Una desgracia, el crecimiento del producto
interno bruto: ¡Descrecimiento o colapso!

Miguel Valencia Mulkay
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Desde hace muchas décadas, los gobiernos y las empresas más poderosas, y los economistas más influyentes del mundo, han considerado al crecimiento del PIB o producto interno bruto, como un asunto de la mayor importancia. Es todavía el mayor imperativo de los gobiernos, y para lograrlo, concentran sus principales esfuerzos políticos; este índice es su obsesión, su mantra: repiten a todas horas ¡crecimiento!, ¡crecimiento!, ¡crecimiento! y es su fetiche: lo adoran y le rinden culto. Han hecho creer a la sociedad que el crecimiento del PIB es una medición del bienestar y hasta de la felicidad de los habitantes del país: Más y mejores empleos; mayor poder adquisitivo, mejor modo de vida, mayor protección de la salud y el medio ambiente; menores riesgos. Según los economistas dominantes que han mistificado a este índice macroeconómico, el camino al paraíso terrenal es el crecimiento infinito del PIB.

Estudios recientes, como el famoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty (2013), han revelado que el crecimiento económico del siglo XX no funcionó como decían que lo hacía en ese siglo la mayor parte de los economistas: a partir de 1975 la riqueza se fue concentrando en pocas manos y desde ese año la pobreza no ha hecho otra cosa sino aumentar cada década, a pesar de las altas tasas de crecimiento que se lograron en algunos períodos. Sin embargo, antes que Piketty, el matemático, estadístico y economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, publica en 1979 el libro Demain la Decroissance (Mañana el decrecimiento) en el que relaciona la termodinámica y la actividad económica y concluye que toda actividad económica degrada bastante la Naturaleza y el medio ambiente. El crecimiento económico los desquicia al igual que al equilibrio social y cultural.

Pero antes que Georgescu-Roegen, en 1968 Iván Illich introduce el concepto del “disvalor” o la “desvalorización”: la pérdida que sufren las personas cuando, por ejemplo, se introducen nuevas formas de alterar el territorio (infraestructuras: carreteras, trenes, vías rápidas, para el uso del automóvil, transporte colectivo) y pierden el uso efectivo de sus pies por el monopolio radical que introduce el transporte. Algo parecido señalaba en 1975 Jacques Ellul, por el reemplazo de productos antiguos por productos nuevos.

En los años 60, Robert Kennedy declaraba [1] “Nuestro PIB incluye la contaminación del aire, la publicidad de los cigarros, y las carreras de las ambulancias que recogen a los heridos en las carreteras. Incluye la destrucción de nuestros bosques y la destrucción de la Naturaleza. Incluye el napalm y el costo del almacenamiento de los desechos radioactivos. En cambio, el PIB no toma en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su instrucción, la alegría de sus juegos, la belleza de nuestra poesía o la solidez de nuestros matrimonios. No toma en consideración nuestro valor, nuestra integridad, nuestra inteligencia, nuestra sabiduría”.

Pero ya en 1893, Emile Durkheim, fundador de la sociología, señalaba [2] que “los fenómenos mórbidos (suicidios y crímenes) parecen crecer en la medida que progresan las artes, las ciencias y la industria” y añadía “la supuestamente evidente relación entre la riqueza económica y la felicidad social, que parece invalidar el crecimiento observado en la tasa de suicidios de las sociedades desarrolladas”. En efecto, diversos estudios en los países desarrollados han demostrado que después de cierto umbral de riqueza económica aumentan las insatisfacciones, la anomia o disfunción social y otros males, como el stress, la angustia, la violencia intrafamiliar, escolar, laboral y urbana, la toxicomanía, las conductas de riesgo.

Por otra parte, la modernización en los países del Sur global ha producido un masivo desvalor o desamparo entre la población, por la entrada de productos globales que eliminan a los productos locales, para consumo local. El caso del cultivo agroindustrial del maíz y la producción industrial de tortillas es muy revelador de este desamparo. Iván Illich advertía en los años 70 “Sostengo que el valor económico no se acumula que en razón de una previa destrucción de la cultura”.

En los años 60, el famoso economista británico Keneth Boulding decía en su libro The economics of the coming spaceship earth: “Quien cree que un crecimiento infinito es compatible con un planeta finito o está loco o es un economista”. Según Galbraith, uno de los más importantes economistas del siglo XX, el PIB es un índice “macroeconómico” que ha originado “una de las formas de mentira social más extendida [3]”  Serge Latouche advierte [4] El crecimiento por el crecimiento mismo se ha vuelto así el objetivo primordial si no es que el único de la vida de las naciones. La construcción de una sociedad de descrecimiento pasa ciertamente por la desmitificación del índice fetiche moderno del bienestar que es el PIB.

