Venezuela: Desbloqueados

Atilio A. Boron
https://atilioboron.com.ar/

Es evidente que la administración Trump revirtió su postura inicial y sus amenazas quedaron en eso, fanfarronadas típicas de un personaje gansteril, que se cree el mesías llamado a reconstruir con sus modales de matón de barrio la perdida supremacía que supo tener Estados Unidos.

La llegada del tanquero iraní Fortune a la gran refinería de El Palito, en Venezuela, tiene una significación que excede con creces la cantidad de gasolina y otros insumos clave transportados en esa nave.

Hay otros aspectos que son mucho más importantes. Quisiera señalar tres. Primero, que se haya desafiado con éxito el bloqueo estadunidense que impedía la llegada de todo tipo de productos desde alimentos y medicinas hasta repuestos para los trenes del metro de Caracas y combustible a la bloqueada y agredida República Bolivariana de Venezuela es un triunfo mayúsculo para el gobierno de Nicolás Maduro y un sonoro revés para la Casa Blanca. Máxime si se tiene en cuenta que navíos de la Cuarta Flota llevan un par de meses patrullando la zona del Gran Caribe y podrían fácilmente haber interceptado ese buque, cosa que no hicieron. Habrá que ver por qué, pero lo concreto es que no lo hicieron.

Segundo, que quien logró burlar la prohibición de Washington haya sido la República Islámica de Irán, otro país también sometido a crueles sanciones por la Casa Blanca que a comienzos de este año había ordenado el asesinato del general Qasem Soleimani, una de las principales figuras del gobierno iraní. Crimen que el sicariato mediático mundial, ese que oculta todas las fechorías del gobierno de Estados Unidos y que calla con impudicia ante el lento asesinato de Julian Assange en Londres, apenas si registró y mucho menos se preocupó por analizar y divulgar.

Tercero, queda por verse qué ocurrirá con los otros cuatro tanqueros que están en camino.

Es evidente que la administración Trump revirtió su postura inicial y sus amenazas quedaron en eso, fanfarronadas típicas de un personaje gansteril, que se cree el mesías llamado a reconstruir con sus modales de matón de barrio la perdida supremacía que supo tener Estados Unidos desde la desintegración de la Unión Soviética hasta los atentados del 11 S del 2001. Un sociópata que causó unas 100 mil muertes a su propio pueblo con su mezcla de ignorancia y prepotencia puestas de manifiesto ante la pandemia de covid-19 y que en menos de seis meses se juega la reelección en medio de una depresión económica peor que la de los años treinta.

Pero es obvio que la historia no ha concluido. Habrá que ver qué ocurre con los otro cuatro tanqueros. Parece poco probable que un Trump acosado por gravísimos problemas domésticos ordenara detenerlos, atacarlos o hundirlos, porque se configurarían gravísimos hechos de guerra preñados de imprevisibles consecuencias que dañarían aún más sus menguantes chances de ser reelecto el próximo 3 de noviembre. Las encuestas electorales más serias lo dan entre cinco y seis puntos detrás de un candidato tan anodino como Joe Biden, y todo indica que este rezago va a acrecentarse a medida que la situación interna de Estados Unidos continúe deteriorándose. Por otra parte las amenazas de Trump fueron respondidas con contundencia desde Teherán. El presidente Hassan Rouhani advirtió a Washington que su país no permanecería indiferente ante cualquier “problema” que se presentara en la travesía hasta Venezuela. En una declaración inusualmente fuerte dijo que “si los estadunidenses crean problemas para nuestros tanqueros en las aguas del Caribe o donde sea en el mundo nosotros reciprocaremos y les crearemos problemas a ellos. Tenemos un derecho legítimo a defender nuestra integridad territorial y nuestros intereses nacionales, y esperamos que los estadounidenses no cometan un error.”

Es evidente que el gobierno de Estados Unidos continúa cosechando fracasos en su política exterior. La llegada del Fortune a Venezuela es una prueba más, y hay otras. Trump no ahorró palabras para insultar al líder norcoreano Kim Jong-un en 2017 y dos años más tarde terminó recorriendo medio mundo para visitarlo en la Zona Desmilitarizada que separa a las dos Coreas. ¿A qué se debió este cambio? Noam Chomsky lo dijo cientos de veces: Estados Unidos sólo ataca a países indefensos. Corea del Norte no sólo no lo está sino que desarrolló un arsenal atómico que aún bajo una agresión de Estados Unidos conserva una capacidad de retaliación que en instantes podría reducir a cenizas a megaciudades como Seúl (distante apenas a 195 kilómetros) y Tokio (1,291 kilómetros).

