El priismo de carne y hueso:
A
puntes para un réquiem y epitafio

Américo Saldívar V.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

El 10 de agosto del presente año, 2019, en medio de una profunda crisis, se efectuaron elecciones para elegir al nuevo presidente y secretario general del Partido Revolucionario Institucional. Este hecho, donde participaron 2 millones de personas resulta bastante peculiar e inédito (Si acaso un ensayo similar se dio en la elección abierta de Roberto Madrazo), ya que era usual que la dirigencia del partido la designara el presidente en turno. Por su importancia histórica, pero sin afanes analíticos, sino como una simple y pura transcripción de la realidad, esbozamos una narrativa y crónica de este instituto político que marcó y determinó la vida política y social del país durante los 90 últimos años.

En términos generales y como principio de estos apuntes debemos mencionar que el régimen priista1] durante más de ocho décadas en el poder, convirtió a la democracia representativa, incluso la de tipo electoral, en un ejercicio monopólico unipartidista y al país en un alegre cuartel de privilegios y de componendas compartidas con todos los sectores empresariales, es decir, el poder económico. Fueron tiempos de privilegios y corrupción practicados desde el poder, en particular desde el período de Miguel Alemán (1946-52) que permeaba todos los intersticios tanto de las instituciones como de la sociedad en su conjunto: partidos, iglesia, empresarios, sindicatos, universidades, organizaciones obreras y campesinas, por citar lo más importante. A las empresas se les subsidiaba y premiaba con cuantiosas condonaciones y exenciones fiscales, amén de la ilegal evasión de impuestos que por lo general quedaba impune. Todo lo que tocaba lo descomponía y degradaba desde el punto de vista de valores y del quehacer político.

Por ejemplo, ya a finales de la década de los 70 con José López Portillo se destapa nuevamente la corrupción gubernamental[2], que se había mantenido soterrada o a niveles moderados; se transita también alegremente por los senderos de la globalización del capital, aceptando el papel de EUA como gendarme en México y Latinoamérica. Si bien en su favor habría que agregar que su gobierno apoyó discretamente a la guerrilla nicaragüense y salvadoreña, a la par que luchaba contra la “amenaza roja” y el sindicalismo universitario.

Desde su emergencia este partido fue cooptado y devorado como organización política de la sociedad civil, por los aparatos de Estado, perdiendo toda autonomía frente al poder gubernamental y, a la postre, al económico, propiamente dicho. Se convierte en una verdadera y efectiva agencia de colocaciones para sus militantes, imperando una espesa red de canonjías y privilegios para sus seguidores. Si a lo anterior le agregamos el factor comprobable (y deleznable) de la corrupción, podemos explicarnos algunos de los porqués de la gran capacidad de movilización y de manipulación de las masas, así como su potente estructura territorial organizativa que cubría prácticamente no sólo los 300 distritos electorales del país, sino también todas las casillas con sus propios representantes durante las contiendas electorales. Se trataba asimismo de la gran movilidad para ascender, que permitía y ofrecía a los cuadros y líderes intermedios, primero, ser recompensados adecuadamente, segundo, mantenerse dentro de la burocracia partidista y, tercero, escalar en los puestos gubernamentales.

Por definición, dentro de esta estructura corporativa el romanticismo y su supuesta vocación popular-reivindicativa que proclamaban sus orígenes, serán suplidos por la superficialidad, el hedonismo y los placeres materiales. Es decir, de alguna manera se adhieren acríticamente al pensamiento hegeliano de que todo lo que existe tiene su razón, ignorando incluso aquella tesis del filósofo alemán de que la inteligencia y los que más saben son los que deben de mandar. Por ello, sobre todo por lo primero, se aferran al poder y defienden al sistema de una manera bastante pragmática y funcional, apoyándolo “hasta con el último peso” de su bolsillo, pero sin poner en riesgo sus cuentas bancarias. De ahí que los refranes populares de que los priistas iban “tras el hueso” o que “vivir fuera del presupuesto era vivir en el error”, no dejan de tener un sentido basado en la realidad concreta.