A pesar de tantas y tan bien fundadas críticas al crecimiento económico, realizadas a lo largo de muchas décadas por muy destacados estudiosos de la economía, inclusive por famosos economistas, y a pesar de la gran cantidad de textos científicos que advierten del colapso del clima, la biodiversidad, la diversidad cultural, la seguridad de las personas, las economías, las democracias convencionales y las certidumbres modernas,  los gobiernos, las organizaciones internacionales como la ONU, el FMI, la OCDE y los economistas dominantes siguen insistiendo en la promoción del crecimiento económico sin límites, como una manera de salvar al país, sin importar la destrucción de las bases de la vida en la Tierra  que en su opinión deben sacrificarse, para supuestamente beneficiar a toda la población del país. Para ello han utilizado toda clase de falacias, con el fin de sustentar esta irresponsable y calamitosa política gubernamental global.

Finalmente, el PIB es sólo la medición del crecimiento del flujo de riqueza puramente mercantil y monetaria; una medición de la riqueza privada que ignora totalmente la conservación de la riqueza de todos, de la cual obtiene su crecimiento. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos impone las olimpiadas del PIB, con el fin de comprometer a todos los países en la creación de este tipo de riqueza privada, por exigencia de los banqueros más poderosos. Hubo una época, los Treinta Años Gloriosos (1940-1970), en la que el PIB aumentó exponencialmente en muchos países, incluyendo a México, con tasas anuales superiores al 5% anual debido a los efectos diferidos de la Segunda Guerra Mundial y con ello se consiguió cierto desahogo económico en ciertas capas medias de ciertas sociedades –aumento significativo de la clase media–, por las políticas llamadas keynesianas, en honor al economista John Maynard Keynes.

Sin embargo, al terminar esa época atípica fue necesario aplicar atroces políticas militares y económicas globales, para hacer crecer el PIB global: la dictadura pinochetista en Chile, iniciada en 1973, con el fin de hacer un ensayo piloto de políticas neoliberales; el tacherismo en Inglaterra, a partir de 1979, y más tarde, la maduración de las políticas neoliberales, por medio del Consenso de Washington que EU impone al mundo en 1989 y que abre el camino hacia la globalización financiera, por medio de tratados de libre comercio, como el TLCAN, que hacen crecer el PIB a costa de un enorme sufrimiento humano y una depredación en gran escala del clima, los ríos, los mares, los manglares, los humedales, los suelos, el subsuelo, la diversidad biológica y cultural del mundo. 

Estas políticas económicas monetaristas han implicado la introducción de tecnologías y conceptos administrativos altamente depredadores, como la energía nuclear, la extracción de petróleo en aguas profundas, el fracking, la minería marítima; el uso intensivo de agroquímicos en la agricultura, del auto y los colectivos en las ciudades, del transporte en los alimentos, del plástico en el empaque, de la medicación diaria, de la escolarización permanente; también: los trasvases entre cuencas, la minería a tajo abierto, la manipulación genética, el internet, las tecnologías de información, las líneas aéreas de bajo costo, las cadenas productivas, las cámaras de vigilancia, entre otras.

La innovación tecnológica ha priorizado los desarrollos militares, policiacos y de seguridad privada y la reducción de costos en la fabricación de productos altamente destructivos para el medio ambiente, como el plástico, los transportes y los dispositivos electrónicos.

En los últimos 30 años, la producción de mercancías y servicios industrializados ha crecido vertiginosamente al punto de que hoy día cualquier crecimiento, por pequeño que sea, implica una gran destrucción socio-ambiental. Se ha llegado a los límites de lo que pueden soportar la Naturaleza y las culturas.  Debido a este demencial exceso, subsidiado crecientemente por los gobiernos, se multiplican las emergencias, colapsan el clima y el equilibrio ecológico que permiten la vida del ser humano en la Tierra y se fabrica una creciente miseria y un futuro impensable. El crecimiento del PIB sigue la lógica del cáncer: un crecimiento desquiciado que destruye todo lo que le rodea y se destruye a sí mismo.

El crecimiento del PIB está detrás de todas las crisis climáticas, ecológicas, ambientales, sociales, económicas, políticas, militares y simbólicas del mundo. Es evidente que la política ha sido sometida a los dictados de la economía, religión moderna que desprecia y hasta ignora la supervivencia y la salud de la mayor parte de la humanidad, así como las bases de la vida en la Tierra.

[1] Derek RasmussenThe priced versus the priceless, Interculture (Montreal) No. 147, octubre de 2004.

[2] Emile Durkheim. De la división du travail social, Alcan, Paris, 1926, mencionado por Serge Latouche en Le Parí de la decroissance, Fayard 2006.  

[3] John Kenneth Galbraith, Les Mensonges de l’economie . Verite pour notre temps, Grasset, Paris 2004 

[4] Serge Latouche en Le Parí de la decroissance, Fayard 2006.

 

 

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