Pensar las herencias

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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tiempo tiempo.
Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
C. Vallejo: “Tiempo tiempo”.

Para Magdalena Gómez.

Difícil es, sin duda, vivir con las herencias que el paso del tiempo nos va dejando, querámoslas o no, a veces como carga, a veces como bendición. Para nosotros, mexicanos, el mestizaje es una carga que no hemos terminado de llevar pero que allí está, como parte (maldita, es cierto, en gran medida) de nuestro ser y que hoy, en particular, requiere se reflexione sobre ello, para condenar lo que se deba condenar, pero reconociendo finalmente que en nuestro ser el mestizaje (la mezcla de lo español y lo indígena) es una parte ineludible de nuestro ser en sí, y que ni modo, con ello hay que seguir adelante, mentándole la madre a quien haya que mentársela, pero siempre respetando a quienes en el paso de los años se conservaron puros, pero pobres, por su sano empecinamiento de dedicarse, en su gran mayoría, al cultivo de la tierra y de los recursos naturales.

Herencia relativamente remota ésa e, insisto, parte ineludible de nuestro ser en sí, que si bien no se ha diluido, se diferencia entre quienes la asumimos como rebeldía y quienes, por razones económicas, la hacen suya de una manera sumisa y servil y se sienten tan puros como el conquistador Colón pisando la cabeza de un indígena, lo cual, en el presente, nos hace ser un pueblo profundamente dividido desde ese punto de vista. El mestizaje, pues, nos diferencia hacia afuera (con otros pueblos) y entre nosotros mismos, pues la asunción de esa realidad al darse de manera diferenciada nos inclina, a unos, a ser más cercanos y comprensivos con aquellos otros, los miembros de nuestros pueblos originarios (tzotiles, mayas, otomíes, cucapas y un largo etcétera), a quienes otros, mestizos, tratan de manera despectiva y racista. Pero eso, también, es herencia de nuestro mestizaje que nunca, en términos educativos, ha sabido ser explicado, quizá porque el Estado en México nunca, convenencieramente, tuvo claridad sobre esas cuestiones, pues, hasta el neoliberalismo, el Estado mexicano tenía la idea no de respetar la nacionalidad (que implica autonomía y soberanía, tardías sin duda, pero necesarias) de los pueblos originarios y creyó, siempre, que lo más conveniente era “integrarlos” a la nación (dominante) mexicana (léanse al respecto los textos que crean el Instituto Nacional Indigenista y varios posteriores del nacionalismo revolucionario).

Hay, pues, allí, una deuda a saldar por estos días de la Cuarta Transformación. Por fuera, dejarles claro a nuestros conquistadores (pueblo español e iglesia católica), que debido a las atrocidades que cometieron deben ellos, necesaria y obligadamente, pedirnos disculpas y dispensa por los latrocinios cometidos. Pero, por el otro lado, le urge particularmente al Estado de la 4T definir cuál va a ser el trato que dará a nuestros pueblos originarios, que lo diferencie, radicalmente, del trato maricón que se les ha dado desde la Revolución del 17 (y desde mucho antes…, desde la Conquista) hasta nuestros días.

Sí, es cosa de pensar seriamente al respecto.

 

 

¿Unidad a fuerzas?

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Viendo a tus amigos, a dos de ellos, hay muerte.
Mirando accidentalmente hacia un lado, hay muerte
V. Sterligov: °Muerte°

Más allá de la violencia cotidiana, ¿cómo avanza el país? Con dificultades, sin duda. Más allá de las previsiones altamente negativas de los organismos económicos internacionales (FMI, BM y la tibia CEPAL), la economía del país no carbura correctamente y eso se traduce en un estado de incertidumbre continuo con el que nadie parece encontrarse satisfecho. A la 4T muchos la arrastran por diferentes calles de la amargura, con todo y que aún el pueblo la defiende, sin quedar bien claro si a quien defienden es a ella (los actos de gobierno) o más bien a AMLO (su mesías criollo). Hay allí una frontera no bien delimitada, que conduce a una situación igualmente compleja, ya planteada otras veces: ¿se puede hoy, indistintamente, gobernar para todos?, ¿eso es democracia?

El gobernar para todos es una idea secundaria que se desprende del manido paradigma capitalista de la unidad nacional, que de manera amplia se manejó durante la segunda guerra, hasta épocas relativamente recientes: ésa fue la idea, por ejemplo, que le dio cuerpo al pacto por México, en donde, sin distingos ideológicos, se mezclaron PRI. PAN y PRD para caminar juntos como hermanitas de la caridad, sin darse cuenta que, tarde que temprano, como bien afirma Luis Rubio, se iban a tropezar feamente y ya nadie iba a creer en ellos, como hoy se está demostrando de manera fehaciente. De allí entonces que seguir confiando en ese paradigma de unidad nacional a toda costa o considerar que la democracia conlleva el gobernar indistintamente para todos, es un error político que a los griegos en el siglo IV antes de nuestra era les costó sacrificar la democracia directa por la tiranía que allí estaba, expectante, para dar el zarpazo llegado el momento. Llegó el momento y no dudó en darlo y los sueños de los sofistas (Socrates, Jenofonte, Platón) se vinieron al piso.

