A la antigüita y sin falsas esperanzas

Jorge Faljo / Faljoritmo
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El reciente mensaje de Agustín Carstens causó gran revuelo a pesar de su sencillez. Tal vez lo que dijo se acerca a lo obvio, pero en este caso la fuente es un personaje que fue subdirector del Fondo Monetario Internacional, secretario de Hacienda y gobernador del Banco de México y ahora gerente general del Banco de Pagos Internacionales, una institución que agrupa a los bancos centrales de 60 países.

Lo que dijo, refiriéndose al mundo y no en particular a México, es que la crisis provocada por la pandemia ha durado y durará más y que eso ya ha cambiado la forma de viajar, trabajar, hacer compras y se asocia a una revolución digital innovadora. A lo que podríamos añadir la educación.

Tales cambios implican que la acción de los gobiernos y sus paquetes de salvamento, si bien positivos, no podrán prevenir el incremento de bancarrotas. Lo que sumado a las dificultades de pago de todo tipo de deudores podrá impactar al sistema financiero.

Carstens no es catastrofista, pero sus advertencias pegan duro.

Ya muchos han señalado que recuperar los niveles de empleo e ingreso después de esta crisis tomará más tiempo del que requirió salir de la Gran Depresión del 2008-2010. Carstens dice algo más, que los cambios son profundos e irreversibles. Y eso marca una diferencia substancial.

La preocupación por lo que está ocurriendo está generando múltiples documentos de alto nivel. Uno que me llamó la atención es la reciente publicación del Banco Mundial “Covid-19 y la transformación acelerada del empleo en América Latina y el Caribe”. Ya el solo título dice bastante.

La publicación habla de un proceso de industrialización estancado en que el sector industrial no ha podido crecer y crear puestos de trabajo como lo hizo en su momento en las actuales economías desarrolladas. Tampoco se materializó en niveles de ingreso superiores. Específicamente señala que en Brasil y México tenemos sectores industriales más pequeños que los que lograron las economías desarrolladas cuando tenían el mismo nivel de ingresos.

El documento habla de una desindustrialización prematura en la que se verán afectadas las mayores posibilidades de empleo y crecimiento en el sector servicios. Así se refiere a una evolución reciente, en este siglo, y no a la gran mortandad de empresas ocurrida sobre todo en los años ochenta, mortandad de empresas que posteriormente fue acelerada con la apertura comercial unilateral y la privatización de empresas públicas.

Hablando del presente el documento del Banco Mundial señala que el impacto de la crisis es muy distinto entre los trabajadores formales y los informales, que en México son mayoría, y que va a acelerar el cambio laboral. Y acaba con otro mito al afirmar que la industrialización puede seguir contribuyendo al incremento de la productividad en la economía, pero no aporta a la creación de empleos; mucho menos para la mano de obra menos calificada.

El escrito menciona que el malestar que surgió en la región en 2019 puede tomarse como una advertencia de que restaurar el crecimiento económico y fomentar la creación de más y mejores puestos de trabajo ya eran prioridades urgentes. En México ese malestar se ha expresado de manera positiva en el gran cambio político del 2018 y, de manera muy negativa, posiblemente está incidiendo en el incremento de la violencia que hemos visto a lo largo de este siglo.

Es buena la descripción de lo que ocurre en el documento del Banco Mundial. Sin embargo, al entrar en el difícil terreno de hacer propuestas, señala que no hay soluciones obvias y se requiere creatividad, para caer a fin de cuentas en el más ortodoxo pensamiento inercial. Lo que dice es que hay que centrar los esfuerzos en el incremento de la productividad, en la formación de recursos humanos para incorporarse al empleo tecnológicamente más avanzado y en el fomento de la competencia internacional.

Por si acaso, supongo, ese documento también propone mejorar los mecanismos de protección social de maneras que no impliquen una carga a las empresas. Esto no me parece mal, pero es a fin de cuentas una red de protección cuando la creación de empleo falla.

Y en una estrategia que prioriza la productividad y la apertura comercial, al tiempo que se acepta que el entorno mundial no es propicio y que la historia industrial de nuestros países no ha sido de lo mejor, la propuesta de productividad naufraga. Seguir en la inercia generará resultados que ya conocemos, desindustrialización, empleos mal pagados e informales, deterioro socioeconómico, inequidad, descontento social.

Incluso hay que dudar de la posibilidad de recuperar esa inercia ya perdida. La crisis ha golpeado la producción, empleo e ingresos. Es el peor cuadro posible para pensar en fuertes inversiones que generen tal avance tecnológico que hagan posible no solo importantes avances de productividad, sino de competitividad internacional. En el fondo sería esperar que las grandes transnacionales se instalen aquí para presumir de productividad… sin empleo.

¿Qué tal ir en otra dirección?

Ese otro camino consistiría en lo esencial en no competir. En una regulación del mercado que permita emplear al máximo las capacidades productivas que ya existen en multitud de industrias de todo tamaño, y en reactivar muchas de las empresas de todo tamaño que han cerrado en las últimas décadas.

Pensar en invertir en recursos humanos no está mal, para relativamente pocos. Al mismo tiempo que pensamos en educar para adaptar individuos a empleos selectos, también habría que considerar en conseguir que la gente pueda hacer lo que ya sabe hacer. Es mucho lo que se puede reactivar, y es mucho lo que la gente ya sabe hacer, o puede hacer sin necesidad de una formación muy avanzada.

Urge recuperar empleos, empresas, industrias, talleres, guiados por el fortalecimiento del mercado interno. Empezando por las transferencias públicas, el gasto social, el consumo popular y generar una espiral positiva de crecimiento, empleo e ingreso.

Solo que esto demanda abandonar la ortodoxia de la competencia internacional para pensar en mercados regulados por una alianza entre el sector público y las organizaciones de productores y consumidores. Acabo de leer una propuesta de la FAO para México que consiste en la creación de cadenas cortas agroalimentarias; un bonito nombre técnico para el encuentro de productores y consumidores en el espacio local.

Eso necesitamos. Solo que yo hablaría de mercados en los que se encuentren todo tipo de productores, que promuevan recuperar la diversidad productiva y hagan viable el uso de múltiples niveles tecnológicos.

Hacerlo así haría que millones puedan pasar de la producción cero a una producción convencional, a la antigüita tal vez, pero mejor que falsas esperanzas. Ese es el incremento de la productividad viable y generalizada sobre el que se podría reconstruir el país desde su base.

 

 

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