La reacción contra el capitalismo progresista

Guillermo Buendía
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Para Pilar Tapia e Isidoro Romero, tíos de mi hijo Julio, a quien no lo
olvidaron en los tiempos de la pandemia. Mi agradecimiento permanente.

El calificativo rapaz aludido constantemente por el presidente Andrés Manuel López Obrador para identificar la acción de los grandes empresarios no es casual, anecdótico. No es utilizado para colocar la rapacidad en el plano moral y sancionarse con una carga de reprobación social. Es más descriptivo del proceso de concentración y centralización de la riqueza nacional, en sus componentes de distribución del ingreso y patrimonial, que desde la década de los 80 del siglo pasado ha marcado una profunda desigualdad acelerada.

Economistas de instituciones universitarias o centros privados dedicados al estudio del pensamiento de John Maynard Keynes desde la siguiente década de la Segunda Guerra Mundial, han producido una larga lista de libros, ensayos, artículos especializados publicados en revistas de gran prestigio académico, biografías y conferencias, sumándose a este interés politólogos, sociólogos y filósofos de poner al día los postulados keynesiano con el propósito de ofrecer soluciones a los principales problemas del capitalismo, los cuales en este periodo neoliberal se han agravado de manera peligrosa para sí mismo. La reproducción de las relaciones sociales de producción capitalista ha llegado al punto evidente de graves desigualdades económicas y sociales cuya expresión más clara se encuentra en la distribución del ingreso.

El Nobel de Economía 2001, Joseph Eugene Stiglitz tiene un lugar destacado en la corriente neokeynesiana. El libro El precio de la desigualdad (Editorial Taurus, España, 2012) es una crítica a la economía política del libre mercado. “Los apologistas de la desigualdad –y hay muchos– rebaten con el argumento de que dando más dinero a los de arriba beneficia a todo el mundo, en parte porque da lugar a un mayor crecimiento. Se trata de una idea denominada teoría económica del goteo. Tiene un largo pedigrí y hace tiempo que está desacreditada. Como hemos visto, una mayor desigualdad no ha dado lugar a más crecimiento, y de hecho, la mayoría de los estadunidenses han visto cómo sus ingresos disminuían o se estancaban… durante los últimos años es lo contrario de la teoría económica del goteo: las riquezas que se han acumulado en lo más alto se han producido a expensas de los de abajo… en el periodo de aumento de la desigualdad, el crecimiento ha sido menor”.

Keynes, en su tiempo, “suscitó bastante agitación y considerable controversia, especialmente entre los liberales”, cuando dio a conocer la reforma monetaria propuesta por él. Ésta era muy importante, “pero pronto llegó a comprender que se necesitaban cambios mucho más trascendentes si se quería hallar un camino que mediara entre el socialismo y el capitalismo descontrolado”, afirma Charles H: Hession, autor de Keynes La biografía personal de un hombre que revolucionó el capitalismo y cambió nuestra forma de vida (Javier Vergara Editor, Argentina, 1985). Ya no existe la bipolaridad ni la Guerra fría. El neoliberalismo es el modelo económico hegemónico mundial. “En abril de 1924, la reforma monetaria orientó la atención de Keynes hacia el problema de la desocupación… porque en Gran Bretaña había alrededor de un millón de desocupados… y proponía que el Tesoro utilizara el fondo de amortización para gastar hasta 100 millones de libras anuales en proyectos básicos, como la producción masiva de viviendas, la modernización de caminos y el tendido de líneas eléctricas… ‘la curación definitiva de la desocupación y el estímulo que promoverá una prosperidad acumulativa, y la reforma monetaria –que eliminará el miedo– y en el desvío de los Ahorros Nacionales de la inversión externa relativamente improductiva, hacia la iniciativa constructiva alentada oficialmente en el país mismo, lo cual inspirará confianza’” (cita del artículo de Keynes ¿La desocupación necesita un remedio drástico? Publicado en Nation), fue recuperado por su biógrafo para seguir el desarrollo del pensamiento de la economía política más influyente de entre guerras del siglo XX hasta nuestros días.

