Vacunas: Una decisión toral

Jorge Faljo / Faljoritmo
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Supongamos que en su familia hay seis adultos menores de 60 años y cuentan con seis dosis de vacunas, de las que requieren dos inyecciones. En ese caso tendrían dos opciones:

La primera es que tres personas reciban la primera inyección y, tras el intervalo recomendado, la segunda inyección. Lo bueno es que estas tres personas quedarían prácticamente seguras de no enfermarse incluso si se contagian. Lo malo es que los otros tres miembros de la familia no recibirían ninguna inyección, por lo menos durante un largo tiempo, y si se contagian podrían desarrollar una enfermedad severa, e incluso morir.

Hay una segunda opción. Que cada uno reciba la primera inyección sabiendo que pasará un largo tiempo antes de poder recibir la segunda. En este caso las seis personas reciben una protección baja y si se contagian podrían enfermarse de manera leve; pero ninguno correría el riesgo de una enfermedad severa, que requiriera hospitalización, ni tendrían el riesgo de morir.

¿Cuál es su decisión? Buena protección para solo tres, la mitad de la familia. O una protección media para todos los seis, suficiente para que si se enferman no tengan que ir al hospital, ni tengan riesgo de morir.

Dado que dije que se trata de una familia, supongo que la mayoría se inclinará por vacunar a todos, aunque sea con una sola inyección. Pero ¿qué ocurre si no hablamos de una familia sino de un país?

No crean que estoy inventando esta disyuntiva, es muy real, y está causando un importante debate en el mundo y en Estados Unidos. Esta discusión subirá de tono en las próximas semanas en la medida en que para la mayor parte del planeta las vacunas seguirán llegando a cuenta gotas.

Inglaterra se ha decidido por ponerle una sola inyección al mayor número de gente posible, aun cuando la aplicación de la segunda tenga que esperar más de lo inicialmente recomendado.

En contraparte en Estados Unidos solo se ha aplicado el 62 por ciento de las dosis distribuidas porque los gobiernos estatales y los hospitales están guardando las demás para la segunda dosis de los que ya recibieron la primera.

El doctor Michael Osterholm, que forma parte del equipo anti covid-19 del presidente estadunidense Biden, dijo que quieren que todos los mayores de 65 reciban dos dosis, pero en las actuales condiciones lo necesario es que los más posibles reciban una dosis. Otros respetados doctores e investigadores médicos de Estados Unidos proponen que esto se convierta en una política general. Uno de ellos les pide a sus familiares, amigos y pacientes que por motivos éticos no se pongan la segunda inyección en tanto que otros no han recibido la primera.

Los partidarios de esta estrategia señalan que todavía no se sabe lo suficiente sobre las consecuencias de posponer la segunda dosis. Algunas otras vacunas se aplican con intervalos amplios, a veces hasta de un año. En el caso de Astra Zeneka se ha comprobado que es mejor esperar 12 semanas para la segunda inyección.

Parte del problema es la inequidad social. En Fisher Island, Florida, una de las zonas más ricas de Estados Unidos el 52 por ciento de los habitantes ya recibió su primera inyección; mientras que en otra cercana, pobre, solo se ha vacunado al 2 por ciento. La inequidad está presente y, si el ritmo de vacunación es realmente alto y la estrategia es eficaz, posiblemente no pase a mayores en Estados Unidos.

Pero en el mundo en su conjunto la inequidad es más brutal. Hasta el momento 130 países, con 2 500 millones de personas, no han recibido ni una sola vacuna. Y en otros países el ritmo de vacunación será más lento; dando pie a que la desigualdad socioeconómica convertida en distinto acceso a la vacunación provoque un fuerte descontento.

Algo que subraya que las vacunas pueden ofrecer protección gradual y ser aceptables es que el gobierno de Sudáfrica decidió suspender la aplicación de la vacuna de Astra Zeneka porque su eficacia es de solo 25 por ciento contra la nueva cepa sudafricana. Un par de días después la Organización Mundial de la Salud salió al quite para decir que recomendaba decididamente que se siguiera aplicando la vacuna señalando que ninguno de los que recibió la vacuna se enfermó gravemente o murió.

Es decir que hay dos criterios de eficacia. El más conocido es que la vacuna impida enfermarse. Para la OMS es suficientemente bueno y una gran ventaja que los vacunados no se enfermen de gravedad, no requieran hospitalización y no se mueran.

