Retrato inédito de Arnoldo

* Martínez Verdugo, el último secretario general del Partido Comunista Mexicano y candidato presidencial del Partido Socialista Unificado de México, en 1982, fue sumamente cuidadoso en mantener en la sombra su vida familiar y privada, pero en el homenaje que le rindió la Universidad Autónoma de Sinaloa, su hermana Armida dio a conocer momentos significativos de su infancia, adolescencia y madurez.

Armida Martínez Verdugo
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Arnoldo nace el 12 de enero de 1925, la partera, doña Paulita, llegó apenas dos días antes de su nacimiento, pues no pudo llegar antes por la venida del arroyo que no la dejó pasar; contaba mi mamá que apenas hubo llegado, comenzó el trabajo de parto y todo salió muy bien, y nos contaba eso, porque decía que Arnoldo había nacido con estrella, porque se esperó a la llegada de la partera y eso él lo había decidido. Mi mamá casi siempre hacía alusión a ese hecho.

Mis padres fueron Isaac Martínez Ortega y Silvina Verdugo Avilés; mis abuelos paternos eran originarios de Topia, Durango, una mina donde trabajaba mi abuelo, mi abuela era ama de casa. Por parte de mi mamá, mi abuela Alfonsa Avilés y mi abuelo Epitacio Verdugo eran originarios de El Terrero Mocorito, pero ya residentes en Pericos. A la edad de 10 años, a mí papá lo mandaron a terminar la primaria al seminario, porque en Topia solo había escuela hasta tercer año y mis abuelos no querían que se quedaran él y su hermano Marcos sin educación; al terminar la primaria siguieron en el seminario otros tres años, pero comenzaron a pensar cómo escaparse, un día que oyeron de la llegada de un obispo, ellos y cuatro compañeros decidieron escaparse y llegaron a Mazatlán de aventón, allí se separaron y mi tío Marcos vio un barco de carga y se embarcó de polizonte y se fue, mi papá fue a buscar al tío Donato a Culiacán, llegando a trabajar en su negocio donde un día llegaron unos hacendados, buscando a un muchacho que pudiera escribir bien y sacar las cuentas para que trabajara en la tienda de raya de la hacienda de Pericos, aceptó y llegó a ser administrador de ella.

Contaba mi mamá que cuando Arnoldo tenía tres años, mi papá algunas veces lo llevaba a la fábrica y que se interesaba mucho, haciendo muchas preguntas; a los seis años ya cuestionaba a mi papá, ¿por qué las mujeres trabajaban en los tendederos donde ponían a secar el ixtle? Que hacía mucho sol y por qué no estaban en casa como su mamá, quería saber de todo, a los cinco años comenzó a dibujar en los cuadernos que mi papá le traía de Culiacán, también hacía trabajos en paspartú y se los regalaba a los trabajadores más cercanos de mi papá. A los siete años se va a Culiacán a hacer la primaria a casa de mi tío Marcos, su esposa Angelita y sus cuatro primos. Mi mamá tuvo que aceptar, con todo el dolor de su corazón, ya que mi papá tenía muy buenos argumentos, decía que tenía que aprender bien, le decía que era afortunado porque iba a aprender mucho, y que el conocimiento es lo que hace libre al hombre, el saber te dice porque estás aquí y es lo que te distingue de los animales, como saber por qué llueve, como se hizo la máquina de coser con la que tu mamá te hace las camisas y también podrás enseñarle a la gente lo que sabes y así ayudar a la humanidad. Claro, también porque en Pericos sólo había un maestro particular, ya que todavía no construían la escuela.