Los principios del pensamiento keynesiano –el empleo, el interés y el ahorro– son el fundamento teórico de Stiglitz. “Antes el capitalismo funcionaba mejor cuando se regulaba (con la desregulación neoliberal) empezó el capitalismo de burbujas y crisis cíclicas”, escribió en el ensayo La economía que necesitamos. “El realineamiento pragmático del poder entre los mercados, el gobierno y la sociedad… volver a regular más que seguir desregulando los mercados. Debe hacerlo distinguiendo con claridad entre la creación de riqueza y la extracción de riqueza… en una lógica de bienestar, con una lógica desmedida de las grandes ganancias a cualquier costo que ha permitido el espíritu de la creación de la riqueza dentro del capitalismo desarrollado”. Sólo se puede salir de esta lógica, según Stiglitz, mediante una doble intervención del gobierno: “creando opciones públicas competitivas y volviendo a la regulación inteligente de la competencia de los mercados… Tenemos que salvar al capitalismo de sí mismo”, advierte. “La mejor opción reformista es la del capitalismo progresista”.

El marco teórico del análisis de la desigualdad de la economía estadunidense sirve también para el estudio del modelo neoliberal de otros países desarrollados y subdesarrollados. Stiglitz apunta en el libro citado que las consecuencias de que “el incremento de los ingresos en Estados Unidos en los últimos años se produce en el uno por ciento más alto de la distribución de los ingresos”, son entre otras: la desigualdad creciente; la desigualdad en el patrimonio es mayor que la desigualdad del ingreso; las desigualdades son evidentes no sólo en los ingresos, sino en diversas variables que influyen la calidad de vida, como la inseguridad y la sanidad; y se ha producido un vaciamiento de la clase media. “A la derecha estadunidense le resulta inconveniente los hechos que se describen en este capítulo. Nuestro análisis desmiente algunos de sus mitos más queridos, que a la derecha le gusta propagar: que Estados Unidos es un país de oportunidades”. Desde que el gobierno de Ronald Reagan “desreguló la economía y redujo el tamaño del gobierno”, es insostenible la afirmación de que “la pobreza en Estados Unidos no es una pobreza real (porque) dispone de unos servicios de los que no gozan los pobres de otros países”. El mito genial de la pobreza espetado por el entonces secretario de Hacienda y Crédito Público, Pedro Aspe Armella, para sustraer del horizonte neoliberal la pobreza bajo la cual millones de mexicanos vivían y aún viven.

El pensamiento neokeynesiano del Nobel de Economía no tiene cabida en la política pública del gobierno del presidente Donald Trump para atender la desigualdad. El Consenso de Washington fija los criterios de austeridad para determinar el gasto social de Estados Unidos, afectando los rubros de salud y educación, principalmente, dejando desprotegidos amplios sectores de población negra, latina y otras minorías.

El escenario neoliberal se replicó globalmente y México no fue la excepción de la aplicación de medidas de austeridad durante cuatro décadas. En este periodo la contención del incremento de los salarios mínimos deterioró el ingreso real de los trabajadores y de la clase media. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, entre 2012-2018, se registró una población ocupada que pasó de 48.822,271 a 54.027,997. Esta encuesta abarca el empleo formal y la ocupación informal. Las cifras señalan el deterioro salarial durante el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Los trabajadores con ingresos de hasta un salario mínimo, 13 de cada 100 en 2012 pasaron a 16 de cada 100 en 2018; de uno a dos salarios mínimos, de 23 de cada 199 en 2012 pasaron a 28 de cada 100 en 2018; de dos a tres salarios mínimos, 22 de cada 100 en 2012 pasaron a 18 de cada 100 en 2018; de tres a cinco salarios mínimos, 15 de cada 100 en 2012 pasaron a 13 de cada 100 en 2018; y más de cinco salarios mínimos, 3.929,724 mexicanos percibían en 2012 más de 13 mil pesos, al final del gobierno eran 2.405,275. Del total de la población ocupada en el sexenio anterior, el 99.26% de los empleos creados tuvo un ingreso por debajo de los tres salarios mínimos, es decir, 7,952 pesos mensuales. El subgrupo que aumentó de uno a dos salarios mínimos al mes, de 2,650 pesos, representó una población de 11.244,676, en 2012, pasando a 15.244,676, en 2018. También se incrementó la cifra de mexicanos que ganan hasta un salario mínimo mensual, a 2.178,207, en 2018.

            “Este libro trata de por qué nuestro sistema económico no está funcionando para la mayoría de los estadunidenses, por qué la desigualdad está aumentando en la medida que lo está haciendo y cuáles son las consecuencias. La tesis subyacente es que estamos pagando un precio muy alto por nuestra desigualdad –el sistema económico es menos estable y menos eficiente, hay menos crecimiento y está poniendo en peligro nuestra democracia–. Pero hay más en juego: nuestro sistema político ha caído en manos de los intereses económicos, la confianza en nuestra democracia y en nuestra economía de mercado, así como nuestra influencia en el mundo, se van deteriorando… incluso el imperio de la ley y el sistema de justicia de los que hemos alardeado se han puesto en riesgo”. Antes, explica Stiglitz en el apartado El fracaso de los mercados, éstos no han funcionado como lo proclaman sus apologistas.

