Neoliberales y el doble discurso
en torno de Biden y el petróleo
   

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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En los últimos años Estados Unidos se puso al frente de la lista de los países productores de petróleo en el mundo. Terminó 2019 con 12,232 millones de barriles diarios, por delante de Rusia (10,847) y Arabia Saudita (9,826), así como de Irak, Canadá y China.

Lo logró gracias al uso de la tecnología del fracking, una de las más contaminantes de los acuíferos que implica un gran derroche de agua pues se inyecta a gran presión para fracturar rocas y así extraer el crudo y el gas. El proceso permite a las petroleras abaratar costos y, por supuesto, obtener más ganancias.

También, Estados Unidos está al frente de la relación de naciones con mayor producción de gas, con cerca del 22 por ciento de la producción mundial. Es, desde luego, el principal exportador de crudo y también el número uno en consumo de derivados del petróleo (gasolinas y aceites para vehículos y aviones, etcétera), así como de gas.

Como es de suponer, la principal empresa petrolera y de combustibles del mundo es Exxon Mobil (sí, de Estados Unidos,) y Chevron figura en cuarto puesto (también de ese país). Segunda es la holandesa Royal Dutch Shell y tercera Petrochina Co. Cinco firmas estadunidenses están entre las primeras 20.

Cito esto frente al discurso presuntamente entusiasta de los neoliberales domésticos que, de doble moral, engañoso y convenenciero, se volcó por el triunfo del demócrata Joe Biden sobre el “bocazas” republicano Donald Trump (un personaje impresentable, racista y fascista, sin duda), esperando que el primero, una vez instalado en el poder, haga efectiva su promesa de impulsar las energías limpias para que Estados Unidos alcance emisiones netas de cero en el 2050.

Con ello, suponen los neoliberales, el nuevo mandatario estadunidense va a forzar a México a modificar su estrategia energética para que abandone sus “proyectos desastrosos” de rescatar a Pemex y a la CFE, desistiendo de presuntas “locuras” como la edificación de la refinería de Dos Bocas y otras.

Primero, hay que observar que para que se alcancen las metas propuestas por Biden faltan algo así como 30 años y, en el mejor de los casos, él gobernará ocho años.

Y no se ve muy probable que Estados Unidos quiera dejar en manos de sus “adversarios” (Rusia y China) la hegemonía de un sector que tanto trabajo le ha costado recuperar (además, siguen las pesadillas de la crisis petrolera de 1973 que lo puso contra las cuerdas frente a los países de Oriente).

También, sería de una audacia increíble que Biden se pusiera la pistola en la cabeza y forzara a las empresas de su país a capitular del liderazgo mundial, aunque es cierto que hay que descarbonizar al mundo y avanzar en los compromisos del Acuerdo de París para revertir el cambio climático.

En esas condiciones, no es que nuestros fanáticos neoliberales sean muy  “demócratas”, tanto por Biden como por convicciones, ni que estén preocupados por el medio ambiente. En los hechos, no sólo han resultados tóxicos con sus creencias en términos financieros, económicos y políticos, sino que sus programas para evitar la contaminación los ubican incluso como malas caricaturas de organizaciones políticas locales que no han sido otra cosa que negocios familiares.

Lo que en realidad les preocupa es que no se consume el asalto a la “joya de la corona” luego de la “reforma energética” que, con todo y “sobornos”, se aprobó durante el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Si por algo estuvo apostando la élite neoliberal que gobernó a nuestro país desde 1982 al 2018, fue justo la privatización de la industria energética, principalmente la petrolera.

Esa “sobornada reforma”, votada en su momento por varios que ahora forman parte de las filas de Morena, allanó el camino para que Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad (Pemex y CFE), quedaran al alcance de la depredación pues, fieles a su dogma, los gobiernos neoliberales se encargaron de hundir al sector, desmantelándolo y endeudándolo en forma intencionada e irresponsable para luego tener “justificantes” del abordaje privado, es decir, su privatización. Por eso la “reforma energética”. La “chatarrización” de Pemex y su posterior venta a precio de tianguis estaba, pues, a punto.

Pero algo salió muy mal en el camino y las cosas se torcieron para sus fines: el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones del 2018 y después la firma del T-MEC con el gobierno de Donald Trump, lo que supuso algún freno a la avaricia y cierta soberanía sobre la política energética del gobierno de la autodenominada Cuarta Transformación.

