El legado de Arnoldo: El estratega, el
Partido Comunista Mexicano y la democracia

Jaime Ortega / Memoria
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La trayectoria de Arnoldo Martínez Verdugo (AMV en adelante) no sólo puede recuperarse desde la memoria o recuerdo de aquellos que le conocieron de cerca, en su calidad de colaboradores, camaradas o adversarios. AMV es parte de una generación que buscó nacionalizar, en el mejor sentido del término, la lucha por el socialismo y en ese transcurso dejó importantes testimonios escritos. Ese caudal  de experiencias que llevaron a valorar la democracia como una necesidad de la  lucha socialista se encuentra a espera de que la izquierda mexicana actual la pueda redescubrir, problematizar y en su caso, valorar. Aquí lo explicitaremos a partir de un conjunto de intervenciones que el dirigente comunista realizó en la década de 1960. Los textos  de  AMV  acompañan  su  obra  más  importante: la  modernización de la izquierda mexicana. Modernización que significó la  autocrítica  de  una  historia  partidaria en crisis, la adopción de la democracia como el problema principal de la sociedad mexicana y vehículo predilecto para el impulso de la lucha socialista, la unidad de las fuerzas de izquierda como camino a la superación del sectarismo y la sensibilidad de entender los momentos nacional-populares que se mantenían  latentes en la memoria y movilización del pueblo mexicano.

Todas estas señas de identidad de su obra no se encuentran localizadas en  un solo momento, ni en un solo escrito, son, por el contrario, el desarrollo de alrededor de tres décadas como constructor organizativo, ideólogo y político. Se  trata de leer en AMV las transformaciones de la izquierda, su comprensión de la realidad social, su compromiso con ideas-brújula clave que rompieron con una estrategia añeja, desgastada e inoperante. Por tanto, es preciso entenderlo no  como un autor, sino como una voluntad que acompañó, junto a otras de su generación, las distintas coyunturas de una izquierda que se encontraba empeñada en dejar su lugar subordinado, periférico y testimonial. Una historia, que, como sabemos, no fue fácil ni lineal, que estuvo llena de complicaciones, ensayos, no pocos retrocesos y errores. Trayecto que sólo con los acontecimientos del 2018 podemos dimensionar en toda su amplitud, importancia y conflictividad.

Podemos pensar con AMV y sus textos varios procesos de esa obra práctica que es la modernización de la izquierda. Aquí adelantamos uno que nos parece fundamental. Contra la idea de que la modernización del PCM –cuyo máximo logro es el programa del XIX Congreso de 1981– es el producto directo de la negociación  con las corrientes eurocomunistas, nos proponemos seguir una ruta en los textos de AMV, particularmente de los más añejos. Ellos demuestran tanto la sensibilidad necesaria para comprender la coyuntura, como el empeño de que el PCM se encontrara a la altura de las circunstancias.

La era de la autocrítica

Con motivo del XV congreso AMV escribe: “debemos seguir ajustando cuentas con  el pasado del Partido”1. El ascenso de una nueva dirección a partir de 1960 se encuentra marcado por la terrible represión que ejerce el recién estrenado gobierno de Adolfo López Mateos sobre el movimiento popular, siendo el clímax el encarcelamiento de miles de ferrocarrileros. En tanto que, el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia será el punto de quiebre, a partir de ese momento inicia el derrotero que el PCM seguirá cada vez con mayor firmeza: realizar una crítica teórica y práctica de la “ideología de la revolución mexicana”. Esta disposición  permitió a una generación de intelectuales comunistas desarrollar importantes trabajos de reflexión en los campos del marxismo, la historia y la economía. En tanto que en  términos  políticos  impulsó  la  necesidad  de  construir  una  estrategia que permitiera renovar las directrices de acción, las concepciones de la lucha política y la ubicación de los “eslabones débiles” del sistema de dominación.

La década de 1960 será el momento en el que el PCM, con AMV a la cabeza, comience ese proceso de renovación teórica y política al que hemos aludido.  Ello incluyó un profundo ajuste de cuentas con el compromiso que el comunismo adquirió, en franca desventaja, con la “ideología de la revolución mexicana” desde la década de 1940. Significó, además, renunciar a cualquier noción de “burguesía progresista” o de localizar tensiones entre sectores al interior del gobierno. La ruptura no era menor, tenía serias implicaciones, pero éstas no estaban dictadas de antemano, sino que se fueron construyendo al calor de los combates.

