El fracaso de los dioses contra la estupidez

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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Bastaron algunas líneas tuiteras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el amago de imponer aranceles de 5 por ciento a productos mexicanos cada mes hasta llegar al 25 por ciento si nuestro país no resuelve el flujo migratorio hacia esa nación, para que la “exuberancia irracional” de los “inversionistas” (casabolseros, tenedores de bonos y toda suerte de especuladores) conformara un, hasta ahora, breve episodio de “euforia financiera”.

 

Según difundieron los medios de información, desde Tokio a Nueva York, pasando por Europa, las casas de bolsa bajaron la cortina con pérdidas. “El peso perdió 56 centavos (2.94 por ciento) y cerró en 19.65 por dólar en operaciones al mayoreo, su nivel más bajo desde el 31 de diciembre de 2018, llegando a venderse hasta en 20.05 pesos”.

 

         Ni siquiera la cancelación del supuestamente corrupto y costoso NAIM del exlago de Texcoco golpeó tanto a la moneda nacional, quizás porque al final resultó un asalto especulativo más de los “inversionistas”, tanto locales como foráneos, con cargo a las arcas nacionales y a los ahorros de los trabajadores mediante las Afores. ¿Puede una sola intención lenguaraz poner contra la pared al mundillo económico y financiero por esto que el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, calificó como una “rabieta autocrática e irracional al mismo tiempo” por parte de Trump? 

 

Sin duda, como prueban los hechos, pero junto a la cólera trumpiana cabalga  otro episodio más devastador: la irracionalidad, la especulación, de la cual hasta la prensa “especializada” evita mencionar siempre, a pesar de su importancia, o quizás justo por eso.

 

Detrás está también lo que el economista John Kennet Galbraith, agudo observador de “capítulos de euforia financiera”, remarcó con el sarcasmo de rigor: la protección y el sustento de aquellos que participan en este trance especulativo, “con el objeto de justificar las circunstancias que los están enriqueciendo” (en este caso, la verbosa y tuitera lengua de Trump).

 

Como referencia, el mismo Galbraith narró, con la fina ironía que lo caracterizó en sus obras, cómo él se convirtió en el causante de un “considerable desplome del mercado” en 1955, esto mientras declaraba sobre una “modesta iniciativa especuladora en el mercado de valores” observada por J. Wlliam Fulbright, presidente de la Comisión de Banca y Moneda del Senado de Estados Unidos.

 

Y lo mismo le sucedió al canadiense 32 años después, en la “burbuja” de octubre de 1987, que terminó en “crac”, afirmando entonces que los especuladores llegaron a la conclusión de que “a Galbraith no le gusta que la gente gane dinero”, aunque su olfato para detectar momentos de “ardor especulativo” fueron ignorados previamente.

 

El hecho es que, como anotó el economista respecto de las observaciones del filósofo alemán Friedrich von Schiller, la lucha de los dioses contra la estupidez, sobre todo en el ámbito financiero, ha sido en vano, y “la especulación acapara, en un sentido muy liberal, la inteligencia de quienes se entregan a ella”.

 

Algunos estropicios atribuidos “en exclusiva” a letal veneno del desbocado mandatario estadunidense: se cayó la Bolsa Mexicana de Valores (1.38 por ciento): “La mayoría de las bolsas latinoamericanas cerraron con bajas, “en una especie de efecto dominó que comenzó en las plazas asiáticas”, según la prensa.

 

“En Nueva York, el Dow Jones perdió 1.41 por ciento, el Nasdaq bajó 1.51 y el S&P 500 cayó 1.32, su mayor descenso para mayo desde 2010”, se dice enseguida.

 

Además, “las acciones de General Motors se hundieron 4.25 por ciento y las de Ford Motor 2.26. Mientras, en Europa, los títulos de los fabricantes de automóviles y proveedores de autopartes cedieron 2 por ciento, mientras Fiat Chrysler y Volkswagen –que envían vehículos a Estados Unidos de sus plantas mexicanas– retrocedieron 4.8 y 2.6 por ciento, respectivamente”.

 

Los tuits trumpianos provocaron también que “los bancos españoles Santander y BBVA, que operan en Madrid y tienen presencia destacada en México, cayeron entre 2.4 y 4.1 por ciento”.

 

“Los precios de algunos granos, entre ellos maíz, trigo y soya, también cerraron con pérdidas en Estados Unidos. Incluso, los rendimientos de bonos del Tesoro estadunidense cayeron a mínimos de 20 meses”, se informó.