La apuesta neoliberal por Biden no es por demócrata ni por sus promesas de “energías limpias” ni por todo lo demás. Es para ver si les hace el milagro de consumar el asalto, por eso su entusiasmo por los resultados electorales en Estados Unidos, respaldada por la sistemática insistencia desde el FMI, el BM, la OCDE, agencias calificadoras, organismos empresariales y otros frentes (incluidos voceros y partidos políticos) de descalificar cualquier intento del gobierno de resucitar a Pemex y la CFE, “sugiriendo” optar por la inversión privada.

¿Ecologistas? ¿Ambientalistas? ¿Demócratas? ¡Baahh!

 

 

Los proteccionistas de Estados Unidos
piden libertad para saquear a Pemex y CFE

Jesús Delgado Guerrero
/ Los sonámbulos

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Legisladores de uno de los países más proteccionistas en materia económica, como es Estados Unidos, piden que la “reforma energética” aprobada durante el sexenio neoliberal de Enrique Peña –mediante sobornos, según versiones difundidas del extitular de Petróleos Mexicanos– prevalezca para que puedan tener “certeza y certidumbre” de millones de dólares de inversiones (así el saqueo recibe un nuevo nombre) en el sector, “amenazadas” por el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador.

Unos 43 legisladores del Partido Demócrata y del Partido Republicano (que igual podrían ser accionistas de algunas petroleras del paso vecino) fueron claros: “México es el principal mercado para los productos energéticos estadunidenses”, pero las acciones del gobierno de la Cuarta Transformación por rescatar a Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) “van en contra del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC)”.

Aseguran que “no sólo socava el espíritu, sino la letra de tal acuerdo comercial “que busca promover el crecimiento entre los países participantes”.

La queja es porque el gobierno brinda un trato regulatorio de preferencia a Pemex al cancelar o retrasar los permisos para las empresas de energéticos de Estados Unidos (varias de las cuales están entre las más contaminantes del mundo, pero aquí los seudoecologistas las defienden con el cuento de promover el crecimiento).

Y porque en la mira del gobierno federal y el Congreso de la Unión, en poder del partido al que pertenece el titular del Poder Ejecutivo, está promover cambios a lo que fue la coronación del asalto neoliberal sobre la ”Joya de la corona” (los recursos energéticos) mediante la “sobornada” reforma energética.

Pues bien, primero hay que resaltar que, de acuerdo con varios estudios, la artillería de aranceles y bloqueos que han impuesto demócratas y republicanos a nuestro país, y a otros más, ha aumentado de manera notable en los últimos cinco años.

Los aranceles de importación han aumentado de 5.4 por ciento a 12.5 por ciento en Estados Unidos, es decir, los supuestos campeones del libre comercio le han puesto zancadillas al espíritu de la letra que invocan, aunque no es el único caso pues en todo el mundo no hay un mito más acabado que ese del “libre mercado”, uno de esos cuentos que convenencieramente (por sobornos, en este caso) y por dogma se han tragado nuestros neoliberales.

“Embargos atuneros, aguacateros, tomateros”, de impuestos al acero y al aluminio y etcétera, están en una lista abundante de medidas proteccionistas de los gobiernos estadunidenses para afectar a los productores mexicanos.

Lo que hay que agradecer a los inversionistas energéticos del vecino país es su sinceridad (o cinismo, como se quiera ver) cuando piden ayuda de su gobierno porque sus millonarias inversiones pueden frustrar sus también muy millonarias ganancias.

Por lo demás, eso de que Estados Unidos y México van a crecer económicamente con esas inversiones no se los cree ni su abuela; justo ese ha sido el cuento de hadas neoliberal para la devastación de las economías nacionales, la depredación y el saqueo de los recursos naturales.

Ahora bien, nadie pone en duda que gracias a todos esos sobornos y la porquería que se hizo de Pemex durante el último sexenio, dejándolo casi en calidad de difunto, la paraestatal requiere inversiones, pero no hay que confundir eso con el agandalle que se perpetró con la “reforma energética”: la demolición de las instituciones propiedad de la nación para abrir la puerta a la entrega a los depredadores locales y foráneos.

 

 

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