La libertad y la justicia deben ser la base de cualquier desarrollo histórico. Hegel al señalar que todo lo que existe tiene una razón de ser (de existir)[3] da pábulo y, de alguna manera, justifica la defensa del sistema existente. El PRI aplicará esta idea convirtiéndose en su defensor y cancerbero acérrimo.

Entre el anacronismo y la modernidad

El PRI siempre vivió un conflicto entre las tradiciones de la vieja guardia caciquil y la necesidad de modernidad de su estructura partidista, haciendo de la política el arte de lo posible. En 1967-68, siendo presidente de su comité ejecutivo, Carlos A. Madrazo intentó democratizarlo proponiendo elecciones libres de los comités locales y regionales, es decir, sin intervención de autoridades gubernamentales. Falló estrepitosamente en sus intenciones reformistas. Poco tiempo después muere en un dudoso accidente de aviación. El conflicto entre el anacronismo y la modernidad se resolvió en favor del primero. Quizás en esas fechas ya lejanas podríamos ubicar el último intento por su democratización y autonomía de los aparatos de Estado, sufriendo en cambio el inicio (¿o amanecer?) de un lento proceso de descomposición y de pérdida de legitimidad.

En su práctica política y militancia la visión del cambio social no está en su radar ni en su chip genético. El PRI alberga y recluta indistintamente tanto personal de alcurnia como plebeyos, ambos siempre ubicados dentro de la mediocridad y hastío clasemediero, con prácticas orientadas para alcanzar sus objetivos pragmáticos, así sea tanto al precio de la deshonestidad y mediocridad conservadora, alimentando el individualismo pequeño burgués. De agente de la transformación y en sus inicios instrumento para la conformación de un capitalismo nacional funcional y modernizante, termina convirtiéndose en un organismo defensor del status quo y del laissez faire, laissez passer, así como de estructuras de dominación y de un capitalismo de compadrazgos y corruptelas.

Muy pronto se olvida la defensa del sindicalismo “rojo” e independiente, de las luchas por la reforma y el reparto agrario, el indigenismo y el nacionalismo revolucionario. El priismo en algunos momentos flirteó con la Internacional Socialista para componer su rumbo, pero ni siquiera pudo adoptar principios de la socialdemocracia moderada, si bien su posición siempre fue pretendidamente centrista dentro del espectro político-electoral.

En cambio, terminan rechazando el feminismo, la liberación sexual, la equidad de género y la no penalización del aborto, así como el matrimonio igualitario de parejas del mismo sexo y apoyando la concepción de la familia tradicional y al clero conservador, aunque sin abandonar el laicismo. Se convierten en prestanombres de grandes empresarios, participando con tesón en aventuras especulativas, la sobreexplotación de la naturaleza y sus recursos; recibiendo siempre su “diezmo” por permisos o trámites solicitados y otorgados. De agentes de la transformación y creación de instituciones del período inmediato posrevolucionario, se tornan en apoyadores de la corrupción, la impunidad y la antidemocracia sindical y política, aferrándose al poder a toda costa. También y por encima de la justicia social y distributiva de la riqueza, se opondrán al principio de austeridad, transparencia y de rendición de cuentas, de la eliminación del fuero y de la revocación del mandato de funcionarios públicos electos; no ven con buenos ojos la figura de la consulta popular y el plebiscito o referéndum[4], así como del traslado de dominio y confiscación de los bienes mal habidos. Lo mismo ocurre con su vehemente rechazo a la reducción del oneroso financiamiento oficial a los partidos con registro[5]. También se opusieron durante décadas a que la ciudad de México se convirtiera en el estado 33, con estatus de mayor autonomía dentro de la Federación; también regatean contra los Acuerdos de San Andrés Larrainzar impulsados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, que invocan la autonomía de los pueblos indígenas.

