Alicia y los años de las muchas prohibiciones

José B. Oviedo Garza
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Consternado por su partida, quiero hacer público mi agradecimiento a Licha.

Ella fue mi compañera durante más de 50 años. Ella me dio tres hijas. Ella fue soporte principal para su crecimiento y desarrollo hasta concluir, felizmente, sus carreras de nivel universitario. Las tres son mi adoración. A las dos mayores las cuidó de niñas mientras yo estuve en el extranjero y luego encerrado en Lecumberri.

A partir de julio de 1968 y hasta enero de 1971 se le complicó más la vida. Al ambiente represivo de esos años, se sumó su desalojo de la vivienda que rentaba. Meses atrás había llegado el aviso de una demolición por obras del Metro. Pero al no poder reunir el dinero para los gastos de la nueva renta y mudanza, esas niñas y su madre quedaron inesperadamente en la banqueta con todo y sus pertenencias. Por suerte, el temor de quedar a la intemperie fue disuelto en cuestión de horas por la solidaridad de familiares y amigos. Pero la sensación de fragilidad perduró por largo tiempo.

Ella nunca me dio la espalda. Por el contrario, siempre congenió con las luchas populares. Jóvenes aún, coincidimos en las primeras manifestaciones de apoyo a Cuba. En alguna banqueta del Centro Histórico quedaron regados sus zapatos.

Huíamos esa oscura tarde, ya casi noche, de la embestida de la policía montada. Los caballos pasaron a galope junto a nosotros. Para no ser arrollados casi nos untamos a la madera de un viejo portón. Sentimos las chispas que sacaban las herradas pezuñas al chocar con el pavimento.

Estuvimos a punto de ser arrollados. Eran años de muchas prohibiciones. El Zócalo estaba vedado a las manifestaciones de protesta. En esa ocasión, más tardamos en entrar que en ser desalojados con saña y alevosía. Fue tan fuerte esa represión que me quedé con la sensación de que la caballería se llevó entre las patas a algunos de los jóvenes que habían salido a expresar su entusiasmo por el reciente triunfo de Fidel Castro, el Che y Camilo Cienfuegos en Cuba.

Ella nunca trató de apartarme de mis tareas políticas. Aceptó e incluso apoyó esa vida de restricciones que imponía a las personas de izquierda aquel Estado represivo. Entre ella y yo había una especie de acuerdo tácito según el cual, únicamente yo podía tener militancia como profesional del PCM.

Ella se mantuvo en la discreción sin dejar de brindarme su respaldo. Con su silencio táctico salvaguardó su empleo y su estratégico sueldo semanal en una pastelería de reconocido prestigio, donde permaneció hasta su jubilación, luego de 36 años de trabajo ininterrumpido.

La seguridad de ese ingreso semanal, aunque limitado, fue clave para la subsistencia familiar, pues los sueldos en el PCM no siempre fueron periódicos, mucho menos suficientes. Además, ella fue una excelente administradora de la economía familiar. Gastaba sólo en lo estrictamente necesario. Así logró que nunca faltara lo esencial.

Lamentablemente la pérdida gradual de su memoria le impidió disfrutar a plenitud sus 20 años de jubilada. No obstante, tenemos la dicha de haberle brindado las mejores atenciones posibles. La pandemia nos obligó a permanecer junto a ella las 24 horas del día, pese a que la rodeamos de cuidados.

Era doloroso ver que sufría al percatarse de su creciente incapacidad para valerse por sí misma. Hace unas tres semanas algo presintió. Con gran esfuerzo logró comunicar su necesidad de mayor cercanía. “Pepe, aquí, aquí escribe”, rogaba llorosa al tiempo que con severos movimientos repetidos de su mano señalaba un punto contiguo a ella. También dejó ver que deseaba expresar su agradecimiento por el apoyo que se le otorgaba. Lo hizo, pero en forma silenciosa. Así lo interpreto cuando con cierta ternura dijo: Aquí, “juntos, pero sin hablar, en silencio”.

La palabra gracias la repetía a cada momento. A quien le daba algún apoyo le daba las gracias.

El 25 de noviembre, a Licha la ingresamos al Hospital General de Zona número 27 del IMSS. Dos días después fue intervenida quirúrgicamente en sus intestinos. Estuvo muy cerca de seguir sobreviviendo. Lamentablemente algo inesperado sucedió. Desde ayer, 5 de diciembre, ya no la tenemos más entre nosotros.

Las circunstancias obligaron a pedir a sus familiares, amigas y amigos, su compañía solidaria desde sus propios hogares.

Buen viaje Gorda. Quedo muy agradecido contigo.

Tus hijas y tus nietos guardan en su corazón la certeza de que tuvieron una madre excelente y una abuela maravillosa.

 

 

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