Los problemas estructurales de la economía estadunidense –menor crecimiento, altos índices de desempleo y una desigualdad que alcanza el 37% de pobreza– han deteriorado el sistema de justicia y puesto en riesgo la democracia estadunidense. Algo semejante, aunque en mayor grado, ocurre en México. El senador panista Ernesto Cordero Arroyo afirmó el 24 de febrero de 2018, ante el presidente Enrique Peña Nieto, que los logros de los últimos 30 años “están en riesgo por visiones populista… en una ideología que nos divide”. En el contexto de la entonces campaña presidencial, el legislador de la derecha mexicana reprobaba el discurso del candidato de Juntos Haremos Historia centrado en terminar con la corrupción, principal causa de la desigualdad, y poner fin al neoliberalismo. A partir del primero de diciembre de ese año, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha venido informando de las prácticas, algunas abiertamente ilegales, del enriquecimiento de unos cuantos, a la par de impulsar programas sociales sin la intermediación de instancias burocráticas u organizaciones de la sociedad civil. La Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP ha sido clave para documentar hechos de corrupción y lavado de dinero; el Servicio de Administración Tributaria para detectar la evasión fiscal de los machuchones: grandes corporativos empresariales, incluyendo los extranjeros –“en sus países de origen sí pagan puntualmente sus impuestos”, afirmó el presidente en sus conferencias matutinas de Palacio Nacional– como destacados políticos creídos intocables, entre ellos el expresidente Vicente Fox Quesada y Diego Fernández de Ceballos, ambos del PAN.

En el capítulo 3 del libro, Joseph E. Stiglitz se detiene para analizar El papel del gobierno en la redistribución. Las tesis que dieron lugar a los antecedentes muy particulares de la economía estadunidense, pueden ser utilizadas para estudiar la economía mexicana. “Lo irónico –escribe Stiglitz– es que justo cuando los mercados empezaban a producir unos resultados más desiguales, la política tributaria pedía un menor esfuerzo a los de arriba. El tipo impositivo marginal máximo se redujo desde el 70% en tiempos del presidente Jimmy Carter hasta el 28% en tiempos del presidente Reagan; y subió hasta el 39.6% en tiempos del presidente Bill Clinton, y por último bajó hasta el 35% con el presidente George W. Bush… se supone que esa reducción traería consigo más empleo y más ahorro, pero no fue así. De hecho, Reagan había prometido que el efecto sobre los incentivos de sus rebajas de impuestos iba a ser tan potente que los ingresos por impuestos iban a aumentar. Y sin embargo, lo único que aumentó fue el déficit… El aspecto más escandaloso de la política fiscal de los últimos tiempos ha sido la reducción de los tipos impositivos sobre las plusvalías de capital… a largo plazo en sólo el 15%. De esta forma le hemos dado a los muy ricos, que perciben una gran parte de sus ingresos en forma de plusvalías de capital, algo muy parecido al ‘todo gratis’… tengan que pagar menos impuestos que alguien que trabaja duro para ganarse la vida, y sin embargo, eso es lo que hace nuestro sistema impositivo”.

La cita del Nobel de Economía describe la razón de la obligatoriedad que asumen los miembros de la OCDE cuando ésta dicta recomendaciones de la mejora regulatoria continua de las leyes de los países miembros para normar las oportunidades de competitividad en materia de inversión extranjera directa o indirecta. En otras palabras, reducir o eliminar impuestos a la inversión con el fin de atraerlas para crear fuentes de empleo con salarios mejor remunerados. José Ángel Gurría Treviño, secretario general de la OCDE desde 2006 –secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León– al girar recomendaciones tendientes a modificar la regulación normativa en materia tributaria para atraer la inversión extranjera, está replicando el modelo “todo gratis” a favor de inversores y especuladores. Inversiones para crear fuentes de trabajo con salarios mejor remunerados se pregona hasta con inserciones de publicidad en tanto, la autoridad pública hace lo posible por mantener la competitividad de riesgo país, que se traduce en dar facilidades fiscales y laborales básicamente a la inversión. Una empresa automotriz extranjera con plantas en Baja California y Guanajuato –la última inaugurada en 2019 creó menos de mil empleos para producir 100 mil unidades que se sumarán a la producción de la primera, con un total de 260 mil al año para la exportación a Estados Unidos– como las compañías mineras y petroleras trasnacionales tienen el mismo trato de beneficios tributarios. Incluso las mineras canadienses están dispuestas a recurrir ante los tribunales internacionales de arbitraje para no pagar los adeudos que tienen con el SAT. Narciso Bassols, secretario de Hacienda del presidente Lázaro Cárdenas del Río, afirmaba que las trasnacionales petroleras, antes de la expropiación, pagaban a los trabajadores mexicanos míseros salarios y los impuestos eran más simbólicos, 25 centavos de pesos por tonelada de crudo, calificados por demás de confiscatorios.

