Donald Trump, homicida confeso

Gerardo Fernández Casanova
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Con el mayor cinismo el blondo troglodita elegido por los gringos para ser su presidente, informa a su pandilla de electores que mandó a asesinar, por sus pistolas, al segundo hombre más importante de Irán, el general Soleimani; acción por demás temeraria. Y hágale como quiera el resto de la humanidad, que para algo tiene que servir el contar con el Ejército más poderoso del mundo. Y sí, en efecto, por lo pronto lo único que nos queda es mentarle su madre y rogar a los pinches gringos que no se les ocurra reelegirlo. Vivimos el peor de los mundos: un orate controla el botón que puede acabar con la humanidad entera. Es increíble que la cultura universal, que durante miles de años ha venido construyendo las normas para la convivencia en sociedad, desde lo individual hasta lo mundial, siga encontrándose hoy como en la edad de las cavernas: la ley la impone el más fuerte, sea el garrote del cavernario o el Ejército del imperio; siempre el fuerte sometiendo al débil. La Organización de las Naciones Unidas y el derecho internacional sirven para lo que se le unta al queso.

           Trump es un asesino serial; continuador de sus antecesores republicanos o demócratas, sólo que más burdo y grosero. Asesina con las armas de la tecnología de punta, o las de la economía, tan letales o más que las de fuego. Las sanciones y bloqueos económicos impuestos a Venezuela, Irán y Corea del Norte, incluso el reforzamiento del aplicado a Cuba durante 60 años, implican daños directos y de gran letalidad a las poblaciones que han optado por la dignidad de ser independientes.

           El orden político y económico mundial se resquebraja ante las guerras o amenazas arancelarias (como la registrada por México en junio pasado) ordenadas por Trump. La Unión Europea está en una severa crisis, la salida de Inglaterra (Brexit); la recesión en Alemana e Italia; el desgobierno en Francia por la represión a las multitudinarias movilizaciones populares contra el neoliberalismo; el retorno del fascismo en todo el continente y muchos otros signos de descomposición que no auguran nada bueno para la paz mundial. China y Rusia se ven asediadas por el belicoso nacionalismo gringo y aceleran sus planes armamentistas.

          En América Latina se viven momentos de luces y sombras. En México por fin se instaura un gobierno progresista de centro izquierda, aunque muy acotado por su enorme dependencia de Estados Unidos; en Argentina regresa el peronismo progresista después de cuatro años del peor neoliberalismo; en Chile, Ecuador y Colombia los gobiernos neoliberales se tambalean ante la movilización popular y los paros exitosos; Cuba, Venezuela y Nicaragua resisten la guerra híbrida Made in USA; en Bolivia, un golpe de Estado impone un gobierno de facto racista y pro yanqui que robó la presidencia de Evo Morales, y Brasil con el ultra derechista Jair Bolsonaro en el desgobierno, aunque con Luiz Inácio Lula da Silva en libertad para destronarlo. Dentro de este embrollo, México asumió la Presidencia pro tempore (2020) de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), otrora vigoroso instrumento de la emancipación regional, con éxito diplomático por la presencia de todos los países, excepto Brasil y Bolivia (por obvias razones); mediante un proyecto anodino, la presidencia mexicana sólo busca mantener el cascarón en espera de que regresen los tiempos de la integración progresista.

          En el propio imperio se resienten las brutalidades del blondo troglodita al grado de haberse generado en la Cámara de Representantes (de mayoría demócrata) la demanda ante el Senado (de mayoría republicana) para la defenestración del presidente. No se espera que la demanda progrese por razones partidistas, pero ese país entra a campaña electoral cuyo punto nodal es la aspiración de Trump de ser reelecto y tal demanda pesará para evitarlo; casi todo el mundo así lo desea aunque sólo los pinches gringos puedan votar y son tan brutos que son capaces de reelegirlo.

            Pero Trump es sólo el accidente en esta historia, lo esencial es la crisis mundial del capitalismo y del imperio que lo sostiene. Da lo mismo que sea demócrata o republicano, lo que está podrido es el sistema. Lo único que puede amortiguar el derrumbe para que no arrastre al resto del mundo a la guerra, sería el triunfo electoral del paladín de la juventud gringa, el viejo Bernie Sanders, autodeclarado socialista. Amén y amen en este nuevo 2020.

 

 

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