Lo iban a ver dos veces al mes, ya que él sólo podía ir en las vacaciones. Cuentan mis tíos que Arnoldo era muy estudioso y que tenía muy buena conducta. Cuando terminó la primaria se quedó dos años más para esperar a que mi hermana Gloria terminara la primaria y no dejarla sola. Buscó como estudiar contabilidad y se encontró un folleto de la Escuela Bancaria y Comercial para estudiar por correspondencia, se inscribió y terminó de contador privado. Regresaron a Pericos y mi papá ya le tenía trabajo en una tienda de abarrotes y semillas, allí conoció al juez Juan Ramón Leyva, que al ver en Arnoldo a un muchacho con el que podía platicar, pues era muy inteligente, vio sus inquietudes y lo empezó a instruir en las cuestiones sindicales y en las largas jornadas de trabajo y los salarios tan estrechos de los trabajadores, fue un maestro en las inquietudes que Arnoldo tenía sobre los trabajadores.

Le dijo a mi papá que tenía que irse de Pericos a buscar trabajo, que ya no quería seguir ahí. Pronto mi papá le consigue trabajo de contador en Navojoa, Sonora, con un empresario amigo de él, el licenciado Lucano Orrantia y en 1940 se va para allá, donde conoce a dos amigos que también fueron clave para su carrera política y para que entrara a la Escuela de Pintura y Escultura la Esmeralda, pues veían que hacía retratos a lápiz para sus compañeros y le encargaban pinturas de paisajes.

A los cuatro años de estar ahí, sus amigos le dijeron que irían a México y que, porque no se iba con ellos, les dijo que le gustaba la idea y que sí se iría, pero que los seguiría después, porque tenía que renunciar a su trabajo e ir a Pericos a hablar con mis papás. Mi papá luego le dijo “adelante hijo, no desprecies esa oportunidad”, y mi mamá decía “se me van a secar los ojos de tanto llorar”, pues ya estaba mi hermano Gilberto estudiando contabilidad en la academia Wester en Culiacán.

Y se llegó el día en que Arnoldo tenía que partir a México. Todos fuimos a la estación a despedirlo, se le veía muy emocionado y prometió que pronto escribiría y nos contaría todo.

Toda una semana esperando la carta, se nos hizo eternidad, hasta que por fin llegó, mi papá la leyó en voz alta y mis hermanos, Gloria, Abel, Armando, Tere y yo muy atentos. Como les había escrito a sus dos amigos cuando llegaría, ya lo estaban esperando y al otro día lo llevaron a rentar un cuarto en la calle Serapio Rendón, casi esquina con San Cosme, al día siguiente lo llevaron a inscribirse a la escuela La Esmeralda. Nos decía que se iba caminando a conocer poco a poco la ciudad y dijo una frase que a mí se me grabó y la uso todavía cuando veo algún problema en algo, “No es tan fiero el león como lo pintan, y yo pienso domarlo”, refiriéndose a la Ciudad de México. Era un cuarto pequeño y se iba llenando de libros, así que los empacaba en cajas de cartón y los mandaba en tren a Pericos, mi hermana Tere y yo teníamos la consigna de sacarlos a asolear para que no se los comiera la polilla, venían títulos que nosotras no entendíamos para nada, Así hablaba Zaratustra, Revisionismo y empiriocriticismo, La dialéctica materialista y nos persignábamos al leer eso. En otro envío de libros, nos encontramos con otros títulos que no eran tan rebuscados, allí me detuve con el Romancero gitano, de García Lorca, e inclusive me aprendí alguna de sus poesías, “El romance a la luna”, “La muerte de Ignacio” que me aprendí de memoria y a veces se las declamaba a mis amigas, que se burlaban de mí. También encontramos La madre, de Gorki, y la señora que ayudaba a mi mamá, la Sara, al ver que lo estábamos guardando dijo “Ay no guarden ese libro de la mamá de Gorki, para que me digan de qué trata”. Cuando le contábamos a Arnoldo esa anécdota, no paraba de reír.