Es muy apropiado el uso del sustantivo adjetivado de apologistas que hace Stiglitz para designar a la derecha estadunidense empeñada en defender la economía de libre mercado, el capitalismo que ha hundido a Estados Unidos en la desigualdad estructural de clases, al igual que al resto de la economía global. Y en México los hay también. La derecha mexicana –sería inaceptable ubicarla sólo en los partidos políticos o su representación de clase de las cúpulas empresariales y poderosos “consejos” donde se reúnen los prominentes miembros de la oligarquía vinculados a los intereses monopólicos extranjeros– se extiende entre los estratos privilegiados de la clase media y la burguesía en sí, y cuenta con personeros distinguidos y prestigiados en distintos ámbitos de la academia, la investigación, el periodismo, la cultura y el artístico. El discurso laudatorio del estilo de vida que trae aparejado publicitariamente el modelo neoliberal de mercado trastoca la confrontación ideológica y política de cualquier intento de modificarlo, incluso contra sí mismo.

La tesis de Joseph E. Stiglitz de un capitalismo progresista radica en el papel interventor del Estado para regular el mercado ante su ineficiencia ante las crisis y burbujas del capitalismo. Y uno de los instrumentos económicos es la demanda agregada de Keynes. No propone cambios en las relaciones sociales de producción capitalista sino reorientar, desde el Estado, la política pública que atienda la desigualdad de la distribución del ingreso. Pero esto no gusta a los apologistas del neoliberalismo. Acusan de estatista la intervención del Estado –alusión directa al eje de ataque utilizada contra la economía planificada durante la Guerra fría– y populista las políticas de seguridad social estadunidense. En México los ideólogos de derecha e intelectuales orgánicos añaden los calificativos clientelar y asistencialista para caracterizar la política social de “primero los pobres” propia del “Estado totalitario” del gobierno de la Cuarta Transformación. El grupo de extrema derecha cada vez más beligerante en los últimos años, el Consejo Nacional Ciudadano, arenga contra el gobierno comunista y exige la inmediata renuncia del presidente de México. Las presiones de la reacción mexicana ejercidas contra el gobierno del presidente López Obrador se reflejan en el golpeteo de la prensa tradicional y redes sociales, identificando el realineamiento de los contrapesos en la sociedad civil y no, hasta el momento, en la articulación de fuerzas políticas dispersas en la recomposición de la derecha después de las elecciones de 2018. Y uno de los momentos más claros de abierta oposición al capitalismo progresista fue el llamado a dar un “golpe de timón” en México.

Los “fundamentalistas del libre mercado” echan mano de los postulados de la teoría neoclásica para separar las implicaciones prácticas de la economía política sobre la influencia en las políticas públicas, reconociendo de esta manera que toda teoría económica no es neutral como modelo de análisis. El Instituto Tecnológico de Massachusetts en la época de los 60, cuando a él acudía Stiglitz como estudiante, estaba dominado por la nueva economía keynesiana. Paul Antony Samuelson Nobel de Economía 1970 por sus contribuciones a la teoría económica con el método estática comparativa consistente en explicar el equilibrio estable del mercado frente al comportamiento maximizador de los agentes, casi 30 años después publicó en El País, el 25 de octubre de 2008, el artículo “Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek” (ambos también galardonados con el Nobel de Economía) donde advertía sobre “el estallido financiero mundial. Los sistemas de mercado no regulados acaban destruyéndose a sí mismos… Mil años de historia económica atestiguan objetivamente lo indispensable que son los sistemas de mercado… ¿Qué es entonces lo que ha causado, desde 2007, el suicidio del capitalismo de Wall Street? En el fondo de este caos financiero… encontramos lo siguiente: el capitalismo libertario del laissez-faire que predicaban Milton Friedman y Friedrich von Hayek, al que se permitió desbocarse sin reglamentación… El fomento deliberado de la desigualdad no aceleró la productividad total de los factores en Estados Unidos. Por el contrario, la obscena subida de los emolumentos de los altos directivos volvió disfuncional todo el sistema de gobernanza empresarial. (Transcribo completo el punto 6) Dejen sitio en el juzgado para las tres grandes agencias de clasificación: Fitch, Moody´s y S&P-McGraw Hill. Se supone que sólo dan aprobaciones AAA al material seguro. Pero si alguna de las tres se volviera objetivamente veraz, las otras dos se quedarían con todo el negocio. Eso apesta a conflicto de intereses. Que tome nota el Congreso”.