Varios son los espacios y momentos en los que podemos ubicar los  esfuerzos de una construcción estratégica  distinta  a  la  hasta  entonces  imperante.  Es  de  destacar  el  acompañamiento del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) que hizo el PCM.  El  compromiso  con  este  impulso lanzado por Lázaro Cárdenas  expresaba el deslinde que hacía el PCM de la “ideología de la revolución mexicana”  en tanto caricatura discursiva de una burocracia gobernante que degradaba la vida política con respecto a la perspectiva “nacional-popular” que el expresidente representaba. Esta tendencia había permanecido en calidad de subterránea frente a la pesada losa de un Estado que  había  construido  una  relación  con  la  sociedad  de forma autoritaria. El momento más importante de lo “nacional-popular” había  aparecido en el periodo 1936-1938, con las  grandes movilizaciones que permitieron tanto la expropiación petrolera  como  el  inicio  de  un  radical  programa  de  reforma  agraria. Esa tendencia reaparecía en el programa del MLN, resultado directo del impulso que la revolución cubana ofrecía. Tras la evaluación de aquella experiencia  escribía:  “Nuestro partido ha dado gran importancia a la creación y desarrollo del  MLN, hemos tratado, en la medida de nuestras fuerzas de que el MLN se  desenvuelva y adquiera cada día más las características de un instrumento de frente único de distintas fuerzas políticas”2.

No fue, en aquel periodo, el único tema de renovación. Es perceptible que pese al fracaso del MLN en su disposición en el tablero de la política nacional, esto no le impidió al PCM leer nuevos tiempos de la movilización política. Encontrándose el movimiento obrero derrotado y seriamente amenazado, fue el movimiento campesino el que planteó, de mejor manera, un conjunto de alternativas  organizativas  y  conceptuales.  AMV lo atestiguaba de la siguiente forma: “Crece la actividad política de las masas, la acción de los campesinos está adquiriendo las proporciones de la década del 30 y nuevos sectores populares se incorporan a la  lucha  contra  el  imperialismo”2. El  reconocimiento de la centralidad del mundo  campesino en movimiento, era también el de la necesidad de ampliar las nociones asociadas al problema de la política de izquierda, los sujetos a los que buscaba interpelar y las demandas que ellos levantaban.

Este inicial proceso  de  renovación  tendrá  una  salida  exitosa  en  el  Frente  Electoral  del  Pueblo  (FEP),  que  además  de  permitirle a los comunistas salir de sus círculos tradicionales de influencia, le permitió construir una radiografía de la nación, con sus nuevos conflictos y sus contradicciones. La consecuencia en el  orden práctico fue el trazado de una nueva estrategia: la democracia era el problema fundamental de la sociedad mexicana y de la aspiración de una transformación de ella. Para el XV Congreso, AMV escribía: “aquellas cuestiones de las que depende  real y efectivamente el cambio de la correlación de fuerzas [...] En este momento, tal como se expresa en nuestros materiales, esas cuestiones son las que refieren, en primer lugar, a la lucha en defensa de la democracia”3 y más adelante: “Es el problema de la democracia el que está haciendo crisis en nuestro país y el eslabón a través del cual podemos impulsar un movimiento en pos de transformaciones inmediatas”4.

La democracia como eje articulador de la vida del PCM no fue un regalo ni  una transacción con los “eurocomunismos” que vendrán más adelante. No fue,  tampoco, una adopción oportunista. Expresó una convicción que fue conquistada al  calor de los combates de una década complicada: la del comienzo del fin de una  acelerada expansión económica capitalista que le había cambiado el rostro y su  cuerpo todo a la nación mexicana, generando un mayor distanciamiento entre campo y ciudad y un proletariado urbano muy presente en la vida cotidiana, pero sin oportunidad de ejercer una vida política por fuera de la cárcel corporativa. El anclaje de la relación de  fuerzas  (o  en  este  caso  quizá  más  bien  de  debilidades)  se encontraba en lograr transformar la forma en la que el Estado se relacionaba con la sociedad y, particularmente, con las clases subalternas, pues este era el punto nodal de la posibilidad de su ejercicio auto-determinativo. No sólo en una dimensión más abierta de lo electoral que dejaba ver la inexistencia de la democracia, sino  también en un sentido más profundo que ella podía movilizar a la sociedad en la conquista de espacios de autonomía y autodeterminación.

Los primeros años de la década de 1960 transcurren a partir de dolorosas derrotas y pérdidas irreparables, pero también de una  movilización campesina que  muestra ella misma la pluralidad de su composición, sus demandas y sus  aspiraciones.  El  FEP,  las  movilizaciones  de  las  clases  medias  (trabajadores  del Estado, médicos y estudiantes), converge con el tímido pero firme proceso de renovación interna del PCM, que abre espacios a reflexiones más complejas. Son  el preámbulo para la ruptura de 1968.

