Crecimiento cero: ¿No pasa nada?

Jorge Faljo
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Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.

Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos. 

Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las 12 de la noche. Es más o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.

Esta disquisición absurda me viene a la mente porque por vez primera el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.

Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.

Hace unos días Agustín Carstens, antiguo gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.

El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.

Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.

Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.

En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Donald Trump con respecto a las importaciones estadunidense de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.

La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.

En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.

Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.

Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.

Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.

La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe, acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.

Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.

Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.

A nadie le gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.

 

 

Frente al estancamiento global

Jorge Faljo
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El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL–, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.

Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.

Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.

Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.

La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.

Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.

Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.

¿Qué haría falta para crecer?

Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero los bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.

Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.

A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.

La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social está al orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas que deberá cumplir.

No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.

Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.

Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.

 

 

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