No todos están de acuerdo en inyectar al mayor número de gentes lo más rápido posible. El ya famoso doctor Fauci, ahora máximo consultor médico del presidente Biden, advierte que una población protegida a medias puede detener al virus original, pero no a las cepas más agresivas. Podría incluso facilitar la evolución del virus y provocar la aparición de nuevas mutaciones más peligrosas. Por ello prefiere que se apliquen las dos dosis en los tiempos recomendados.

Los que piden seguir la estrategia británica dicen que ese es un riesgo teórico; no se sabe si va a ocurrir y, en todo caso, es claro que de cualquier modo ya están surgiendo nuevas cepas. Lo fundamental, dicen, es que ante la muerte de 2.4 millones de personas en el mundo, lo urgente es parar la mortandad. Y para eso basta una inyección; luego, cuando haya suficientes vendrá el refuerzo.

Aquí, en México, el presidente López Obrador declaró que la semana que entra iniciará la campaña de vacunación masiva contra el covid-19 y que dará a conocer los detalles el domingo 14 de febrero, el mismo día en que se publica este artículo. Dados los convenios pactados se supone que ya operaría sin los sobresaltos que ha habido hasta el momento.

No obstante, no cabe duda que el ritmo de vacunación en México dejará a muchos insatisfechos. La estrategia misma, y sobre todo la operación efectiva, serán motivo de controversia inevitable. Siempre hay imprevistos.

El caso es que la disyuntiva es radical; habrá que optar por una de las dos opciones. Vacunar al máximo posible, incluso si se pospone la segunda dosis. O se sigue la ortodoxia médica estadunidense vacunando una parte de la población con dos dosis, mientras que otros esperan.

Cualquier decisión que tome esta administración será duramente criticada. La campaña masiva de vacunación requerirá el máximo de transparencia para contar con un apoyo social sin regateos. Sobre todo, habrá que explicar las bases de la decisión que se adopte en esta disyuntiva; hay que estar atentos a esta decisión estratégica de la campaña de vacunación.

 

 

De vacunas y la reina roja

Jorge Faljo / Faljoritmo
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Las epidemias y pandemias (de mayor extensión geográfica) han atacado de manera recurrente a la humanidad. Son la expresión más cruel de un combate de millones de años, entre los seres humanos y los patógenos que nos causan las enfermedades transmisibles.

         Hay registros de epidemias desde antes de nuestra era. Tal vez la más importante y conocida fue la peste negra que asoló a Europa durante la segunda mitad del siglo XIV. En ella murieron entre la tercera parte y la mitad de la población. Lo mismo ocurrió en el continente americano con la llegada de europeos, especies domesticadas (caballos, vacas, cabras, cerdos) y microorganismos de enfermedades que matarían a entre el 80 y el 95 por ciento de la población de Mesoamérica y, más al sur, del Imperio Inca.

El sarampión, la varicela, viruela y paperas mataban o, tras sufrir la enfermedad inmunizaban al individuo.

Una diferencia biológica invisible entre los recién llegados de Europa y los nativos de América resultó ser abismal. Los primeros descendían de generaciones de sobrevivientes de estas enfermedades y estaban en buena medida inmunizados.  En contraste ni los indígenas ni sus antepasados habían tenido contacto con esos microorganismos y no habían desarrollado resistencia ante ellos. Así que lo que para los europeos podía ser no más que una molestia, para la población local llevaba casi siempre a una muerte fulminante.

En esta gran tragedia se expresó de manera concentrada una lucha de millones de años entre humanos y patógenos y de las que los mejor librados salían con una inmunidad que, al menos parcialmente, transmitían a su descendencia. Es decir que el ser humano mismo, su organismo, evolucionaba.

Pero el problema de fondo es que estos combates son interminables porque los atacantes también evolucionan continuamente. Los microorganismos tienen mutaciones genéticas, que los perfeccionan en su habilidad para reproducirse, transmitirse, infectar y, en muchos casos causar enfermedad y muerte.

Cada enfermo libra esa lucha en lo personal. En una epidemia o pandemia, el combate es entre toda una sociedad o civilización.