Las presiones de los centros financieros sobre el perfil crediticio de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad, en este último año, están dirigidas para que el gobierno de la 4T abra las rondas que permitan a las trasnacionales petroleras apropiarse de este recurso estratégico de la seguridad nacional de Estados Unidos y otros países desarrollados, Canadá, Francia, entre otros.

La desregulación normativa y las calificaciones emitidas que indican la inexistencia de riesgos a la inversión, son los instrumentos que cierran la pinza a favor de ese capitalismo libertario y en contra de la gobernanza empresarial. Es la realidad por la que cruza la economía mexicana desde los años 80 del siglo pasado y que ahora resiste la reorientación de las políticas públicas de distribución del ingreso –réplica neoliberal de la economía estadunidense, pero agravada por la dependencia y subdesarrollo– instrumentadas por el gobierno de la 4T. Los ataques de la reacción se han concentrado en la caída del PIB para los dos primeros años del gobierno. ¿Qué es el PIB? Es el indicador económico considerado el más importante entre éstos que mide el flujo que contabiliza solamente los bienes finales producidos y los servicios prestados en un periodo determinado de la economía de un país. No mide adecuadamente los cambios que afectan el bienestar –cuando se hace referencia al PIB per cápita– ni permite comparar correctamente el bienestar de diferentes países; no toma en cuenta la degradación del medio ambiente ni la desaparición de los recursos naturales a la hora de cuantificar el crecimiento; y se interpretan las cifras del crecimiento económico del PIB como indicativo de que las políticas económicas aplicadas por el gobierno son positivas o no con relación a la concentración y centralización de la riqueza. Lo que hay detrás de la polémica defensa del PIB que hacen los fundamentalistas del mercado libre: el desinterés de atender la desigualdad de la distribución del ingreso, centrando el interés en el crecimiento económico.

Sin embargo, el Índice de Bienestar Económico Sostenible –elaborado con las ideas de W. Nordhaus y James Tobin; acuñado el término por Herman Daly y John Cobb, en 1998– al medir el consumo privado o personal sin gastos de seguridad; consumo o gasto público sin incluir gastos militares y de seguridad; consumo privado con seguridad; gasto público o consumo colectivo con seguridad nacional; valor de los servicios producidos y consumidos en el propio hogar; formación bruta de capital o inversión; coste de degradación ambiental; y la depreciación del capital natural proporciona información adicional a la de las Cuentas Nacionales, esto es, a los flujos de producción, consumo, acumulación y cambios estructurales de la economía de un país. La interpretación que se dé al IBES queda en el plano indicativo de cómo podría incidir o no la instrumentación de políticas públicas por el gobierno tendientes a una menor desigualdad de la distribución del ingreso. Pero la derecha mexicana enfila la presión ideológica y política en el punto de que esta distribución del ingreso se dirige a una economía planificada del modelo cubano o venezolano, y atenta contra la propiedad privada. Prueba de este absurdo fue la postura de los legisladores del PAN y los órganos patronales contra la Ley de Extinción de Dominio, de acusar al gobierno de la destrucción de la inversión.

El 24 de enero de 1873, en Londres, Carlos Marx fechó el postfacio a la segunda edición de El capital, donde se lee: “La economía política, cuando es burguesa, es decir, cuando ve en el orden capitalista no una fase históricamente transitoria de desarrollo, sino la forma absoluta y definitiva de la producción social, sólo puede mantener su rasgo de ciencia mientras la lucha de clases permanece latente o se traduce simplemente en manifestaciones aisladas”. No ha sido ésta una crítica al capitalismo progresista sino una brevísima exposición de puntos centrales de la teoría económica neokeynesiana por resolver los problemas del mercado desbocado de la gobernanza empresarial por la lógica de la máxima ganancia a cualquier precio.

 

 

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