De esta manera, pues, tanto las ideas políticas de los conservadores como las de la 4T parecen cojear del mismo pie y no se vislumbra aún cuál de esas dos fuerzas, en lo inmediato y sobre todo en el 2021, van a dar el paso para desprenderse de la falacia de unidad a toda costa, que les permita apostar a otra realidad política: a los primeros consolidarse abiertamente en su conservadurismo neoliberal y a los segundos, a la 4T, ¿qué, hacia dónde jalar?

Objetivamente, los segundos, ahora, se muestran mejor armados que los primeros, porque tienen al menos un aparato partidario (en apariencia uno solo, con un número infinito de tribus) que, en sus jaloneos y aunque ése no sea su objetivo central (su objetivo central, desde hoy, es saber quién será su candidato para el 2024), puede destinar parte de sus esfuerzos a diseñar un programa político que, finalmente, olvide ya, a la vez, los periclitados paradigmas de la unidad nacional y la democracia como gobierno para todos.

Es tiempo, pues, de que la política comience a operar como ciencia de la verdad.

 

 

De argumentos y sinrazones

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Todos los hombres (…)
en deslenguadas jaulas con sus toses,
mordiéndose los dientes y los codos
L. R. Furlán: “Los hombres”.

¿Son realmente ilustrativas y ejemplares las palabras de Francisco Martín Moreno de volver a llamar a la Inquisición para quemarnos a los herejes que apoyamos, ahora (no hace dos años, en las elecciones) a López Obrador? ¿Cuáles son, en el ámbito de lo legal, los argumentos y razones de quienes piden, como Francisco Martín Moreno (Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y fauna que los acompaña) el fin del gobierno obradorista, que no sean teorizaciones que encubren el complot y el golpe de Estado, acciones que hasta hoy nuestras leyes no contemplan, pero que, desde tiempo atrás, han sustentado los golpes de Estado reaccionarios en contra de aquellos gobiernos (en especial de América Latina) que se niegan a seguir sujetos a la dinámica de explotación capitalista (hoy neoliberal) de sus países por años y años de esa ignominia? ¿No es eso, acaso, lo que hay hoy en el conjunto de acciones que, particularmente en la ciudad de México, promueve el conglomerado de chile, de dulce y de manteca que se agrupa en Frena? ¿Por qué no con una manifestación monstruo de más de cien mil asistentes se muestra del lado de quién están las verdaderas mayorías del país, satisfechas con el gobierno de la 4T con todo y los errores que ha cometido y que seguramente seguirá cometiendo, pero mayorías que lo que menos quieren (como sí lo quieren los de Frena es el retorno del neoliberalismo?

Tan simple como eso: o se respeta el orden constitucional o no se respeta. Es decir, el gobierno actual (con sus tres poderes) fue elegido y constituido legalmente con el voto mayoritario de los mexicanos en edad de elegir (que somos, en efecto, la mayoría de los mexicanos), por ende, sería lógico que si se disiente con él se tenga la libertad de expresarlo, como hoy se hace, por las vías que la ley permite y que, en ningún momento, expresa y autoriza el que, por mis pistolas, esa disparidad de disenso se exprese a través del complot y sabotaje que propicie el derrocamiento del régimen de gobierno en turno.

Los actuales, en efecto, afirma Jens Andermann, académico de la Universidad de Nueva York, en su escrito “Estado de inexcepción”, no son tiempos fáciles: “Según algunos científicos, el punto de inflexión (cuando el bosque deja de producir la evaporación suficiente de agua para reproducirse y se convierte en estepa) ya ha sido alcanzado; para otros, ‘recién’ se estaría acercando, con consecuencias devastadoras e irreversibles a escala planetaria”, y ello nos conduce a pensar (y más que nada a los gobiernos en turno), con mucha seriedad, en el qué hacer inmediato y de corto plazo para salvar la parte de planeta de la cual se es responsable. En eso, creo, debiera estar centrada nuestra atención y no en seguir buscando enfrentamientos ilegales y carentes de razón entre sectores de la sociedad. Seguir insistiendo en lo anterior, quiere decir cerrar los ojos (el más grave peligro que nos acecha hoy a los humanos y que ya está sobre nosotros) frente a lo siguiente: “La lista podría prolongarse con infinitud de datos, desde los índices de hambre o de suicidio a los de violencia doméstica y de género o los de extinción de especies: lo cierto parece ser que, desde donde se mire, hemos entrado en un estado de excepción, de catástrofe permanente como hecho fundamental de nuestro tiempo”.

Sí, más nos vale, a todos (o los que quieran) tomar conciencia del tiempo que nos ha tocado vivir, más allá de estandartes de la Guadalupana y las tiendas de campaña vacías con las que buscan acelerar así un golpe de Estado en el país. ¿O de qué será que habla el papa Francisco cuando escribe en su encíclica reciente de ponerle fin al “dogma neoliberal”?

 

 

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