Incluso el PRI fue incapaz de promover pálidas reformas que favorecieran la democracia en los sindicatos; por el contrario, impulsaron y bendijeron la presencia durante más de 50 años del charrismo sindical y su nefasto liderazgo en la figura de los Cinco lobitos[6]. Esta expresión del sindicalismo corporativo e incondicional al gobierno es acuñada en 1948 con la toma violenta del sindicato de maestros. El PRI ejerció el control sobre las organizaciones obreras, campesinas y del sector popular y de empleados burócratas, mismo que le ha sido funcional al Estado en el proceso de acumulación y reproducción del capital, garantizándole la tasa media de ganancia y buen nivel de plusvalía. Ello ocurre gracias a:

* La obediencia y disciplina laboral (no paros ni huelgas);

* Sobreexplotación de recursos naturales y materias primas;

* Precios bajos en el suministro de energía y combustibles; ferrocarriles y transporte carretero.

* Escasa o laxa regulación; no aplicación de la normativa frente a los “excesos” del libre mercado y los monopolios.

* Desmantelamiento y privatización a precios de subasta de la mayoría de empresas paraestatales[7].

En fin, en su abultada alforja de déficit y pecados, este partido no reconoce, ni mucho menos es capaz de disculparse, por la masacre de Tlatelolco, ni acepta la legitimidad del movimiento estudiantil-popular del 68. Tampoco condenaron la represión y muerte de decenas de estudiantes perpetrada el 10 de junio de 1971, ni el genocidio de campesinos desarmados en Aguas Blancas, Guerrero. (1995)[8] o la de Acteal en Chiapas (1997) que cobró la vida de 47 indígenas a manos de paramilitares.  Dentro de esta secuela el PRI gobierno no se opuso al macartismo ni a la Guerra fría, abriendo las puertas de la Federal de Seguridad a las agencias de inteligencia y al FBI[9]. Incluso los archivos estadunidenses revelan que personajes como Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez eran agentes o informantes de la CIA.

Amén de la no vigencia del Estado de derecho, ni el PRI ni el gobierno aceptaron que en estos eventos se cometieron crímenes de Estado, procurando a toda costa el olvido y negación de esos hechos y de la propia Guerra sucia en los 70, no reconociendo la importancia de la memoria histórica, para que no haya perdón ni olvido, y sí procuración de justicia y contra la impunidad. Por el contrario, de los eventos arriba narrados, hasta la fecha no se ha hecho justicia ni hay un solo detenido.  Ello, junto a la ausencia de democracia política y electoral en el país a lo largo de los últimos 90 años constituye, quizás, el legado o la impronta más negativa del priismo. Sin bien el priista no predica exactamente la sumisión a la autoridad, no condenó las medidas coercitivas y represivas contra la oposición de izquierda comunista y socialista, aunque tampoco auspició el oscurantismo religioso y la reacción, del cual se ha beneficiado y sido cómplice.

El PRI durante prácticamente todo el siglo XX constituye y forma parte de los tres pilares y jinetes de la dominación nacional y del viacrucis de la historia del México independiente: el poder político (con sus excepciones), la Iglesia y el Ejército.

El anticomunismo y control sobre los principales medios de comunicación, radio, prensa y televisión, así como del Poder Judicial contribuyen al fortalecimiento del gobierno como administrador de los asuntos de la burguesía (como lo diría Marx). Para el priista promedio la autoridad patriarcal patrimonialista será un símil del poder presidencial. El vaciamiento de la ideología, proyectos y principios programáticos constituye un botón de muestra de la unción del partido al aparato de Estado, sirviéndole como un mecanismo de control y correa de transmisión. El patrimonialismo y corporativismo prevalecerán por encima de los intentos de modernización y democratización al interior del mismo. La continuidad y los relevos sexenales de toda la burocracia política le era crucial al PRI ya que ello le garantizaba, al mismo tiempo que su permanencia en el poder, impunidad.

