Dignidad y vileza

Gerardo Fernández Casanova
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Cuánta vileza hace falta para pisotear la dignidad de un pueblo. Cuánta ruindad se requiere para engañar y tergiversar la realidad para imponer intereses mezquinos sobre los afanes de bienestar y justicia. Seguramente Donald Trump sepa  dar esas medidas; antepone su insufrible soberbia antes que atender con eficacia la pandemia de covid-19 que en su país alcanza niveles de catástrofe; o que reprime a su pueblo que se manifiesta en reclamo de justicia por el vil asesinato de un negro (dicho con toda la dignidad de su raza) a rodilla de un troglodita asesino con uniforme policial. Son superlativas la ruindad  y la vileza del también troglodita que se ostenta como presidente de Estados Unidos.

          Ahora sí es cercano el derrumbe por implosión del imperio estadunidens, con un proceso electoral marcado por la aglomeración de las crisis: la sanitaria, la económica y la política. Las dos primeras son bien conocidas por su inocultable y suprema magnitud. Pero es más grave la crisis política porque implica la incapacidad para procesar alguna solución a las otras dos. El 3 de noviembre los gringos tendrán que votar y elegir a un presidente entre dos pésimos candidatos; Trump busca la reelección denodadamente, cometiendo error tras error; agraviando al pueblo a más no poder, sólo la estulticia supremacista blanca lo pudiera votar; por su parte, Biden se refugia en las medidas de seguridad sanitaria y espera que su contrincante pierda por sí mismo, amparado en la burbuja del stablishment y la burocracia demócrata, la que nuevamente truncó la capacidad de convocatoria de Sanders. La sociedad estadunidense carece del liderazgo que pueda convocar a la salvación. En la orfandad su destino es la autodestrucción.

          Las mismas preguntas hago a la oligarquía conservadora mexicana, Cuánta vileza y cuánta ruindad se necesita para pretender destruir la esperanza de millones de mexicanos que optaron por otra alternativa de proyecto de nación; para mentir hasta la náusea y obstaculizar la labor de un gobierno legítimamente electo sin sombra de duda, cuyas ofertas de campaña están siendo instrumentadas con absoluta veracidad y pertinencia; que hace gala de una dignidad, una integridad y una honradez insuperables, junto con una voluntad inquebrantable para conducir la transformación del país. Un presidente que honra el compromiso democrático hasta el extremo es acusado de tirano, cuando además ejerce el poder sin el menor asomo de autoritarismo o represión; que combate en serio la corrupción y los privilegios, particularmente de quienes gobiernan.

          Reconozco que se han cometido errores, pero también reconozco que han sido aceptados y subsanados con oportunidad. Uno grave fue el de intentar desaparecer las delegaciones estatales de la dependencias federales y nombrar a un poderoso representante único del gobierno federal y que dicho cargo recayera en contrincantes políticos de los gobernadores. Fue casi una declaración de guerra que mereció el reclamo de los ejecutivos estatales y la oportuna corrección. Aprendida la lección la Presidencia ha mantenido una muy aseada y respetuosa relación con  los gobiernos de los estados, aún con los que son verdaderos casos de aberración política. No resulta fácil intentar un proyecto transformador cuando se convive necesariamente con una rémora de representantes del viejo régimen caduco. Aún con tal carga, el proyecto avanza.

          Es claro que en la medida en que el presidente López Obrador va sumando aceleradamente resultados exitosos de su gestión, se recrudecen los afanes de frenarlo y hasta de derrocarlo; temen que culmine el año de 2024 a tambor batiente, y que garantice para muchos años la continuidad del proyecto transformador, sin reelección y sin maximatos. No es verdad que en política todo se valga; la vileza y la ruindad son la negación de la política, son la antítesis de la razón de ser del poder que, en un medio civilizado y democrático, sólo se sustenta en el servicio a la comunidad, el bien común tan falseado por la hipocresía conservadora.

          Ruindad y vileza que manipula sobre la crisis sanitaria para crear el terror y pretender el fracaso del presidente en su excelente procesamiento del siniestro. Igual comportamiento respecto de los programas sociales destinados al bienestar de la población de menores ingresos, así como de la obra pública progresista.

          Entérate pueblo. No te dejes engañar. Recuerda lo que te hicieron.

 

 

Por dónde va la Cuarta Transformación

Gerardo Fernández Casanova
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De repente a la historia le da por acomodar los acontecimientos como bolas de billar para una serie exitosa de carambolas. Tal parece ser la circunstancia por la que atraviesa México. Coexisten tres conflictos; el sanitario, el económico y el político, en una imbricación que sacude a todo el andamiaje institucional de manera determinante para una nueva conformación de la sociedad. En términos reales se trata de una revolución que diseñada para ser pacífica, recorre caminos insólitos hacia algo desconocido, aunque muy anhelado, el Estado de bienestar.

