Distractores: Frases populacheras vencen realidades

Luis Emiliano Gutiérrez Poucel
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Un apreciado amigo sugería que, a pesar de las constantes metidas de pata y ausencia de resultados, AMLO continuaba manteniendo su popularidad, apuntando que entre más mal gobernada más popular se convertía. En efecto, pareciera que los engaños y distractores le gustan a la mayoría de mexicanos que votaron por él y que lo siguen apoyando, prefieren los ardides y astucias, convencidos desatinadamente de que éstos van en contra de los fifís y pirruris más que contra de ellos.

AMLO, amado por las mayorías y odiado por las minorías, es un líder carismático que exalta sus logros o festeja la ausencia de resultados con frases entretenidas y simpáticas. Le decía a mi amigo, vivimos en un país kafkiano en donde la sustancia pasa a segundo plano y donde las promesas y dichos populares desplazan a la realidad.

Sin embargo, en días recientes se ha notado algo de desgaste en el prestigio de López Obrador. Una de las razones ha sido la debacle de la rifa del avión presidencial, que luego no fue rifa para ganar el avión, sino para obtener un premio en efectivo repartido entre varios ganadores. La simpática ocurrencia se viralizó por el mundo haciendo al gobierno de la 4T el hazmerreír de propios y extraños. Otros problemas que contribuyeron a su pérdida de popularidad fueron el chantaje a 100 empresarios mexicanos para que cada uno comprara por lo menos 20 millones de pesos en boletos para la rifa del disque avión presidencial, el aumento en la inseguridad (con los escándalos de los feminicidios y el asesinato de la familia LeBarón), la contracción económica, el aumento del desempleo, la falta de servicios y medicamentos en los sistemas de salud (con el escándalo de la falta de medicinas para los niños con cáncer). Asimismo, parte de la pérdida del afecto popular se debió a que le falló su “lengua de plata” que generalmente lo ha beneficiado y sacado de apuros, pero que recientemente lo traicionó al mencionar que “no quería que los feminicidios opacaran la rifa del avión”, y al expresar el término “fuchi-caca” refiriéndose a la corrupción.

         AMLO necesitaba un golpe impactante para remontar su popularidad; un distractor poderoso para alejar la atención pública de los problemas del país. Ese golpe mediático lo logró genialmente con la aprehensión en España de Emilio Lozoya Austin, el exdirector de petróleos mexicanos, considerado el artífice de una transa multimillonaria y símbolo de la corrupción y tropelías del régimen de Enrique Peña Nieto. La primera causa de su aprehensión fue la compra de Agronitrogenados, por parte de Pemex, en diciembre del 2013, por la que se pagó un sobreprecio de 57% por arriba del valor real, o sea alrededor de 93 millones de dólares por encima de su costo de mercado, planta de 30 años de antigüedad con 14 años sin operar, que requería un costoso proceso de rehabilitación y que ahora permanece como chatarra. Estas anomalías resultaron en órdenes de aprehensión contra de Emilio Lozoya y Alonso Ancira, director general de Altos Hornos. Ambos personajes fueron apresados en España. Lozoya está encarcelado, mientras que Ancira enfrenta su proceso de extradición en libertad.

La otra causa fue la acusación de sobornos por 10.5 millones de dólares por parte de la compañía Odebrecht a cambio de contratos con Pemex. Aparte existen varios procesos que se siguen investigando en contra de extitular de Pemex por la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda.

Esta acción fortalece la narrativa de la administración de la 4T en dos vertientes. Por un lado, que va en contra de la gran corrupción de la mafia del poder, y por el otro, que gran parte de las culpas de los problemas actuales se deben a que los gobiernos del pasado dejaron en un mal estado al país. La aprehensión de Lozoya le da oxígeno al gobierno de AMLO, permitiéndole ignorar su creciente desprestigio.

El gobierno de AMLO tiene otros importantes distractores en su arsenal, uno de los cuales es la propuesta de vender las embajadas de México. La propuesta de vender los terrenos y edificaciones de nuestras embajadas y rentar lugares comerciales para las funciones diplomáticas es una pésima idea desde el punto de vista financiero, funcional, diplomático y de imagen de México. La propuesta plantea sustituir un buen negocio por uno malo. Las embajadas al ser propiedad de México no pagan rentas ni impuestos, y son parte del territorio nacional. Su venta constituiría la pérdida de un valioso patrimonio de la nación, patrimonio que se ha venido construyendo a lo largo de varias décadas y que le pertenece no sólo a los mexicanos de hoy sino a las futuras generaciones de mexicanos.

Si se venden las embajadas habrá necesidad de rentar lugares alternativos en donde se tendrá que pagar rentas, seguros comerciales e impuestos asociados a los inmuebles. Lugares que nunca pasarían a ser parte del patrimonio de la nación. Dicha propuesta va en línea con la poca importancia que la administración de la 4T asigna a nuestras relaciones exteriores y al comercio internacional.

La propuesta no considera los costos de readaptación, porque las embajadas requieren lugares seguros sin micrófonos, con cuartos seguros para comunicaciones, discusiones de alto nivel de inteligencia, de misiones de negociación. Esos lugares ya existen en las embajadas actuales después de décadas de inversión y de trabajos de adecuación por expertos. Al cambiarse a lugares más modestos habrá que invertir en ellos para lograr esa seguridad necesaria. Cualquier análisis de beneficio costo resultaría en descalificar la propuesta de vender las embajadas actuales, porque sus costos en valor presente serían sin duda alguna superiores a sus beneficios. El único beneficio no es económico, ni funcional, ni diplomático sino tan solo mediático, para conseguir mayor popularidad… el culto a su personalidad.

En efecto, la venta de las embajadas tendría un impacto mediático de corto plazo entre los seguidores de AMLO con disonancia cognitiva, que prefieren creer en sus palabras y promesas que en los hechos. Esto se basa en el dogma de que un pueblo pobre no debería tener propiedades de calidad. La propuesta de deshacerse de nuestras embajadas equivale a la versión diplomática de vender el avión presidencial.

El proyecto es congruente con la visión de austeridad de López Obrador, quien considera que un inmueble más modesto representa mejor su filosofía de gobierno, olvidándose que su gobierno solamente dura seis años mientras que las embajadas se han adquirido y construido a lo largo de varios siglos. La política de austeridad le está costando muy, pero muy caro al país pues solamente considera el corto plazo y no el mediano (10 años) y largo plazo (30 o más años). Nuestro presidente le está dando la espalda a nuestra historia diplomática y a las necesidades futuras del país en el mundo.

Al principio de esta nota mencionaba que mientras más mal gobernaba López Obrador, parecía que se volvía más popular. Sin embargo, este escribiente duda que siempre vaya ser así. Eventualmente la administración de la 4T va tener que pagar la factura por haber prometido tanto y cumplir tan poco. Parafraseando a Montesquieu, “no hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el nombre de la justicia”.

 

 

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