Muestra de ello son las consignas y lemas de campañas presidenciales en el relevo sexenal de cada gobierno.  “Arriba y adelante”, proclamaba Luis Echeverría; “La solución somos todos”, ofrecía López Portillo; “Renovación moral” invitaba el mediocre y gris burócrata Miguel de la Madrid; “Unidos en Solidaridad” y “De frente, México presente”, enarbolaba Salinas de Gortari; “Bienestar para la familia”, prometía Ernesto Zedillo y, finalmente, “Con rumbo por México” clamaba Enrique Peña Nieto. Ninguna de estas proclamas resistiría el mínimo análisis crítico, quedando como axiomas demagógicos.

Con Miguel Alemán se sienta e inaugura el precedente y la fama de arreglos deshonestos y enriquecimiento bajo el cobijo del poder político y de la figura presidencial. La corrupción y componendas con los partidarios, amigos y compadres, llegan para quedarse como un código genético de la burocracia política, salpicando prebendas y canonjías entre todo el aparato corporativizado que le es afín. Líderes obreros, campesinos y burócratas marcharán al unísono por el desfiladero de la corrupción, pero también de represión contra los que se les oponen en su febril marcha por el puesto y el hueso. La búsqueda del poder político y económico servirá como acicate para el empleo de habilidades e inteligencia, pero sobre todo del uso de vastos recursos monetarios, para convocar y convencer a las masas de votantes y sus clientelas partidistas. “Mi elección fue legítima, aunque no equitativa”, reconocería con candor y cinismo Ernesto Zedillo para justificar la aplanadora en su triunfo electoral y copiosa votación[10], fincada en pilares muy poco éticos y democráticos.

El sistema no tolera que haya lucha social independiente por la democracia. Hasta la década de los 90, la organización de todo el proceso electoral desde selección e inscripción de candidatos, las votaciones, el conteo de votos hasta la declaración del vencedor, todo estaba en manos del aparato estatal, es decir, del PRI. Aun así, se practica invariablemente el robo de las elecciones y el muy aceitado funcionamiento de la aplanadora electoral del priismo. Había, pues, que enfrentarse no sólo a esta maquinaria electoral sino a su Estado detentador.

Sin duda el verdadero leitmotive en todos ellos es el poder. Ninguna otra acción, lucha o causa los motiva; el pueblo, el conocimiento, la ciencia o cultura, la soberanía nacional el afán de servir o sus capacidades personales, el talento o el humanismo poco o nada cuentan en su afán de trascender y enriquecerse al final del camino. En la lucha presidencial, de todos ellos, sin duda fue Salinas de Gortari el epítome y quintaesencia de las ambiciones y la lucha por el poder político, la autoridad y afán por trascender y el renombre. La ambición por las mieles del poder es su verdadero sino y vocación. Su capacidad, inteligencia, habilidades y astucias superan con creces a todos los que le antecedieron o sucedieron en la Presidencia de la República, surgidos de las elites y la alta burocracia política; la mayoría son personajes de medio pelo, de carrera corta, pero rápida y ascendente, con nula lucha popular. Salinas será el más inteligente, de mayor talento que talante y muy capaz, incluso de robarle la elección al candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas.

Salinas en su visión y ambición por mantener su autoridad, influencia y poder en el largo plazo[11], a partir del puesto como secretario de Programación y Presupuesto con Miguel de la Madrid y bajo su auspicio y protección, comienza a tejer una fina y fuerte red de poder. Conforma y se rodea de un compacto grupo de jóvenes provenientes de la academia, intelectuales y expertos tecnócratas, reformadores (con “muchos estudios” y semejanza al grupo de los científicos que arropaban a Porfirio Díaz), muy competentes y críticos, al mismo tiempo que incondicionales a su jefe y líder indiscutible. Pedro Aspe, operador del proyecto económico y secretario de Hacienda, Jean Marie Córdoba Montoya (su jefe de gabinete), Manuel Camacho, Luis Téllez, Jaime Serra Puche, Santiago Levy, José Ángel Gurría, Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo, Carlos Rojas y Fernando Solana, entre los más importantes, constituyen el primer escalón del aparato gubernamental y de las decisiones de política económica, social, cultural y de relaciones exteriores del país. Todos ellos conforman una especie de elite elegida y joven vanguardia del PRI, pocos de la vieja guardia participarán en el gabinete<![if !supportFootnotes]>[12]<![endif]>. Ninguno de ellos había ocupado puesto alguno por la vía electoral.

