AMLO: Entre administrar la miseria y rezarle a Mateo

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos
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La presentación del proyecto de presupuesto para el ejercicio fiscal del próximo año por parte del gobierno federal no hizo más que confirmar lo evidente: la hacienda pública está en serios aprietos. La pandemia generada por el covid-19 ha agudizado la situación, sin duda, pero este problema se ha acelerado por lo menos durante los últimos cinco años.

La propuesta de presupuesto por parte del gobierno federal para el año próximo es de 6.3 billones de pesos, que equivalen a 25.2 por ciento del PIB pero visto con otros anteojos, es casi el 50 por ciento de la deuda pública que, gracias a los ataques especulativos durante la emergencia sanitaria, se ubicó en la friolera de 12 billones 25.9 mil millones de pesos (cerca de 53.7 por ciento del PIB).

Otro comparativo permite dimensionar la catástrofe: lo que se tiene proyectado para el pago de los servicios del llamado Saldo de los Requerimientos Financieros del Sector Público (vil deuda), ronda los 718 mil 193 millones de pesos, equivalente a 2.9 por ciento del PIB, mientras que el llamado “espacio fiscal” está previsto en 511 mil 545 millones de pesos, es decir 2.0 por ciento del PIB.

El “espacio fiscal” lo constituyen los recursos de que dispone el gobierno federal para prestar servicios a la sociedad como hospitales, escuelas, carreteras y otros, y son el saldo de los ingresos frente al gasto comprometido (pensiones, participaciones y aportaciones, deuda pública, Pemex, CFE, IMSS e ISSSTE).

Esta será la tercera vez en forma consecutiva en que los recursos públicos destinados al pago de la deuda son mayores a los canalizados al “espacio fiscal” en relación con el PIB: en el año 2016 fue de 2.5 por ciento contra 6.6 por ciento; en el 2017, de 2.7 por ciento contra 5.3 por ciento; en el 2018, de 3.0 por ciento contra 4.2 por ciento; en el 2019 ya fue de 3.1 por ciento contra 2.2 por ciento y en el 2020, de 2.9 por ciento contra 2.4 por ciento, respectivamente.

En otros términos, el gobierno de la autodenominada Cuarta Transformación habrá de administrar la miseria durante el próximo año, con el añadido de que no está proyectada la contratación de más deuda, de modo que tendrá que recurrir a otras estrategias si no quiere naufragar.

Una de ellas es rezarle a San Mateo, patrono efectivo de los recaudadores, para intentar tapar ese enorme boquete fiscal estimado en más de 575 mil millones de pesos anuales, yendo en primera instancia por los grandes evasores fiscales que, al estilo de la antigua secta conocida como los Galileos o Herodianos, consideran casi ilegal el pago de impuestos y buscan refugio en cualquier paraíso, al tiempo de combatir a la informalidad.

Es verdad que a lo largo de la historia una de las figuras más odiadas ha sido la del recaudador de impuestos. Con razón o sin ella, hasta San Mateo, antes de dedicarse a la prédica, fue objeto de maledicencias debido a su labor.

Pero al llamado gobierno de la 4T no le queda otra más que pedir la intercesión respectiva del santo mencionado y no sólo para procurar llevar recursos a las arcas públicas, sino también para que los precios de petróleo no se derrumben nuevamente –lo que significaría un menor gasto– y no le quieran escamotear los remanentes del Banco de México generados por los ataques especulativos contra el peso, que se estiman entre 200 y 250 mil millones de pesos.

 

López Obrador, Adam Smith y las “manos alcahuetas”


Jesús Delgado Guerrero
/ Los sonámbulos

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Muy tocadas la salud ciudadana, la salud política y la salud económica por la pandemia del covid-19, al parecer las ideas también requieren de una vacuna contra las pésimas interpretaciones y los trompeteares de falsos fundamentos, especialmente económicos, que a la menor provocación confirman la ceguera de su fe y echan mano de su teología, esto a pesar de la escasez de evidencias para sustentarla, acompañándose de la consabida manipulación de carácter propagandístico.

El pretexto fue lo que se denominó Segundo Informe de Gobierno por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador, donde el mandatario hizo referencia a una obra del pensador escocés Adam Smith (La teoría de los sentimientos morales), pero en ningún momento mencionó pasaje alguno de  la investigación por la cual a Smith se le ha considerado, literalmente, el “padre de la fe fundante” del liberalismo económico (“La riqueza de las naciones”, para abreviar), doctrina deformada, promovida y aplicada a rajatabla siglos después mediante ese engendro conocido como “neoliberalismo”.

Específicamente, AMLO no se refirió a la metáfora de “la mano invisible”, esa que supone el bienestar social mediante un egoísmo redomado, así como la armonización de los intereses de los panaderos, carniceros y cerveceros con los hambrientos consumidores. Nada de eso contiene el documento presidencial.

Empero, esto dio pie a que se “reviviera”, no “la mano invisible” de Smith siquiera, menos a que se profundizara en la sustancia de lo dicho por el presidente respecto de “Los sentimientos morales”, sino a la “mano alcahueta” de los neoliberales con la cual han intentado justificar, en las últimas casi cuatro décadas y por todos los medios, sus tropelías, entre agandalles, abusos, saqueos, desfalcos, timos especulativos y fraudes de toda índole con cargo a la hacienda pública y los contribuyentes (tipo Fobaproba-IPAB o hipotecas Subprime, por ejemplo), generando grandes y graves concentraciones de la riqueza y la miseria de millones de personas.

Fue patético y quizás fue una respuesta al hecho de que el presidente incorporó a Smith a los fundamentos “de la economía moral que estamos aplicando” donde, sobra decir, primero están los pobres, y por ello, “la alegría ajena es nuestra propia dicha”. (Lo único que faltaba a los adictos al neoliberalismo, después de ser apeados del poder público, es que uno de sus santos sufriera una especie de “expropiación intelectual” y fuera colocado en otro altar).

Porque “las manos alcahuetas” nada tienen que ver ni con la alegoría de la extremidad invisible de Smith ni con lo mencionado por el presidente: “Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el inmenso placer de presenciarla”.

Smith es más que una simple metáfora, está más allá de “manos encubridoras” neoliberales y de timos; por ejemplo, en forma convenenciera nada se dice de su “canon” sobre el pago de impuestos (todos tienen que pagarlos, decía); nada sobre el concurso del gobierno –no su desaparición, como hicieron los neoliberales– en la realización de obra pública (caminos, puentes, puertos, etcétera); tampoco, nada de su postura contra los monopolios y el proteccionismo del comercio internacional (practicado alegremente por las potencias económicas con todo y tratados internacionales), y menos se dice algo de que sus estudios establecieron que “ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte de los miembros es pobre y desdichada”.

Todo esto y más, incluso pasajes deliciosos de su investigación (el millonario sueldo al filósofo Isócrates por un curso de retórica, por ejemplo), se eluden o se manipulan.

Por ello, ante lo que se asumió casi como una “confiscación teologal” tras la no referencia presidencial del citado pasaje, hay que conceder que John K. Galbraith tuvo razón cuando afirmó: “así como Karl Marx es una fuente de conocimiento social demasiado valioso para dejarla como exclusiva propiedad de los comunistas, también Adam Smith es demasiado sabio y entretenido para relegarlo entre los conservadores, pocos de los cuales lo han leído alguna vez”.

Esto que dijo Galbraith hace casi medio siglo lo podría repetir hoy sin ningún problema leyendo parte de la prensa no sólo de México, sino de otras partes del mundo.

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