El 68 como inicio, no como final

Se ha escrito tanto sobre 1968 que en el caso de los comunistas mexicanos o bien  se ha tendido a olvidar lo fundamental o bien se ha buscado una tergiversación de lo que ese año les significó. Los datos más evidentes de la imbricación entre democracia y revolución se comenzaron a labrar, definitivamente, en ese acontecimiento. Una década dolorosa se abrirá a partir de ese momento, pues presenciará la represión, la derrota y las desesperadas  búsquedas  por  métodos  cada  vez  más  violentos  como  respuesta a la desmesurada e irracional acción estatal. Aquel  periplo se cerrará entre la campaña de 1979 y el  XIX congreso partidario, el primer año al permitir el acceso de la izquierda al parlamento de forma organizada y el segundo por sellar la adopción de un programa democrático de amplia profundidad por parte del PCM. A pesar de estos dos elementos, no cesó el interés de AMV de superar la situación de marginalidad que la izquierda seguía teniendo en el seno de la sociedad, sin embargo, la estrategia comenzaba a dar frutos.

Es significativo volver al documento publicado en enero de 1969 bajo la firma  de AMV titulado “El movimiento estudiantil-popular y la táctica  de  los  comunistas”5,  a pesar de ser un texto central para entender la renovación política que movilizará  la imaginación política del PCM durante la siguiente compleja década. Aquel texto es escrito, expresamente, como una aclaración de los ataques de exlíderes estudiantiles, pero, además, funciona como la declaración de una perspectiva novedosa y sugerente que moviliza un nuevo sentido común en la práctica política. Ya desde el comienzo asume que respecto al movimiento en el PCM no son “ni  jueces, ni mentores”6,  sino  participantes activos. Esta actitud continuará siendo  un leit motiv, con situaciones tan complejas y diversas como la lucha armada o acompañando las tendencias nacional-populares de la “Insurgencia sindical”. Es decir, no fue una posición exclusiva frente al movimiento estudiantil: no se  enjuiciaba desde  la  doctrina, ni se asumía el papel de maestro, sino que se actuaba y se intervenía en las diversas coyunturas junto a la sociedad en movimiento. Ello  repercutía en un elemento que había sido punto cardinal de la tradición comunista: el vanguardismo. El  AMV posterior a 1968 asume una crítica de este elemento, sin tapujos, escribe: “El  Partido Comunista no se considera a sí mismo el  único partido o agrupamiento revolucionario que existe en el país, a pesar de la campaña insidiosa de los que quieren atribuirnos este exclusivo primitivismo”7.

Esta situación comienza a labrar un punto que, sólo a la larga, se notará en toda su potencia: lo importante en la lucha política no es el fetiche del partido, el  escudo o el  nombre, sino la movilización de la sociedad. Y si esta movilización se  enclava en un horizonte democrático, hay que sumarse con determinación a ella.  Esta es justo la evaluación que hará AMV del movimiento de 1968: “Lo que le da al movimiento su  ubicación en la realidad concreta del país es el contenido  democrático del programa enarbolado por los estudiantes”8. Las consecuencias no eran menores, pues los acontecimientos de 1968  abrían este canal nuevo por  donde transitarían los comunistas y que destaca la renuncia no solo al  vanguardismo, sino al anclaje de que existe un a-priori por el cual andar los caminos de la lucha política en situaciones específicas y concretas. Para AMV, el movimiento en tanto que experiencia “comprueba que el punto de partida de todo movimiento político que tiende en verdad al socialismo reside cabalmente en la reivindicación de la democracia y la libertad política que la burguesía mexicana ha ido nulificando a medida que consolidaba su poder. Por eso resulta extraordinariamente superficial la contraposición mecánica entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo”9.

Lo que AMV defendía era que el movimiento estudiantil había mostrado un momento de lucidez frente a las tendencias de la izquierda que desatendían el  problema  de  la  democracia. El programa y el desarrollo mismo que habían tomado los acontecimientos revelaban, finalmente, la capacidad movilizadora de esa idea, su incidencia y la necesidad de su disputa. El trágico final de la experiencia y aún más de uno de sus instrumentos que fue la huelga, no implicaba que no quedaran conquistas por realizarse en el futuro. Por ello, dice: “Esto exige ver en el movimiento estudiantil el inicio y no la culminación de la lucha”10. El enfoque debía cambiar, pues no era posible ya contribuir a engrandecer a los pequeños grupos, expresiones testimoniales de una estrategia envejecida, corroída por la división, incapaz de tolerar algo que no naciera de sus minúsculos reductos. La democracia no era sólo una bandera, se trataba del eslabón débil del sistema de dominación autoritario, era también la forma de transformar a la izquierda misma, de sacarla  de  su círculo de  confort, de su lenguaje caduco y su actividad ensimismada: “Porque conocemos la reacción de la secta optamos por dirigirnos a la masa”11