El ser humano ha estado cada vez mejor preparado y ha salido mejor librado de estas luchas. No solo por la evolución de su propio organismo que desarrolla inmunidades específicas. Sino del cambio de toda la sociedad que adquiere mayores conocimientos; adopta mejores prácticas de higiene urbana, doméstica y personal; y descubre o inventa medicamentos. Un punto culminante de estos duelos fue el desarrollo de las vacunas.

Una vacuna es esencialmente un simulacro de infección que le manda una señal a nuestros cuerpos de que se preparen para enfrentar un microorganismo. Esta falsa infección induce la respuesta inmunitaria que antes se conseguía a un altísimo costo en muertes y a lo largo de generaciones.

Ahora, frente al covid-19, la humanidad fue tomada sin la preparación adecuada a pesar de hubo las advertencias necesarias. Solo que esa preparación habría sido costosa, no era rentable y habría requerido de decisiones políticas, es decir gubernamentales, de gran calado. Esa preparación habría sido costosa, decenas de miles de millones de dólares, pero nunca tanto como el mucho mayor costo de la destrucción económica y social que origina esta pandemia.

Cierto que la respuesta frente al covid-19 ha demostrado que es posible desarrollar vacunas en mucho menos tiempo de lo que se pensaba cuando se movilizan los recursos necesarios. Esfuerzos que no se quisieron hacer cuando se trató de enfermedades de países y poblaciones pobres, o de minorías.

Existen ya vacunas prometedoras, eficaces y que se podrán producir por cientos de millones de dosis para, idealmente, inmunizar en el curso de, tal vez, un par de años, a la mayoría de la humanidad. Esta sería la versión simplona del mayor combate simultáneo que ha existido entre la humanidad y un microorganismo. Según esto, triunfaremos a pesar de los conflictos geopolíticos, el desorden y egoísmos imperantes y el dominio del mercado, que es inherentemente cruel e inequitativo.

Pero hay una posibilidad más ominosa que obliga a, si, esperar lo mejor, pero prepararnos para lo peor.

Estamos entrando a una versión concentrada de la paradoja de la Reina Roja. Este nombre peculiar fue adoptado por expertos en evolución biológica del cuento A través del espejo, secuela de Alicia en el país de las maravillas, ambos de Lewis Carroll. En un momento dado la Reina Roja le explica a Alicia que el mundo se mueve tan rápido bajo sus pies que ella debe correr lo más aprisa que pueda tan solo para permanecer en el mismo sitio.

Parece que ha empezado una carrera de ese tipo. Resulta que el SARS-CoV-2 está evolucionando, tiene mutaciones adaptativas, como las surgidas en Inglaterra, Brasil y Sudáfrica, que aumentan su transmisibilidad y su virulencia y frente a las que las vacunas pierden eficacia.

Como lo advirtió el presidente de Pfizer, Albert Bourla, es muy posible que las vacunas sean inefectivas ante nuevas variantes que surjan más adelante.

Hemos entrado a una carrera entre el desarrollo, producción y distribución de vacunas y, por otra parte, un virus que se transforma y puede generar nuevas oleadas de infecciones. En unos meses la nueva cepa sudafricana le ganará la carrera al virus original y será predominante en Estados Unidos.

Así que habrá que correr más aprisa. No se trata simplemente de desarrollar más vacunas. Se requieren otras transformaciones más profundas.

Contar con una población sana, bien alimentada y en su gran mayoría libre de sobrepeso y obesidad, de diabetes, enfermedades cardiovasculares y canceres asociados a la mala nutrición, una vida estresante, empleos, transporte y viviendas poco dignos.

Un sistema de salud pública mundial eficiente y equitativo; no uno regido por el egoísmo geopolítico y un libre mercado que prioriza la ganancia y, para taparle el ojo al macho, se adereza con la filantropía de los beneficiarios de la inequidad extrema. Las dadivas no resolverán la injusticia económica, social y sanitaria.

Adquirir un renovado respeto a la naturaleza y modificar los sistemas de producción de cárnicos de hoy en día son espacios ideales para generar mutaciones de microorganismos potencialmente peligrosos.

Y como cereza del pastel, contar con gobiernos fuertes y democráticos que asuman la responsabilidad del problema de salud de manera integral y se aseguren de contar con los recursos necesarios para liderar las anteriores transformaciones. Tenemos que evolucionar más rápido que el atacante.

 

 

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