Venezuela, Cuba e Irán tampoco languidecen en la indefensión, y por eso han resistido décadas de presiones diplomáticas, sanciones económicas, bloqueos e infames campañas de satanización a cargo de “intelectuales bien pensantes” tipo Vargas Llosa y los centenares de publicistas del imperio incrustados en los principales medios de comunicación, la (mal) llamada “prensa libre” de nuestro continente. Cuando el por entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy convenció a Muamar El Gadafi que no tenía sentido renovar su otrora poderosa fuerza aérea porque ahora Libia y Occidente “eran amigos” selló su sentencia de muerte. Aceptó el consejo del francés y del “capo mafia” italiano Silvio Berlusconi y cuando en el 2011 Washington movilizó a la OTAN para bloquear el espacio aéreo libio Gadafi quedó a merced de sus rivales que lo derrocaron y no sólo lo detuvieron sino que lo lincharon con salvaje brutalidad y mataron a tres de sus hijos. Gadafi se había desarmado; Venezuela, Cuba e Irán no, y por eso son países libres aun cuando deban pagar un precio exorbitante por una digna osadía que desata todas las iras del imperio. No sólo no se desarmaron sino que, aprendiendo de la historia de todas las revoluciones, crearon poderosas milicias populares (casi 4 millones de miembros en el caso de la República Bolivariana de Venezuela) cuya sola mención a los guerreristas usamericanos les produce escalofríos pues les recuerda la tremenda paliza que el Vietcong les propinara durante la guerra de Vietnam.

La conclusión definitiva de este análisis deberá esperar unos días, en dependencia de lo que ocurra con los otros cuatro tanqueros. Uno de ellos, el Forest, ya está en aguas venezolanas. Volveremos al tema en ni bien concluya este episodio.

 

 

La chispa de Minneapolis

Atilio A. Boron
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En 1944 Gunnar Myrdal, un sueco que había recibido el Premio Nobel de Economía, escribió un libro titulado El dilema norteamericano para desentrañar las raíces del llamado “problema negro” en Estados Unidos. Su investigación demostró que los afroamericanos eran percibidos y tratados por los blancos salvo un sector que no compartía esa creencia como una “raza inferior” a la cual se le negaba el disfrute de los derechos supuestamente garantizados por la Constitución. Por eso los afroamericanos quedaban en situación estructural de desventaja con los blancos: bajos ingresos, menor educación y mayor desempleo construyeron la trama profunda de un círculo vicioso heredado de la larga historia de la esclavitud y cuyas sombras se proyectan hasta el presente. Myrdal concluyó su estudio diciendo que Estados Unidos tenía un problema, pero era de otro color: blanco. Una población denostada, agredida y discriminada, que incluso después de un siglo de abolida la esclavitud debía luchar contra la cultura del esclavismo que  sobrevivió largamente a la terminación de esa institución.

El Informe de la Oficina del Censo de EU del año 2019 confirma la validez de aquel lejano diagnóstico de Myrdal al demostrar que si el ingreso medio de los hogares estadunidenses era de $63.179 y  el de los hogares “blancos” $70.642 el de los afroamericanos se derrumbaba hasta los $41.361 y el de los “hispanos” caía pero estacionándose en $51.450. Los blancos son el 64% del país, pero el 30% de la población carcelaria; los negros suman el 33% de los convictos siendo el 12% de la población. El 72% de los jóvenes blancos que terminan la secundaria ingresan ese mismo año a una institución terciaria, cosa que sólo hace el 44% de los afrodescendientes. Las recurrentes revueltas de esa etnia oprimida atestiguan el fracaso de las tímidas medidas adoptadas para integrarla, como la tan discutida “acción afirmativa.”

La pandemia de covid-19 agravó la situación, poniendo de manifiesto la escandalosa discriminación existente: la tasa de mortalidad general por ese virus es de 322 por millón de habitantes y baja a 227 para los blancos, pero sube bruscamente entre los negros a 546 por millón. Y la depresión económica que la pandemia potenció exponencialmente tiene entre sus primeras víctimas a los afrodescendientes. Son ellos quienes figuran mayoritariamente entre los inscriptos para obtener el módico y temporario seguro de desempleo que ofrece el gobierno federal. Y además son el grupo étnico mayoritario que está en la primera línea del combate a la pandemia.

Esta explosiva combinación de circunstancias sólo necesitaba un chispazo para incendiar la pradera. El asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis filmado minuto a minuto y viralizado en instantes, aportó ese ingrediente con los resultados ya conocidos. La criminal estupidez de un Trump desquiciado por más de 100 mil muertos a causa de su negacionismo y por el abismo económico que se abrió a sus pies a cinco meses de la elección presidencial hicieron el resto. En un tuit amenazó a los manifestantes con “meter bala” si proseguían los disturbios, igual que los esclavócratas sureños del siglo 19. Signos inequívocos de un fin de ciclo, con violencia desatada, saqueos y toques de queda desafiados en las principales ciudades. Cualquier pretensión de “volver a la normalidad” que produjo tanta barbarie es una melancólica ilusión.

 

 

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