Mis diferencias con la Cuarta Transformación

Ricardo Bravo Anguiano
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El presidente Andrés Manuel López Obrador se puso la soga al cuello desde el inicio de su administración. ¿Cómo se le ocurrió decir –--entre otras cosas–, que su gobierno: no se endeudaría; no subiría impuestos; no subiría el precio de la gasolina, luz y gas, y no dejaría obras inconclusas, como sus antecesores? La deuda no es problema, siempre y cuando se tenga capacidad de pago. Subir impuestos en circunstancias críticas de falta de recursos públicos, no es problema, cuando el dinero se transparenta y destina a inversión social y productiva. Subir el precio de la gasolina, luz y gas no es problema, cuando se justifica técnica y financieramente. Dejar obras sin terminar no representa ningún problema para el país, mientras sean proyectos estratégicos de largo plazo, de infraestructura básica, rentables, social y financieramente. Al contrario, le darían a su gobierno una maravillosa visión de futuro.

¿No hubiera sido mejor, estimado lector, decir: “haremos lo posible por: no endeudar al país; no subir impuestos; no subir el precio de la gasolina, luz y gas, y; no dejar obras inconclusas?” No se imaginaba, que, en poco tiempo, tres crisis entrelazadas lo estarían esperando: la económica, la de salud pública con la pandemia del coronavirus y la de violencia pública, que lo obligarían a repensar lo que había dicho.

¿Por qué se alejó de Morena que él creó y lo llevó al poder? Lo dejó en manos de personajes ambiciosos de poder, que se pelearon como buitres por dirigirlo. ¡Qué vergüenza que tuvieron que acudir al Instituto Nacional Electoral, para que les organizara unas elecciones para elegir al dirigente nacional! El fracaso del partido en las elecciones locales de presidentes municipales y legisladores en Coahuila e Hidalgo, en octubre 2020, es un claro mensaje al presidente, de que no tiene seguro el triunfo en las elecciones de 2021, para que no se siga confiando.

¿Por qué no hizo primero un diagnóstico para saber qué estaba mal y qué bien, en el caso del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, las guarderías subrogadas del Seguro Social, los fideicomisos, etcétera, y luego decidir qué hacer? Lo hizo al revés, como Porfirio Díaz: “primero, mátalos en caliente y luego averiguamos”.

¿Por qué el gobierno federal sigue suscribiendo contratos sin licitar, cuando el presidente fue crítico acérrimo de esa sucia práctica gubernamental? Eso se puede justificar, sólo en casos excepcionales, como terremotos, inundaciones, epidemias, etcétera, pero no para obras públicas que tienen tiempos específicos para abrir la convocatoria a la sana competencia privada y elegir al mejor postor.

¿Para qué pedir disculpas al rey de España por la Conquista de México y al papa Francisco por la injerencia de la iglesia católica en la vida de México? ¡Como si no tuviéramos suficientes problemas internos por atender! Algunos se preguntan ¿por qué no le pide al presidente Donald Trump –o, a Joe Biden– disculpas por la invasión de tropas estadunidenses en México durante 1846-1848, que concluyó con la pérdida de más de la mitad del territorio nacional? Él sabe contra quien se enfrenta.

¿Por qué dice que no le interesa lo que le pasa a la empresa privada y sólo se preocupa por la pública? Sus opositores lo pueden “mal interpretar”. ¿No sería mejor decir: “sí nos importan también las empresas privadas, porque generan empleos y contribuyen al presupuesto público con el pago de impuestos”?

¿Para qué decir que su gobierno no va a enjuiciar a expresidentes, cuando él está promoviendo la consulta popular, y dice, que en caso de que el pueblo esté de acuerdo, él votaría en contra? Con esas declaraciones contradictorias, lo que está mostrando implícitamente, es que sí tuvo un “pacto de impunidad” con el presidente anterior. No lo culpo, porque, de otra manera no lo hubieran dejado llegar a Palacio Nacional, como se lo impidieron a toda costa en 2006 y 2012.

Debe tener cuidado, porque un grupo cada vez más amplio de la población –inclusive gente que votó por él en 2018–, duda de la lucha real contra la “corrupción y la impunidad”, porque no ven resultados concretos y contundentes.

No ven que atrapen y juzguen a personajes, como: políticos declarados corruptos, funcionarios públicos que siguen cobrando moches en la construcción de obras públicas, líderes petroleros, huachicoleros, narcotraficantes, evasores de impuestos, asaltantes de trenes, de casetas de cobro, etcétera. Ya están cansados de escuchar las explicaciones mañaneras, repetidamente. ¡Con besos y abrazos no se resuelven los problemas! –dicen.

Estos y otros problemas, invariablemente, afectan la imagen y reputación del presidente. Está todavía a tiempo de escuchar y atender los consejos de sus asesores y de su “pueblo sabio”, para corregir errores y cambiar de rumbo, ¿no cree usted, estimado lector?

 

 

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