 

Luego, se estableció que el tuit provocó que cayeran los precios en el mercado petrolero. “La mezcla mexicana registró el mayor impacto al perder 2.58 dólares (4.36 por ciento) y cerrar en 56.57 por barril. El referencial estadunidense WTI perdió 3.09 dólares (5.46), a 53.50, y el Brent cedió 2.38 dólares (3.6), a 64.49 dólares por barril”, se reportó.

 

Tiene razón el multicitado economista: la memoria financiera es “notoriamente corta” y el mundo financiero no sólo saluda complacido “la invención de la rueda una y otra vez” mediante derivados (tóxicos, generalmente) y otros “innovadores” instrumentos financieros para impulsar burbujas y fraudes, sino lances que revelan, otras vez, el rasgo común de los “episodios de euforia”: su devastadora irracionalidad… y todas las justificaciones posibles para que nuevamente unos pocos ganen y millones pierdan, en una larga historia sin lecciones.

 

 

El “1 por ciento” ante la suerte de los “desterrados”


Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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El “Club del 1 por ciento”, ese que acumula por acumular la riqueza del mundo, está en serios problemas frente a los “desterrados”, llamados por la propaganda alcahueta como “migrantes” o “los sin papeles”.

En congresos mundiales o “cumbres” de esas del tipo G-20 que, por cierto, no han servido para nada o para muy poco, el fenómeno ha sido envuelto en una terminología de ficción con aires de ciencia social para intentar sacudirse el problema: es la “movilidad mundial”, dicen.

No hay que hacerse bolas ni caer en la trampa con esto: hace mucho el escritor irlandés Jonathan Swift hizo la aclaración pertinente: “Hay destierro económico y destierro espiritual”. En el primer caso trata de seres que abandonaron su país en busca de pan y en el segundo del alimento interno para lograr que su país siguiera viviendo.

Son, pues, “desterrados” como consecuencia de su miserable condición, no  por algún mandato judicial.

Vale la pena recordar, nuevamente, que antes y durante la Segunda Guerra Mundial, los acólitos nazis de Hitler provocaron que alrededor de 50 millones de personas fueran deportadas, exiliadas o expulsadas. Unos 8 millones tuvieron que sufrir el martirio de los trabajos en los campos de concentración.

Pues bien, actualmente y presuntamente sin ideologías totalitarias como resorte, en el mundo 200 millones de personas enfrentan situaciones semejantes a las que vivieron 50 millones a mediados del siglo pasado, de acuerdo con cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). No son deportados, exiliados o expulsados, sino “migrantes”, y 48 por ciento son mujeres.

Ante ello, todos los jefes de Estado y hasta “inversores” dicen estar de acuerdo en enfrentar las consecuencias, más a punta de muros o amagos tipo Donald Trump que de inversiones o planes de desarrollo, o son éstos los mismos que se han anunciado década tras década, dando manga ancha a depredadores de la riqueza de las naciones, generadoras de “desterrados”.

Porque en nombre de la democracia, la libertad y otros parapetos ¿cuántas naciones de Centro y Suramérica, lo mismo que de Medio Oriente y otros puntos de la Tierra, no han sido saqueadas en sus riquezas, dejando a la población con una mano adelante y otra atrás? Son años, siglos en algunos casos (México, en forma especial) de saqueo sistemático.

A cambio, como presunta compensación, a lo mucho se siguen promoviendo medidas piadosas a denominadas “crisis humanitarias”, enviando “ayuda”, en especie o efectivo, pero sin que eso signifique dejar de levantar muros iguales o superiores a los que dividieron a la vieja Alemania para buscar frenar, sin éxito, el intenso “oleaje” de desterrados, tal como ha sucedido en Calais, en Francia; en Ceuta y Melilla, en España, Hungría y otros países de Europa.

Los viejos y nuevos “imperios”, todos “civilizadores”, simplemente quieren fingir que cargan con las consecuencias pero continúan simulando las causas porque, como se dice, “no hay borracho que trague lumbre”.

Mientras prevalezca el espíritu depredador que ha caracterizado a todo proyecto de desarrollo y no se combata con rigor el tufo nazi que supone la construcción de muros, los “desterrados” continuarán con su “movilidad social”, saltando bardas, toreando a comisarios y guardias fronterizos por la simple pero gran razón de la necesidad.

 

 

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