Amazonia: ¿Pulmón global en extinción?

 

Yolanda Cristina Massieu Trigo

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Los medios nos han mostrado en días recientes imágenes escalofriantes de los incendios en la Amazonia, sobre todo brasileña. Las causas son múltiples: el deterioro ecológico global conduce a cambios climáticos y este año es de los más secos y calientes en décadas; la zona es víctima de deforestación debido a la expansión irracional de la ganadería, la minería, el agronegocio, la extracción de madera, de especies en peligro, de hidrocarburos, de energía hidroeléctrica.

 

El actual gobierno brasileño desestima el cuidado del ambiente y es partidario de que se destruya la selva (para Bolsonaro es inútil), se expulse a los grupos originarios y se sigan expandiendo actividades no sustentables, pese a que el cuidado de la Amazonia es una responsabilidad ante el mundo, más allá de Brasil. Ceguera y avaricia autodestructiva la del gobernante: en la Amazonia se genera el 20% de la producción mundial de oxígeno, comprende 7 millones de kilómetros cuadrados que son hábitat de miles de especies, muchas de ellas endémicas que no han sido estudiadas, cuenta con 1 millón de kilómetros cuadrados de agua dulce (el 20% de la reserva global), 2,200 de especies descritas desde hace 20 años, 2,500 especies de peces y 40,000 de plantas. La extinción provocada por el fuego tiene una dimensión crítica si consideramos que entre 1970 y2016 se ha extinguido el 58% de los vertebrados del mundo. La Amazonia es un pulmón global que se encuentra en grave riesgo, y su destrucción lleva a una catástrofe planetaria.

 

Los recientes incendios son un crimen y una tragedia, por ejemplo, en la Amazonia habita el 80% de la población de jaguares de Latinoamérica, la especie está en peligro de extinción por la destrucción de su hábitat y alrededor de 100 de estos animales se han perdido de sus grupos o están heridos, mientras que muchas especies se extinguen ante el avance de las llamas. En cuanto a la vegetación, tomará al menos 50 años que ésta se recupere (si es que lo hace), lo cual es muy grave porque la producción de oxígeno y captación de dióxido de carbono la hacen las plantas. La emisión de cenizas tiene consecuencias funestas más allá de la zona, pues éstas se vierten en el mar y al parecer tienen que ver con la expansión del sargazo, con funestas repercusiones ecosistémicas y para el turismo, como las presentes en el Caribe mexicano.

 

Si bien hay causas climáticas (producto también de las actividades humanas), no se puede obviar el papel del gobierno de Bolsonaro, cuya visión antiecológica ha conducido a que se relajen las medidas de preservación de la Amazonia: The New York Times encontró en registros públicos que las acciones de aplicación legal de la principal agencia medioambiental brasileña cayeron en 20 por ciento durante el primer semestre de este año, en comparación  con el mismo periodo en 2018, lo que implica grandes superficies de selva destruidas sin mayor represalia del gobierno. Un retroceso a lo que habían logrado gobiernos anteriores, organizaciones ambientalistas y grupos originarios amazónicos, que disminuyeron el ritmo de deforestación en los últimos años.

 

         Muchos de los 100,000 focos de fuego detectados entre enero y finales de agosto fueron provocados por terratenientes partidarios de Bolsonaro, a los que se les dio luz verde para la devastación y expansión de sus actividades depredadoras. Éstas últimas por demás absurdas, pues el suelo de la selva es delgado, y al retirar la cubierta vegetal lo que se logra son tierras yermas y sequía al cabo de unos años. El gobierno brasileño agrede a los grupos originarios amazónicos, que han preservado la selva, pues está en marcha un proyecto para retirarles derechos sobre su territorio, pese a que hay múltiples conocimientos y experiencias de uso sustentable de la selva en estos grupos, muchos de ellos “no contactados”. Es el caso de los wampis peruanos, quienes han persistido en su modo de vida con la selva pese a agresiones, y declararon su gobierno autónomo en 2017, y el del parque de los xingú en Brasil.

 

Ellos son la única esperanza, merecen la solidaridad internacional y los humanos como especie debemos tomar acciones antes de que, en nuestra carrera suicida, se destruya uno de los últimos pulmones de la tierra (y quizás el más importante).

 

 

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