AMV, el estratega

La transformación de la estrategia de la izquierda mexicana no fue producto de la voluntad de un solo dirigente, aunque su presencia ha sido decisiva y esta se labró a partir de una actividad constante desde la década de 1960. Ella es resultado de un conjunto de factores, por un lado, la de una sociedad que lenta pero decididamente conquistó espacios de autonomía y cultivó capacidad de auto  organización;  pero  también  de  las  izquierdas que fueron venciendo, en su interior, poco a poco y con altibajos, las resistencias, construidas como producto de años  de marginalidad y aislamiento. Fortuna y virtud: la  decisión de renovación política  fue producto de los cambios y movimientos en la sociedad y estos se vieron nutridos, a pesar de las derrotas, por la renovación de la izquierda.

Ni duda cabe que lo más difícil fue renunciar a las garantías que permitían  horizontes futuros luminosos, a salvo del conflicto y la contradicción. Lo que a la  política marginal le dictaba un supuesto curso necesario de la historia a AMV se le presentó como una urgencia: renunciar a las garantías, anclarse en recorrer un presente plagado de baches y obstáculos, sumar voluntades y apuntalar un nuevo escenario de disputa. Deshacerse de los vestigios de la teleología, apostarse a imaginar formas diversas de construir una política democrática implicó numerosos  actos. AMV condujo algunos de ellos, hemos mencionado los de la década de 1960, pero estos continuaron hasta la década de 1980 con el proceso de unidad que dio nacimiento al Partido Socialista Unificado de México, abandonando el nombre histórico de la organización que era el corazón mismo de la izquierda. Pero también y esto no ha sido suficientemente remarcado, AMV no compitió por ser el caudillo de una secta, ni su único líder, en actitud diametralmente divergente a la de Heberto Castillo. AMV apostó por una tendencia subterránea entre la izquierda, pero  también más persistente dentro de los movimientos de la sociedad: la que contribuyó a instalar en el vocabulario de la izquierda la disputa  por  la  democracia. Por un motivo distinto, escribió tras 1968 algo que bien podría definir el nuevo  sentido que asumía la brújula de los comunistas: “las palabras también son actos, que implican compromisos y definen actitudes”12.

Quien pudiera criticar un sentido limitado en esta estrategia por recargarse en la concepción de la democracia se equivoca al brindar un horizonte restringido de ella. Para la renovación al seno del PCM y AMV por delante, ella no era otra cosa que el resultado de la autoorganización de la sociedad. La democracia era una producción consciente en la medida en que era el reclamo, no de un partido, no de un grupo parlamentario, sino de conjuntos importantes y significativos de la sociedad, que podía o no encarnar en las formas partidarias, sindicales u otros espacios de desarrollo. La conjunción de ambas perspectivas era el horizonte de la nueva estrategia: la democracia como medio, fin, herramienta y sentido común. Como si hablara ante los críticos-jueces de hoy de las formas democráticas que la sociedad inventa y reinventa constantemente, bajo ciertos liderazgos, distintos nombres y logotipos, AMV escribió: “soluciones providenciales no existen. [...] Cuando las fuerzas democráticas  han  actuado  juntas  y  las  masas  han  procedido  a la lucha  su  impacto  se  ha  sentido  de  inmediato  en  la  vida  política nacional”13.

Notas

1) Martínez Verdugo, Arnoldo, “Concentrar las fuerzas en la defensa de la democracia”, Nueva Época, número 17, agosto de 1967, p. 8.

2) Martínez Verdugo, Arnoldo, “Informe del Comité Central del Partido Comunista  Mexicano al XIV Congreso Nacional Ordinario”, Nueva Época, número 10, septiembre de 1964, p. 18.

3) Martínez Verdugo, Arnoldo, “Concentrar las fuerzas en la defensa de la democracia”, Nueva Época, número 17, agosto de 1967, p. 8.

4) Ibid., p. 9.

5) Martínez Verdugo, Arnoldo, “El movimiento estudiantil popular y la táctica de los comunistas”, Memoria, número 57, agosto de 1993.

6) Martínez Verdugo, Arnoldo, “El movimiento estudiantil popular y la táctica de los comunistas”, Nueva Época, número 19, enero de 1969, p. 6.

7) Ibid., p. 9.

8) Idem.

9) Ibid, p. 10.

10) Idem.

11) Ibid., p. 13.

12) Ibid., p. 43.

13) Ibid., p. 39.

 

 

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