El último, Peña Nieto (2012-2018), con tintes de bufón y banalidad sólo comparable con el prianista Vicente Fox un personaje vacío y superfluo que vende su figura y compra, literalmente, su ascenso político, inaugurando una presidencia mediática y apoyado siempre por Salinas.  Por supuesto a Peña no solo lo bendice y salva su sex appeal y glamour, junto al de su consorte la actriz Angélica Rivera, mejor conocida en la farándula como la Gaviota (personaje de una telenovela), sino también las carretadas de dinero que le permitieron sobrepasar en más de cinco veces el tope permitido de campaña de 216 millones de pesos; y eso sólo para su campaña por el gobierno del estado de México. Seis años después el dispendio y gasto se exacerba aún más en apoyo a su campaña para la presidencia; junto con la autocracia partidista y el duopolio televisivo fue arropado a través y gracias a los jugosos y multimillonarios contratos de publicidad, así como de entregas por debajo del agua por parte de todos los gobernadores de su partido. Esa era la práctica común y corriente, del aparentemente invencible partido de la revolución mexicana.

Se pierde lo que Weber señalaba como principios del político y la política: el profesionalismo, la vocación, la ética y la mesura. Todos estos principios son lanzados por la borda y al cesto de la basura bajo el reinado priista. Paradójicamente, el clímax de la orfandad se alcanza con un político diletante y sin escrúpulos, gran vendedor de milagros y estampitas quien, junto con la Gaviota, van a escenificar un grotesco escenario sexenal de gobierno de telenovela sentimental[13]. Se rebasa todo límite de la racionalidad, donde la razón del poder debería ser el ejercicio de la libertad ciudadana, la cordura, el bien común y donde el poder debe estar en manos de los que más saben, de acuerdo a las consejas hegelianas, y no en manos de un vendedor de bisutería mediática, como así ocurrió[14].

En un país con infinidad de desigualdades y rezagos, con necesidad de avances democráticos, el PRI deja de ser un factor de cambio, convirtiéndose en freno para el establecimiento de un nuevo proyecto civilizatorio. La frivolidad e intereses mezquinos de sus dirigentes, su clara vocación oportunista y arribista abonan a la pérdida de sus habilidades y capacidades para el trabajo, movilización y acción productivos genuinos, convirtiéndose en el más firme aliado del régimen autoritario. Para decirlo en pocas palabras, a lo largo y durante los ya recién cumplidos 90 años de existencia, en el PRI enraizarán aspiraciones y valores individualistas, premiando lealtades, disciplinas y afinidades, en su mayoría huérfanas de principios políticos.  Sin duda el sexenio de Peña Nieto será la mayor expresión pictórica de este complejo fenómeno y de vaciamiento de doctrina y principios, convirtiéndose en un excelente laboratorio para analizarlo en su conjunto[15].

Bajo tales circunstancias se rebasó la paciencia y tolerancia del elector mexicano. El primero de julio de 2018 se dio un claro revés a los dos partidos tradicionales, rechazando en primer término al PRI y mandándolo al tercer sitio en las preferencias y votos. Pero no pensemos que esto es lo que da inicio al derrumbe y debacle del priismo, no. Para ello debemos remontarnos al ya señalado lejano 1967-68 o, inclusive, a 1988 cuando después de un gran fraude CSG arrebata la presidencia a Cárdenas, incuestionable triunfador del proceso electoral. Es decir, el reforzamiento de la crisis y posterior derrumbe del régimen priista, paradójicamente, se da a partir de la presidencia de CSG. Las claves de ello las podemos encontrar en el impulso de un desbocado libre mercado y neoliberalismo a ultranza, la irrupción en escena del movimiento armado zapatista; tercero por el asesinato del candidato Colosio y, por último, la sucesión en la presidencia de Ernesto Zedillo, quien no era precisamente el candidato ungido ni favorito del propio Salinas. 

