Germán Martínez y los “floreros” del presidente

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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Durante casi una semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador o, para decir mejor, el gobierno federal, ha intentado sacar de su cancha el explosivo que en calidad de balón les puso Germán Martínez Cázares con su renuncia al IMSS.

 

Como era previsible, los partidarios y los adversarios de AMLO ocuparon sus respectivas trincheras. De un lado, le atizaron con todo al político que dice encabezar la cuarta transformación (cualquier cosa que esto signifique), mientras que otros sacaron a la luz el supuesto pasado tenebroso del exdirigente panista para defender al tabasqueño y su proyecto de país, sin un ápice de crítica, atribuyéndole además comportamientos exaltados.

 

Más que debate encaminado a encontrar soluciones a los problemas, el objetivo fue confirmar feligresías.

 

Sin embargo, en ambos casos se pasó de noche que, en la larga misiva de Martínez Cázares, en el fondo está la denuncia del evangelio “neoliberal” como práctica de un gobierno que, al menos de palabra, se encargó de extender el correspondiente certificado de defunción a ese fundamentalismo económico.

 

Los adversarios de AMLO, con la inverecundia de rigor, han tratado de esconder ese factor pues, neoliberales por convicción y/o por conveniencia, saben que su herencia es responsable, en gran medida, de que el gobierno federal esté peor que el homérico Ulises frente a las Sirenas, es decir, “atado a sí mismo”, estampa mitológica que, al decir del filósofo noruego John Elster, se traduce en debilitamiento y “racionalidad imperfecta” (no se es del todo racional, pues).

 

Sucede como en el pasaje de cierta novela citada por el pensador europeo, donde frente a su amado Lucien, Madame de Chasteller opta por otro compañero para “castigarse a sí misma” y evitar nuevas “indiscreciones”.

 

De una parte, el “debilitamiento”, ese fardo de deuda pública neoliberal que significan los más de 10 billones de pesos, y que este año consumirán más de 750 mil millones de pesos tan sólo por el pago de intereses, no da margen de maniobra para acudir a los rentistas financieros. La carga, sobra decir, va para largo.

 

Y en torno de la “irracionalidad sometida”, esto se expresa en un gobierno que, primero, tiene a su alrededor a seres peores que mitológicos, donde bien caben desde “intelectuales orgánicos” (Gramci, dixit) hasta “floreros” en calidad de “asesores” o “servidores públicos” y, segundo, que se ha estancado en la cantaleta (narrativa) de las “herencias neoliberales malditas” pero sin dejar de acogerse a ellas.

 

Qué bien que se han frenado “negocios” desvergonzados, con todo y uso de Afores, como el Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco; qué bueno que no habrá más condonaciones de impuestos a los favorecidos de la neoliberal doctrina de la “acumulación por la acumulación”, indicio que supone el retorno de la autoridad después de una larga noche sin ella.

 

Pero en estos casi seis meses los actores que detentan el poder se han mostrado como conservadores de la peor especie, haciendo suyas las recetas que dicen detestar o combatir, dejando intocados otros “fundamentos” letales:

 

Desde recortes presupuestales recomendados por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Mundial y, en suma, todos los templos del “libertarismo económico”, hasta la contención del gasto, así como sólo fintas para someter a especuladores y rentistas financieros abusivos (bancos y casas de bolsa, además de tenedores de bonos), un cártel más peligroso que todos los cárteles criminales juntos, por lo que han hecho y pueden hacer con el país.

 

En suma, no se han entendido las prioridades ni las causas que provocaron el “democrático derrocamiento” del evangelio neoliberal.

 

Quizás Germán Martínez Cázares no sea precisamente ejemplo del hombre propietario de un temperamento a prueba de bombas, pero sus desavenencias con otros actores políticos indican que tampoco ha servido de “florero”, es decir, que otros “hagan y deshagan” teniéndolo a él como simple parapeto o un mero “pelele”. (Probablemente, Felipe Calderón Hinojosa y otros panistas podrían abundar).

 

Por lo demás, el presidente no tendría que preocuparse demasiado por el griterío externo, dispuesto a hacer el ridículo y escurrir responsabilidades en situaciones como la de Germán Martínez, pero sí procurar los contrapesos en su entorno, sacudiéndose el desprecio que le atribuyen respecto de quienes son considerados como “intelectuales” y no simples cerebros de adorno.

 

Porque a pesar de sus dichos (“me canso ganso”), es obvio que el presidente no tiene en realidad “gansos”, al menos no como esos que supuestamente alertaron a los centinelas cuando el acoso bárbaro a Roma, sino simples “plumas de ganso” (“floreros”).

 

¿Qué van a venir más cambios en la primera, segunda y hasta tercera fila del gobierno, como el de Josefa González Blanco en Semarnat? Bien. Pero que sean por causas de fatiga, de relanzamiento, y no atribuibles al apego de recetas político-económicas que, está probado, han devastado al país y sumido en la miseria a millones de seres humanos.

 

 

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