A 60 años del “vallejazo” durante el priato

Elba Pérez Villalba
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El pasado 28 de marzo se cumplieron 60 años de la gran represión nacional al movimiento ferrocarrilero. El 28 de marzo de 1959 fueron detenidos trabajadores y dirigentes de ese movimiento así como de otros gremios de trabajadores, sindicatos y organizaciones políticas, como el Partido Comunista Mexicano (PCM), solidarias con los ferrocarrileros. Fue una acción militar y policíaca de ocupación simultánea de todas las secciones sindicales en huelga, en todo el país. La mayoría fueron llevados a campos militares y penitenciarías. El Ejército echó a andar los ferrocarriles. Hay historias y narraciones de actos muy valientes de la población, de hombres y mujeres con sus familias. Por ejemplo, en un poblado de San Luis Potosí, donde una joven monja hija de un ferrocarrilero huelguista convocó a las mujeres y sus hijos a tenderse sobre las vías del tren para que no pasaran.

Mi papá, José Encarnación Pérez Gaytán fue detenido ese día en Monterrey, en una reunión que se suponía sería “bajo condiciones de seguridad”, que era conocida por pocos. Sin embargo, uno de los que en ella participaba, de apellido Díaz de León, pidió permiso para salir, ya que supuestamente su mujer embarazada tenía problemas. Por dicho motivo salió, y regresó con la policía. En el PCM decían que Díaz era un tipo “entregado”, de confianza, siempre “dispuesto a todo”.

Detuvieron a todos los que estaban en esa reunión. Primero los condujeron a la Penitenciaría de Monterrey, después los pasaron al Campo Militar de esa ciudad. En dicho campo murió el principal dirigente de los ferrocarrileros en Nuevo León, el joven Román Guerra Montemayor. 

Él pidió ir al baño, lo llevaron, ahí lo mataron, y después arrojaron su cadáver vestido de mujer en una vereda, en las afueras del Campo Militar. 

Dijeron que fue un problema entre homosexuales. Todos los compañeros que estaban detenidos en ese Campo Militar de Monterrey sabían perfectamente que ahí había estado junto con ellos. Posteriormente, algunos salieron libres, y otros no. Mi abuelo paterno José Encarnación Pérez Soto buscó infructuosamente a mi tío Jesús y a mi papá. Hasta que fue liberado mi tío, la familia supimos en dónde estuvieron.

Mi papá, junto con otro dirigente del PCM, Reyes Fuentes García, y un vendedor de helados, que estaba fuera de la sección sindical cuando hicieron las detenciones en dicha sección, fueron transportados en un avión militar al Campo Militar Número Uno del Distrito Federal. Para ese momento, nuevamente no se sabía nada de mi papá.

Un día mi mamá recibió un telegrama que simplemente decía que mi papá se encontraba en dicho Campo. Mi mamá y yo fuimos a ese lugar, y encontramos a mucha gente en la calle. Había colas, sobre todo de mujeres preguntando por sus familiares. Cuando logramos llegar a la entrada, a mi mamá le permitieron pasar, pero a mí, no. Me dejó ahí en la calle, aunque era una niña chica, para poder ver a mi papá. Lo vio, y en una segunda ocasión ya me permitieron pasar con ella. Para mí fue muy impactante ver a mi papá, porque estaba en un cuarto pequeño, en un estado tal, como si fuera un pordiosero, todo sucio y tendido en un catre, no podía levantarse. No sé qué le pasó, tenía pura diarrea. Jamás quiso hablar sobre esto. Su estado era lamentable, terrible, sin embargo ahí estaban los soldados presentes. Nunca nos dejaron a solas con él.

Varios detenidos en el Campo fueron liberados, entre ellos Edmundo Jardón Arzate, Gerardo Unzueta Lorenzana y el abogado del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros, Juan Manuel Gómez Gutiérrez. Otros, entre ellos mi papá, empezando por Demetrio Vallejo Martínez, pasaron a Lecumberri. Fueron distribuidos en varias crujías. Inicialmente, mi papá estuvo en la “L”, en una celda junto con un criminal apodado el Gato. Cuándo este tipo se ponía “loco", no se quedaba en la celda, que dizque para no agredirlo. Al final, lo llevaron a la crujía “C”, la de los presos políticos.

Posteriormente, fueron detenidos David Alfaro Siqueiros  y el periodista Filomeno Mata Alatorre  (en aquel momento, el primero con más de 60 años, y el segundo con más de 70) y estuvieron en otra crujía, la “I”; al igual que Dionisio Encina Rodríguez, Demetrio Vallejo Martínez y Valentín Campa Salazar. Vallejo también fue detenido el 28 de marzo, junto con Hugo Ponce de León Rodríguez y Alejandro Pérez Enríquez, en el restaurante Astoria. Demetrio fue muy rebelde, les contestaba a los carceleros con “malas palabras”, lo que le hacía “merecedor” de castigos especiales, como sacarlo de la crujía, golpearlo y enviarlo a las llamadas circulares, una especie de apandos. El director de Lecumberri era el general Martín del Campo, y había un capitán, Nicho, quien se ensañaba con Vallejo.