Las cartas llegaban cada semana como también las nuestras para él, nos hablaba de algunos personajes que para nosotros eran extraños como Chávez Morado, Pablo O´Higgins, Frida Kahlo y Fanny Rabel. Encontró trabajo en la fábrica de papel San Rafael y pronto se puso en contacto con el sindicato y se inscribió en él. No sé cuánto duro ahí, pero en una venida a Pericos trajo sus trabajos de pintura y escultura para que los viéramos y se los guardáramos, en ese viaje, que eran sus primeras vacaciones, nos dijo que lo acompañáramos al arroyo a recoger unas piedritas redondas y cuadradas muy lisas para llevárselas por su trabajo de escultura, y mi mamá nos prestó unos morrales.

Llegamos al arroyo y el agua estaba muy cristalina y empezamos con la tarea de buscar piedritas, las colocábamos y se las enseñábamos a Arnoldo y las que le gustaban las echábamos al morral. Donde vivíamos le decían la Loma porque de verdad era una loma y el arroyo estaba en la bajada, entonces veíamos que la gente iba llegando a lo alto y nos contaba la Sara, que la gente murmuraba y decía “el hijo de Martínez trajo no sé cuántas cajas de libros y ahora le da por juntar piedras en el arroyo, ¿se estará volviendo loco de tanto leer?”

En la vida de Arnoldo hubo dos rupturas muy importantes, el irse de Pericos para mejorar y la otra ruptura, si dedicarse a la pintura o a la política de izquierda y optó por dejar la pintura, y en otro viaje que hizo a Pericos, llevó las obras que tenía y las que había dejado en la casa, las juntó, les echo mezcal de la hacienda El Periqueño y les prendió fuego, ni nuestros retratos pudimos rescatar, porque dijo “no quiero que se quede ningún Martínez Verdugo por allí” y el fuego devoró todo. Así era cuando tomaba una decisión. En 1950 se casa mi hermana Gloria y él lleva las flores y arregla la iglesia, mi papá tiene que pedir permiso para eso al párroco, y él le dice, “vaya, un comunista arreglando la iglesia, tienen el permiso”. En esa boda vi a un Arnoldo que no conocía, bailando perfectamente y conviviendo muy bien con todos, pues creían que era un ser raro. A los dos días se fue.

En 1952 se casa con Natura Olivé, una muchacha catalana y niña de Morelia de padres republicanos, estudió historia en la UNAM, trabajaba dando clases en el colegio Roosevelt, estudió en El Colegio de México Historia del Oriente y sabía inglés, catalán e italiano. Don Miguel y doña Francisca, los padres de Natura, fueron los segundos padres de Arnoldo, le construyeron en su terraza un departamento y cuando mi papá le mandó por tren todos los libros que dejó en Pericos, le hicieron una biblioteca muy grande en la azotea de su casa, ellos dos fueron un pilar muy importante para que pudiera llevar a cabo su proyecto político en el Partido Comunista Mexicano.

Tuvieron dos hijos, Alba y Víctor, quien desafortunadamente murió en 1995 en el temblor de Manzanillo, Colima, y el hotel donde se hospedaba se vino abajo, había organizado el primer congreso de físicos nucleares, y el cual terminó un día antes y decidió quedarse el fin de semana a descansar, le habló a su mamá y le dijo, me voy a quedar, el congreso fue un éxito y quiero descansar; para Arnoldo su muerte fue un golpe muy duro del que no se pudo recuperar ni física ni emocionalmente.

Arnoldo nos contaba que todavía no estaba satisfecho con lo que había logrado hacer, pero que había que dejarle la tarea a las nuevas generaciones, decía que su mayor satisfacción era haber sido candidato a la Presidencia de la Republica en 1982, que sentía mucho gozo cuando la gente se acercaba a él para platicar, para abrazarlo y a veces nada más tocarlo, para mí fue un hombre triunfador,  risueño, que le gustaba comer bien y quería todo el bien para la humanidad, ese era su sueño, ese fue mi querido hermano Arnoldo Martínez Verdugo. Gracias

* Discurso pronunciado en el Homenaje Nacional a Arnoldo Martínez Verdugo, realizado en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en Culiacán, Sinaloa, el 12 de octubre de 2020.

 

 

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