          El meollo del asunto radica en el conflicto político que se complica con la emergencia del sanitario y, ambos, derivan en el conflicto económico. El sanitario es un accidente que eleva exponencialmente a los otros dos y que por azaroso puede definir el resultado venturoso o funesto del proceso.

        El conflicto político es de viejo cuño, desde  cuando el régimen post revolucionario dejó de ser incluyente. Un trayecto de fraudes electorales y con el neoliberalismo en pleno auge de agravios al pueblo, se llega al 2018 con el encono popular en su máxima expresión y da lugar al triunfo arrollador del proyecto alternativo de AMLO. Nace un nuevo régimen comprometido con la transformación profunda de la realidad, pero el viejo régimen mantiene su real poder económico y mediático, incluyendo a una buena parte del poder político anquilosado en gubernaturas y estructuras formadas al amparo de la corrupción. El crimen organizado es parte esencial de ellas. La transformación se topa con el lastre de esas viejas estructuras.

          López Obrador opta por una fórmula en la que prioriza la consolidación de la base popular del proyecto muy centrada en el prestigio personal y su permanente presencia ante el pueblo, mediante la conferencia de prensa de todas las mañanas y las giras con actos masivos por todo el país. Son prioritarios los programas sociales de apoyo económico a sectores vulnerables, a estudiantes, campesinos y pescadores.  Al mismo tiempo contemporiza con el poder económico, sin dejar de marcar el absoluto deslinde respecto de las prácticas corruptas del pasado. Se aplica al desmantelamiento del gobierno suntuario, oneroso e inútil, para dar lugar a la austeridad republicana, tanto por convicción ideológica como para dotarse de autoridad para generalizarlo en toda la sociedad, saneando el sistema tributario con la eliminación de prebendas enquistadas. Varias medidas implicaron una cirugía con hacha, llevándose entre las patas a gente inocente, incluso afín al proyecto.

           Por su parte, la oligarquía tuvo que apechugar el triunfo electoral, sin dejar  su profunda contradicción con el nuevo gobierno. En principio intentó dominar y acotar al presidente AMLO y jugaron a ofrecer su participación con inversiones de gran envergadura; algunos de ellos mantienen visionariamente su afán de colaborar, aunque la mayoría gerencial se aplica a la gestación de movimientos tendientes a frenar, incluso derrocar a López Obrador, sumando a sus cómplices de la prensa tradicional.

           Esta actitud coincide con el deterioro de la economía mundial, expresión del fracaso neoliberal, con obvios efectos sobre la mexicana tan dependiente del exterior, aumentando el conflicto económico contra el nuevo proyecto popular. La irrupción de la pandemia del coronavirus y sus efectos devastadores sobre la economía mundial colocan al gobierno en condición crítica, la que es criminalmente capitalizada por sus adversarios que lo bombardean con ataques y noticias falsas todos los días y por todos los medios, creando un estado de terror y desconfianza, propicio a sus afanes desestabilizadores. El presidente, por su parte, hace frente a la crisis sanitaria con absoluta responsabilidad; la atiende con la ortodoxia de la ciencia médica epidemiológica y aplica su poder de convocatoria para procesarla con pleno respeto a los derechos humanos y la mayor transparencia y abundancia informativa. La reconversión hospitalaria y la ampliación de la capacidad humana y física de atención han permitido la suficiencia para la atención de los casos de infección. Al día de hoy todo indica que se está logrando domar la pandemia y se comienza a instrumentar el acceso a la nueva normalidad. No obstante, el tema ha sido usado con vileza extrema por los adversarios del régimen, sin parar en mientes en el nocivo efecto de sus fechorías sobre la salud de la gente.

         Por ahí va el proyecto de la Cuarta Transformación, multiplicando los recursos públicos destinados a la mayoría de la población en condición de pobreza. Se rechaza la vieja fórmula de rescatar a las empresas mediante endeudamiento, de manera que sean ellas con sus recursos y su crédito quienes se apliquen a su salvación. Obviamente esto eleva el encono empresarial y se aprestan a redoblar la guerra híbrida, afilando machetes para buscar la venganza judicial.

         El conflicto está en su esplendor. Es tiempo para cerrar filas y defender con todo el proyecto de reconstrucción del país, con paz, justicia y bienestar. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo.

 

 

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