Por cierto, en la “I” estaba Ramón Mercader, el del “pioletazo” a Trotski, quien nunca les dirigió la palabra a los comunistas. Había un lugar como sala con bancas y mesas de piedra, en donde los presos recibían a sus familias entre semana. A él lo visitaba una persona que le llevaba “alteros” de periódicos y libros. Ahí confluían personajes de todo tipo, famosos delincuentes de la época, los Chapos de ese tiempo, como Corvera Ríos, el colombiano Botano Ceijo, el “matamujeres” Goyo Cárdenas, etcétera. Ya no recuerdo tantos detalles.

Decía una celadora: “todos parecen gente muy decente”. Me recordaba a mi tía Esther, esposa de un hermano de mi papá, quien cada vez que se peleaba con mi tío Adolfo, le recordaba que en su familia no había “delincuentes” como en la nuestra, y esos eran mi papá y su abuelo paterno José Encarnación Pérez Escobedo. El bisabuelo se rebeló contra los hacendados, asaltaba y quemaba haciendas, y murió en San Juan de Ulúa, a los 23 años; mi abuelo nunca lo conoció.

Además de los mencionados, recuerdo presos a: Gilberto Rojo Robles, Miguel Aroche Parra, Antonio Sánchez Rodríguez, Jesús Eugenio Araujo Andrade, Francisco Carballo Sandoval, Enrique Caballero Zárate, Rosendo Sánchez Baños, Julián Cárdenas Espejel, Pedro Espinosa Valdés, Máximo Correa Camargo, Eladio Alemán Molina, J. Guadalupe López Vargas, Roberto Gómez Godínez; algunos de ellos integrantes del Comité Ejecutivo General  del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, quienes tomaron posesión el 27 de agosto de 1958. Previo a esto, en junio del 58, los ferrocarrileros, a nivel nacional, iniciaron paros escalonados por aumento salarial y democracia sindical, siendo reprimidos. Con la nueva directiva sindical, electa democráticamente por unos 60 mil votos, continuaron luchando por diversas reivindicaciones; lo que los condujo a la huelga nacional, cuyo desenlace fue una cruenta represión además de desocupar a miles de trabajadores. El presidente en turno fue Adolfo López Mateos, y su secretario de Gobernación: Gustavo Díaz Ordaz.

El año 1958 (y se extendió hasta principios de los 60), fue significativo por la gran movilización de trabajadores a nivel nacional, huelgas, manifestaciones, mítines, de petroleros, telegrafistas, postales, maestros, médicos, entre otros. La respuesta fue, es, y seguirá siendo, atender algunas demandas y derechos, cooptar, reprimir individual, y colectivamente, con amenazas, prisión, tortura, desaparición, asesinato. Es la naturaleza del Estado, y la lucha de clases que no ha desaparecido.

Respecto a las acusaciones y los juicios a los presos de esos movimientos, constituyeron una serie de aberraciones por las acusaciones formuladas; sosteniendo una cosa no dicha ni hecha por nadie: que fulanito (compañero) denunció al otro (compañero), y éste a otro más, de manera tal de hacerlos entrar en choque entre sí. Los juicios en los juzgados eran tortuosos, duraban 24 horas o más, sin descanso.

Se trataba de minar, cansar, agotar a los prisioneros. Son varias las formas de destruir físicamente a los opositores, de destruir mental, moral y psicológicamente. ¡Pura perversión! Una serie de métodos que usan los grupos represores en todo el mundo, y en todas las épocas.

Durante esos años de alegatos frente a los jueces, en ocasiones algunos se transformaron en mítines.

Igual ejercían presión contra las familias: amenazas, visitas domiciliarias, etcétera. A nosotros nos visitaba un abogado de Monterrey, quien había sido miembro del PCM, Mireles Malpica (ya se me olvidó su nombre), para que mi mamá le pidiera a mi papá se declara culpable de los “delitos cometidos”. ¿Cuáles fueron los delitos de los que los acusaban? Disolución social, ataque a las vías generales de comunicación, contra la economía, el equiparado a resistencia de particulares, amenazas a la autoridad, entre los que recuerdo.

La narración continuará. Agradezco a Juan de la Fuente Hernández, por insistir en que escriba. Algo de lo dicho aquí se publicó gracias a él, pero no todo.

 

 

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