La mujer que le daba de cenar a
Adam Smith (economía con madre)

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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Su nombre es Margaret Douglas. Hija de una familia de nobles escocesa, quedó viuda a los 28 años de edad, con tres meses de embarazo. Aunque luego parió a quien habría de convertirse en una celebridad clásica de la economía, Adam Smith, hasta ahora es una de las más anónimas figuras, cuya herencia, más práctica que teórica, es todavía más desconocida.

 

La periodista y escritora sueca Katrine Linda Mathilda Kielos, conocida comúnmente sólo como Katrine Marçal, feminista también, escribió uno de esos libros que tendrían que colocarse como parte de una asignatura obligatoria no sólo en materia de equidad y género, sino de economía en su conjunto pues pone el acento en una grave e histórica omisión que, a la fecha, registra nefandas consecuencias.

 

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? (2012) es el tituló que le dio Katrine a su obra, donde hizo algo más que tratar un tema desde una óptica feminista, sino que contribuye a hacer más “visible” la importancia de la economía femenina en el desarrollo de la sociedad y de los seres humanos, poniendo en especial énfasis una profunda contradicción:

 

Mientras el llamado “padre fundante” de la economía moderna escribió en uno de sus pasajes más famosos que “no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino su propio interés” (Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, capitulo II “Del principio que motiva la división del trabajo”, p. 16, Fondo de Cultura Económica), Katrine observó que Smith podía alimentarse cada noche gracias a que su madre le preparaba la cena, y no lo hacía por egoísmo, sino por amor.

 

Parafraseando a la celebridad de la economía, se puede no invocar sentimientos humanitarios pero sí beneficiarse de ellos, en este caso del amor, un bien escaso entre los seres humanos, propenso más a seguir doctrinas discriminatorias, excluyentes, como señala Katrine y como prueban los hechos cotidianos.

 

Supongo que esto a la extinta filósofa Ayn Rand (La rebelión de Atlas, La virtud del egoísmo, El manantial y otros) le caería como un gancho mortal, como igual sucede con los promotores de la economía que sólo resaltan el “interés y el “egoísmo” como parte vital de la esencia humana que mueve al mundo, sin apenas considerar que la especie también está dotada de virtudes, como la madre del mismo Smith.

 

“La economía nos ha contado una historia sobre cómo funciona el mundo y nos la hemos creído hasta el final. Pero ha llegado el momento de cambiar esa historia”, dice la escritora y periodista.

 

(Ante esto, de entrada bien harían todos los tecnócratas y creyentes del neoliberalismo en referir no sólo quién les daba de cenar, sino en procurarlos y atenderlos, motivaciones incluidas. La misma Katrine parece adelantar la respuesta: tenemos miles, millones de “Margaret Douglas” que cuidan a sus hijos y hasta nietos en muchos casos, quizás no con amor, sino por obligación).

 

La sugerencia para comenzar a escribir otra historia es tentadora: hay que aspirar a una economía fundada en el amor o, dicho en términos menos aterciopelados, a una economía con madre (tantita, no mucha) y en esa forma ir corrigiendo omisiones y desviaciones (para lo cual hace falta, claro, tener un poquito de madre).

 

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