Adiós Tierra. Año 2101, novela de Eduardo V. Farah

Miguel Valencia Mulkay
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Escribir sobre lo que sucede en el mundo, en lo que concierne al clima, la ecología, la sociedad y las culturas, inevitablemente nos trae a la mente la horrorosa cara del Apocalipsis que se asoma en el horizonte desde hace algunas décadas mostrándonos las mil y una formas en las que puede crear infiernos en la Tierra. Hace ya muchos años que aparecieron las señales de que la modernidad había cruzado una línea roja, un umbral que anunciaba los límites del edén, del paraíso terrenal y la entrada en el mundo del horror infinito, del infierno en la Tierra.

Los arroyos, los ríos, los bosques, las selvas, las playas, los mares, los paisajes, los sabores, las tradiciones, las costumbres que conocimos en nuestra infancia, después de algunos lustros se habían transformado en basura, basureros o en paisajes muy desagradables saturados de productos industriales. Hace ya muchos años que sabemos que los poderosos del mundo de los últimos siglos, creyendo en la razón, la industria, la economía, la ciencia, la tecnología, el progreso, el desarrollo, el crecimiento, la productividad, la competitividad, ejecutaron y siguen ejecutando actos atroces contra las bases de la vida en la Tierra y nos han condenado a un futuro impensable, por la multiplicación de los genocidios y los ecocidios.

No es una historia agradable ni es fácil de contarla, tampoco lo es pronosticar un futuro negro para nosotros los seres humanos; sin embargo, Eduardo Farah, después de ocho años de trabajo ha logrado hacer un gran acopio de datos sobre miles de asuntos técnicos, científicos, sociales, económicos, políticos y filosóficos, para hacer una novela bien documentada, bien escrita y bastante dramática.

No soy partidario de vivir a la sombra del futuro, no obstante, reconozco el enorme esfuerzo de prognosis que ha realizado Eduardo que se ha atrevido a escribir una historia de lo que podría suceder en el mundo en este siglo y en próximo, relatada por un personaje, Virgil –como el Virgilio de La divina comedia de Dante Alighieri que sirve de guía al visitante del infierno y el purgatorio– que sobrevive al próximo fin de un mundo, del mundo en el que vivimos y que viaja por el espacio sideral en una moderna e híper tecnologizada Arca de Noé.

Como el dios Jano, Eduardo ve el pasado desde algunos días de 2101 en el que vive su personaje Virgil, y ve el futuro desde nuestros días, pronosticando lo que sucederá en las próximas décadas, en lo que llama “la Era de las Emergencias (2020-2060)”,  luego en “la Era del Caos de 2060 en adelante” y a principios del siglo XXII, cuando un pequeño grupo de seres humanos muy equipados e instrumentados y capacitados en ciencia y tecnología, tratan de encontrar algún sitio en el universo donde poder sobrevivir y tener descendencia.

Apoyándose en los apuntes de su juventud y en la opinión de sus amigos, Eduardo –Virgil hace una descripción de la “Edad de Oro” de la humanidad que sitúa entre 2000 y 2020–, porque según él se alcanzaron en estos años los más altos niveles de bienestar y el mayor reconocimiento de que todo seguirá mejorando y habrá progreso. Los expertos internacionales y yo mismo, reconocemos en los Treinta Años Gloriosos, entre 1945 y 1975, como la mejor época de los últimos 100 años, pues fue la época en la que todo funcionaba bastante bien, para la mayoría y sin embargo, fue en los años 60 que las mentes más lúcidas del mundo lanzaron las primeras advertencias del emergente desastre ecológico y cultural, la sexta extinción de especies  y del fracaso de las ideas de industrialización, progreso, desarrollo, productividad, consumismo, espectáculo, ciencia y tecnología, crecimiento económico, Estado, mercado, globalización. En los 70 nace el movimiento ecologista internacional, la primera gran crisis del petróleo y la nefasta era neoliberal introducida por la Thatcher y Reagan, para hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Los muy ricos empezaron a revelar su deseo de liquidar a la mayor parte de la humanidad, pues ya está de sobra en su proyecto.

En la “Edad de Oro” , según Eduardo, aparece el tema del rápido crecimiento poblacional y el envejecimiento de las poblaciones de los países poderosos, las migraciones y sobre todo, la globalización económica y sus correlatos, como el fortalecimiento de las transnacionales, el disparo en la depredación ecológica y climática, la precarización del empleo,  la emergencia del internet y las redes sociales, la radicalización de las desigualdades, la desintegración de los Estados-nación, el fanatismo religioso, la explosión de las toxicomanías, el aumento continuo en los gastos militares y policiacos, la eliminación del libre tránsito,  los movimientos de actividades alternativas, entre otros. Advierte, con tino que lo peor de estos años fue la actitud de los políticos, empresarios y consumidores que exacerbaron su voracidad y glotonería e ignoraron todas las señales y advertencias que anticipaban los desastres que vendrían en las décadas posteriores.

En la “Edad de las Emergencias” que según Eduardo empieza el próximo año, se acelera el calentamiento global, se dispara el costo de los alimentos, crece mucho la explotación de combustibles fósiles no convencionales (fracking, aguas profundas), el agua limpia se vuelve muy cara, se reduce la recolección de basura, se desmoronan los organismos internacionales, el dinero pierde rápidamente su valor, los gobiernos nacionales se desintegran, se fortalecen los gobiernos estatales o regionales pequeños, colapsan las metrópolis, las religiones dividen a los países y preparan la “Era del Caos” y la emergencia de las islas en las que se agruparán las diversas expresiones finales de la supervivencia humana.   

Virgil, el personaje que nos informa de Arca, la nave que sirve para buscar la tierra virgen del universo que deberán colonizar sus tripulantes, de la cotidianidad en la nave –las rutinas técnicas, para su mantenimiento, las comidas, las amenidades, los placeres– de sus huertos, laboratorios e investigaciones científicas, de las supercomputadoras personales, con las que platican los tripulantes (Sybil-sibilina, en el caso de Virgil) o la supercomputadora Sentient que  apoya la seguridad y la operación de Arca, de las peripecias de la nave y de sus tripulantes, de los peligros y amenazas que deben enfrentar; del  amor, los embarazos  y nacimientos en el opresivo ambiente de la nave en el que se imponen decisiones tan o más crueles que las que tuvieron que tomar los náufragos de la fragata Medusa, en la frontera de la experiencia humana. Una nave como el Holandés Errante, condenada a vagar para siempre en el espacio sideral.  Triste fin de una de tantas quimeras científicas.

No soy partidario de las fugas hacia adelante que proponen los científicos, con el fin de resolver las calamidades que ellos mismos han ayudado a crear. Considerar la colonización de otros planetas, como lo propuso Stephen Hawking, como respuesta al colapso climático y ecológico que ha creado el culto a la ciencia y la tecnología y la religión del crecimiento económico, me parece una locura, una quimera. Creo en la defensa del clima y la ecología como la única respuesta adecuada a las catástrofes que estamos empezando a enfrentar. Hay que luchar hasta el final por el clima y la ecología sobre la superficie de la Tierra, con los pies bien puestos en el suelo.

 

 

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