Realidad mata propaganda

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
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En la dura batalla política que libra el presidente López Obrador contra instituciones, personeros y exbeneficiarios del régimen neoliberal vencido en las elecciones del 1 de julio de 2018, la Cuarta Transformación acaba de anotarse una nueva victoria al arrebatarle al pripanismo el largo dominio de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Esta institución, creada por Carlos Salinas, era hasta ayer uno más de los sólidos miembros de la lista de enemigos del obradorismo. Un baluarte del pripanismo en la encomienda, expresada nítidamente por Vicente Fox, de “darle en la madre a la Cuarta Transformación”.

Es cierto que la CNDH no servía para nada. Que era un ente simulador, oneroso y desprestigiado al máximo. Pero desde la llegada de López Obrador a Palacio Nacional, la tal Comisión asumió ahora sí activa y belicosamente un nuevo papel: censurar, descalificar y sabotear todas y cada una de las medidas y políticas del obradorismo enderezadas a desmontar las bases del régimen neoliberal tripulado por los neoliberales.

De ser una institución inocua, perezosa, corrupta, muy costosa y obediente a los dictados del viejo poder, pasó a convertirse en una crítica acérrima del nuevo. Y aunque igualmente es cierto que sus ataques eran insustanciales, también es verdad que en la guerra mediática contra el obradorismo era muy útil y funcional.

Por eso es muy positiva la salida de la CNDH de la lista de enemigos de la Cuarta Transformación. Se trata de un hecho político real, no puramente mediático o propagandístico. Ello contrasta con los saldos de la campaña antiobradorista, que sólo tiene, y siempre por muy poco tiempo, logros de impacto mediático.

En el lenguaje popular a esta actitud de la derecha mexicana se le llama quemar la pólvora en infiernitos. O también mucho ruido y pocas nueces. En el campo de la realidad, la Cuarta Transformación avanza todos los días, aunque la guerra mediática pretenda infructuosamente oscurecer o velar esa realidad.

Parece que los neoliberales se están conformando con desempeñar el papel de cuchillito de palo, que molesta pero no hiere y menos mata. O de simple piedrita en el zapato que incomoda pero no evita la marcha y el avance.

Esta conducta de los neoliberales desplazados del poder por el muy mayoritario voto ciudadano podría explicarse si obtuvieran algún resultado en disminuirle apoyo popular y social a López Obrador. Pero ese resultado no se ve por ninguna parte.

 

 

Signos de pregolpismo en Culiacán

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
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Es muy claro que el gobierno del presidente López Obrador marcha en sentido contrario al que siguen Mauricio Macri en Argentina, Lenín Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile. En esas tres naciones las políticas económicas neoliberales, con sus tarifazos, privatizaciones y sujeción a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) han provocado revueltas e insurrecciones populares que han tenido como primer resultado la derogación inmediata de los paquetazos fondomonetaristas, pero que incluso pueden provocar la caída de esos antipopulares gobiernos.

En México, por lo contrario, es notorio el respaldo popular, ampliamente mayoritario, al gobierno obradorista con un contundente 70 por ciento de aprobación. Dicho de otro modo: siete de cada diez mexicanos expresan su aprobación al buen trabajo del gobierno obradorista. Incluso estos han sido los guarismos luego del intento desestabiizador y pregolpista perpetrado por el antiobradorismo más recalcitrante en la ciudad de Culiacán el jueves 17 de octubre de 2019.

Los hechos culiacanenses, desde luego, no han sido suficientemente aclarados. Pero hay varios indicios que apuntan a una especie de tanquetazo, como en Chile en 1973, o a un tejerazo, como el de España en 1981, es decir, ensayos de golpe de Estado. Un evidente propósito por fracturar la unidad prevaleciente en las filas de las fuerzas armadas y en el gobierno de López Obrador.

Aquí van algunos botones de muestra. Primeramente el haber mantenido desinformado al presidente de lo que acontecía en esas horas críticas. Un segundo factor fue la ya bien documentada participación de la DEA yanqui en las horas y días previos a ese jueves negro. Un tercer elemento es la inexplicable evasión de varias decenas de presos de una cárcel de Culiacán. Y, como cuarto elemento, la difusa participación del gobernador priista de Sinaloa, completamente alejada de la institucionalidad a la que estaría obligado.

Los vocablos y los conceptos golpe y golpismo no son, referidos a México, parte de la cultura política nacional. Pero es obvio que en cualquier latitud el golpe de Estado (clásico o blando) se encuentra en el arsenal de la derecha oligárquica.

Descartada la posibilidad de desalojar a López Obrador de Palacio Nacional por medios electorales, la derecha anda ensayando el golpe. Primeramente, como es palpable en los medios de comunicación, el golpe suave: calumnias, descalificaciones, mentiras, exageraciones, bulos o borregos. Pero también, como se vio en Culiacán, ya se está considerando el golpe clásico.

 

 

Cataluña: Más política, menos franquismo

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
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Hasta una mirada somera a la situación en Cataluña revela que el gobierno español nada hace ni quiere hacer por resolver el tremendo problema que representa gobernar a un pueblo que no quiere ser gobernado por una potencia extranjera. 

Nada hace y nada quiere hacer más allá de repartir palos e injustas y largas penas de prisión a los que se atreven a levantar la cabeza exigiendo su derecho a la libre autodeterminación.

Reconociendo que había un problema, así haya sido a regañadientes y con Franco ya desaparecido, anteriores gobiernos españoles aceptaron conceder un cierto grado de autonomía, es decir, de autodeterminación, a la nación catalana. Y extendieron esa concesión a otras naciones ibéricas: País Vasco, Galicia, País Valenciano, Andalucía y otras.

Era un principio de solución. Sin embargo, y como es obvio, el proceso debía continuar con un aumento, paulatino pero constante de ese grado de autonomía, hasta llegar en un futuro aún indeterminado a la formación de un Estado federal de carácter multinacional y multicultural.

Esa solución no era fácil, pero tampoco imposible. Las naciones europeas, con mayores diferencias entre sí que las que pueden y puedan observarse en la historia y en el presente de España, lo consiguieron sin palos, sin sangre y sin cárceles. Sólo acudiendo al viejo, conocido y eficaz método del diálogo y la negociación.

Y, naturalmente, con el factor imprescindible de la voluntad de resolver el problema. Pero ni Felipe de Borbón ni Pedro Sánchez muestran un ápice de esa voluntad. Y no sólo eso, sino que van dando muestras de retroceso. Como lo es la amenaza de la monarquía de reducir a cero la autonomía ya lograda por la nación catalana. Y eso quiere decir que el problema se agravará.

Se entiende que a Felipe no le importe gran cosa. A él nadie puede quitarle el sustancioso hueso que la familia Borbón viene royendo hace siglos. Pero al presidente del gobierno español podría importarle un poquitín, pues el asunto catalán es un problema para la propia subsistencia de la muy endeble administración sanchista.

Ahora mismo Cataluña está en ebullición. Y no parece que cárceles, palos y otras represalias del más puro corte franquista vayan a lograr algún apaciguamiento. Pero aunque lo consiguieran el problema seguiría presente.

La solución está a la vista, aunque la ceguera colonial vele el panorama: más y mayor autonomía, más y mejor diálogo, más y mejores programas de mutuas concesiones. Finalmente más política y menos franquismo.

 

 

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