nadie se confunda por la propaganda mediática perversa. Que el pueblo vuelva a mostrar su capacidad soberana.

 

 

Pin It