Ninguno de los que arribaron a la presidencia en el período de 1940 a 2018 poseían cualidades tales como la sencillez, la bondad y el actuar y vivir con la verdad[16], quizás con la rara excepción de don Adolfo Ruíz Cortines (1952-58) quien cultivó una bonhomía campirana y don de gentes, a la veracruzana. Carecían todos ellos de lo que podríamos llamar el carisma y la dialéctica del alma y espíritu. Se dan casos como el de Díaz Ordaz (1964-70), agrio personaje santurrón y represor que, entre otras cosas, prohibió la estancia en el país del antropólogo Oscar Lewis por su libro Los hijos de Sánchez, al considerarlo que denigraba al pueblo mexicano, ya sin hablar del 68.

El interregno

Entre 2000 y 2012 se da una curiosa y grotesca “alternancia” del poder político con dos presidencias provenientes del Partido Acción Nacional (PAN), alternancia que, al final, resultó en una verdadera mascarada y tomadura de pelo. La oposición leal al sistema, más de derechas que el propio PRI, correctamente definida como prianismo, arriba al gobierno con la figura de Vicente Fox, productor (de botas del mismo nombre) y empresario mediocre, vendedor de Coca Cola para Latinoamérica, aunque personaje simpático y dicharachero cuyo sexenio, a la par que sus ocurrencias, resultaron en un verdadero fraude y sin resultados plausibles para impulsar un cambio democrático[17]. A la sazón éste, en descarada intervención, se inmiscuye y apoya decididamente la candidatura de Felipe Calderón, su sucesor, quien, también producto del fraude electoral, era hombre de mecha corta, como lo definiera Carlos Castillo Peraza y con gran capacidad de fuego, desordenado, pero fatal. Inaugura una presidencia marcada por su “guerra” declarada contra las mafias y el narcotráfico, y durante la cual correrá la sangre a raudales. Él, junto con la presidencia de Peña Nieto, dejó y heredó en 12 años un país convertido en un verdadero cementerio con más de 250 mil muertos y 36 mil desaparecidos[18]; para colmo, sin reducir un ápice la violencia y la delincuencia organizada.

Sin ser experto en partidos políticos, consideramos necesario estudiar y bosquejar en grandes pinceladas un cuadro sobre la trayectoria de este singular y equívoco estamento político, que carga con el pecado de nacimiento de ser acunado y arropado por el mismo poder estatal. Al final de la jornada, sin duda su crisis derivará de su incapacidad para superar esta dependencia de origen, así como de su actual marginación al no poder seguir medrando de las mieles del poder, ingresos e impunidad. En suma, hablamos de un partido que, paradójicamente, superó al PCUS de la ex Unión Soviética en su existencia y permanencia en el poder, 73 contra cerca de 90 años[19]. El PRI carente de autocrítica y de personalidad propia, se convirtió rápidamente en un estamento burocrático, sin capacidad de renovación, costoso y altamente dependiente de la nómina del erario público[20], así como de la individualidad y favores del presidente en turno.   De tal suerte, por el bienestar del país y de la democracia, más temprano que tarde, esperamos ver un PRI literalmente “en carne y huesos”.

___________________________


[1]Nos referimos invariablemente al gobierno emanado o sostenido por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

[2]No sin razón la inventiva popular y los mal pensados convertimos la frase insignia de su campaña y sexenio “La solución somos todos”, por “la corrupción somos todos”.

[3]Sobre un plano emocional e ideal la realidad y la verdad están ahí, aunque no coincidan con nuestras percepciones y convicciones. Para Hegel y su dialéctica, el Estado prusiano era la máxima expresión del desarrollo de la idea y de la propia dialéctica.

[4]Estos dos últimos constituyen hoy por hoy uno de los mejores indicadores de la democracia directa.

[5]Este dato del financiamiento excesivo y los enormes gastos electorales, hacen de la mexicana una de las democracias electorales más caras del planeta. Para el 2020 el INE asignará a los partidos políticos la increíble cantidad de 5,235 millones de pesos, más los que se sumen de los estados.

[6]Los Cinco lobitos: Alfonso Sánchez Madariaga, Rafael Quintero, Fernando Amilpa, Jesús Yurén y Fidel Velázquez lograron un férreo control del sindicalismo mexicano, controlando a sindicatos como el metalúrgico (1934), el petrolero (1935), ferrocarrilero y del magisterio. Su jerarca indiscutible fue Fidel Velázquez, quien se mantuvo en la cúpula durante 56 años hasta su muerte, siendo sustituido por Leonardo Rodríguez Alcaine. Hechos dignos de las autocracias dinásticas. Todos estos personajes fueron férreos apoyadores de la parte más dura del priismo.

[7]Después del 82 se comienzan a aplicar políticas acordes con el Consenso de Washington, la privatización de empresas y banca, políticas que se acentuarán durante la década de los 90. Tendremos un cuadro completo si a ello le agregamos la corrupción y el enorme drenaje de recursos prevaleciente en las empresas del sector público.

[9]De las múltiples narrativas de la Guerra sucia en la década de los setenta, analizada por Enrique Condés Lara, se conoce que un alto funcionario de la Dirección Federal de Seguridad (en realidad la policía política), Miguel Nassar Haro, amenazaba a las víctimas de la represión y opositores al régimen: “Encierro, destierro o Entierro”.

[10]Lo común y normalizado era que los candidatos a gobernadores o a la presidencia se alzarán con triunfos “favorecidos” por el 80 o 90% del padrón de votantes.

[11]En un ensayo escrito a inicios del período de CSG en 1988, externamos la hipótesis de que éste preparaba un proyecto de salinismo post CSG, al grupo que lo impulsaba y que lo trascendiera al menos para un período aproximado de tres sexenios, bajo su liderazgo político e ideológico.

[12]En su discurso de campaña exhortó: “Hagamos política, más política, mucha política y más moderna”. Al final, su gobierno quedó marcado por el crimen y la corrupción (tocando inclusive a su familia), siendo un período donde se lavaron fuertes sumas de dinero provenientes del narcotráfico.

[13]Su matrimonio duró hasta el último día de su poder como presidente, pues enseguida se divorciarán.

[14]Otro dato de la picaresca política a la mexicana nos lo ofrece la tesis de licenciatura en derecho “escrita” y defendida por EPN, en la que se descubrió que tenía un 90% de textos plagiados.

[15]“A Enrique Peña Nieto le debe el PRI el peor momento en su historia” (Francisco Labastida Ochoa, dixit).

[16]El gran escritor León Tolstoi, “espejo de la revolución rusa” como lo definió Lenin, en su crítica a los hombres superfluos, enfatiza en su obra magistral Guerra y paz que “la verdadera grandeza no existe sin la sencillez, la bondad y la verdad”.

[17]La paradoja es que Fox no tenía nada de que presumir. Inclusive el bastante modesto desempeño económico durante su sexenio, no se debe a ninguna genialidad de su parte, sino a su suerte de haber sido favorecido con cuatro “milagritos”: las extraordinarias “rentas” petroleras; el ingreso de generosas remesas de mexicanos en el exterior; los elevados empréstitos y deuda externa y, por último, gracias a los milagros de la virgen de Guadalupe, a la cual día a día invocaba (y comulga) con singular fe y devoción.

[18]Para citar un dato, sólo en la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas, se registran a la fecha 8 mil víctimas de desaparición forzada.

[19]Es fundado en 1929 por el presidente Calles, originalmente con el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR), transformándose en 1938 en Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Este último fue re-denominado por Lázaro Cárdenas del Río, como una de las últimas medidas para desmontar el aparato político creado por Plutarco Elías Calles en el contexto del llamado maximato. A partir de 1946 cambia sus siglas por el actual PRI.

[20]Es un secreto a voces que, por encima del financiamiento legal a los partidos políticos, el PRI recibía y recibe grandes sumas de dinero de manera ilícita, es decir, no reconocidas ni autorizadas por institución electoral alguna.

 

 

Pin It